La violencia nos marca


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Quienes por diversas circunstancias vivimos de cerca la violencia que se desató desde la década de los 60, hasta mediados de los 80 debido a la guerra interna, nos sentí­amos consternados y estábamos claros que siendo una guerra, muchos, muchí­simos inocentes caí­an en una batalla que la protagonizaban, aquí­, en el paí­s, dos bandos, impulsados ambos por las dos grandes potencias que libraban la denominada “guerra frí­a” que alcanzaba a otras regiones de nuestro continente.

Héctor Luna Troccoli

 


Mi vivencia como reportero de sucesos y por lo tanto, encargado de llevar la noticia de los enfrentamientos y asesinatos urbanos, más mi participación en la AED desde 1960 y en los meses mas álgidos (marzo y abril de 1962), en la AEU y en otras organizaciones estudiantiles, así­ como mi voz contestataria como columnista en dos importantes medios de comunicación, me trajeron muchos y numerosos problemas que no vale la pena relatar, ni me gusta recordar. Si digo lo anterior es porque conocí­ esta triste época de asesinatos a la luz del dí­a, con total y absoluta impunidad y desenfado; las desapariciones forzadas, las ejecuciones extrajudiciales, como el caso de Rogelia Cruz, ex-Miss Guatemala, que me impactó tanto por el sadismo utilizado por ser militante de la guerrilla y novia del comandante Nayito Castillo, hijo del desaparecido lí­der arbencista, Leonardo Castillo Flores y las masacres en el área rural que los capitalinos las percibí­amos de lejos.

í‰poca oscura de nuestro pasado que afortunadamente no la vivieron la mayorí­a de jóvenes que nacieron a partir de 1970 porque solamente su niñez y posiblemente parte de la adolescencia les llevó alguna noción de lo que pasaba. Ahora ya son hombres  de un máximo de 41 años pero que la mayorí­a se ubica entre los 18 y 30 años y que están viviendo y muchos siendo partí­cipes de la violencia que a partir de los últimos 15 años nos está azolando a través del narcotráfico y las maras, particularmente.

Con mi experiencia en lo vivido en la guerra pasada y lo que percibo en esta nueva guerra de 17 asesinatos diarios (6,265 al año y 219,975 en 35 años que dicen duró la primera guerra), puedo decir tristemente que hay algunas diferencias que causan desconcierto, como el hecho de que actualmente los sicarios y asesinos pueden ser (hombres y mujeres) desde 13 o menos años, hasta un aproximado entre 18 a 20 que parecieran disfrutar con narrar cómo, con total ensañamiento, cometieron los crí­menes. En la guerra las ví­ctimas eran los niños y las mujeres y la saña iba contra ellos. Ya el REMHI y Guatemala Nunca Más, dos documentos vivos, nos relatan esas atrocidades.

Cuando se firmaron los Acuerdos de Paz, pensamos que con ello iniciábamos una nueva vida, se nos brindaba una nueva oportunidad y se nos abrí­a un camino de esperanza que aunque lento, tarde o temprano tendrí­a que llegar.

Nos equivocamos una vez más. Para nuestra desgracia y la de Guatemala, estamos marcados con el signo de la violencia que aunque las circunstancias las clasifique de diferente forma como la violencia contra la mujer, contra la niñez, la polí­tica, etcétera, no deja de ser una sola, aunque provenga de diferentes  orí­genes.

El problema es que ya no es una violencia así­ a secas, sino tiene un adjetivo que la califica. La del narcotráfico, la de los pandilleros, la de las venganzas personales y ahora, resurge funestamente, la que conlleva el desborde de la pasión y sobre todo la ambición polí­tica, a la cual quisiera referirme.

¿Por qué solamente en San José Pinula se ha asesinado a dos candidatos a alcaldes, se ha amenazado a tres y uno milagrosamente pudo escapar? ¿Por qué se cuantificaban hasta el 15 de junio 21 asesinatos con posibles móviles polí­ticos? Los factores son diversos pero hay algunos esenciales.

Para empezar, la corrupción y la impunidad hacen que un alcalde de cualquier municipio, si no es honesto, se convierte en millonario en menos de un año, al igual que los funcionarios públicos de cualquier organismo o institución; pero, aparte de que el arca está abierta y hasta el justo peca, el salario de un alcalde, como el de Antigua, por ejemplo, puede superar los Q.60,000, o el de la capital, que aunque se mantiene como secreto de Estado, no baja de los Q.125,000 a Q.150,000 mensuales (incluyendo dietas, gastos de representación etcétera); por si esto fuera poco, todos (presidente, vicepresidente, diputados, alcaldes, etcétera), tienen la oportunidad de colocar a amigos, parientes, correligionarios, en jugosos puestos para “ayudarlos”, aunque apenas sepan leer y escribir y firmar contratos de supuestas “obras” que les dejarán los bolsillos llenos.

Como podemos observar, mientras los puestos públicos han crecido en “incentivos” deshonestos u “honestos” (como los “salarios”), la vida del ser humano se ha desvalorizado totalmente, como el caso de aquel patojo marero de 15 años que confesó que le habí­an pagado Q.100.00 por matar a un chofer de un bus.

La vida la hemos devaluado totalmente, en tanto, los antivalores del ser humano han ido siempre para arriba. Estamos a las puertas del infierno y aún no lo hemos notado.

MI CIUDAD, MI CíRCEL. Precisamente por esta violencia cotidiana, cuando tengo necesidad de transitar por la urbe me encuentro cantidad de calles, avenidas, colonias, cerradas con rejas, bolardos, toneles llenos de cemento y garitas de seguridad, lo que convierte a la capital en una cárcel que aunque nos mantenga encerrados no nos da seguridad porque, se quiera o no, tenemos que salir fuera de este enclaustramiento y lo tienen que hacer los hijos, los nietos, las esposas, los hermanos, los padres y no sabemos si al dar el primer paso fuera, caigan asesinados.