La vida: un instante fugaz de eternidad


«Yo reconstruyo el porvenir, hago arqueologí­a oní­rica, escucho mi silencio como lluvia de agua»

Luis Cardoza y Aragón


Jaime Barrios Peña

Luis Cardoza y Aragón es la poesí­a que emerge de los silencios que se recrean en la llamada «nada»; superando la temporalidad para alcanzar y penetrar la conciencia del sentido de la existencia en el mundo: porque el verdadero poeta debe afrontar sus carencias básicas, en cuanto ser humano, y los hechos inevitables como el nacimiento, el sexo, la muerte y la transitoriedad. Es sobre esta plataforma, en donde el acto creador ofrece en Cardoza una restitución de corte ontológico, encontrando un camino vital para construir dimensiones existenciales propias y sus significados más í­ntimos. Cardoza ha cumplido plenamente con la delicada misión de ser poeta.

La identidad para Cardoza está en constante transformación. Es una búsqueda, nos previene, entre el espanto y la fascinación. Con la poesí­a Cardoza retrocede al futuro y avanza a la raí­z arcaica. La advertencia dariana que la poesí­a no ha cambiado nunca su objetivo, es retomada por el poeta antigí¼eño para convertirla no sólo en proclama sino en fin y medio de toda su obra.

El ser humano, repetimos, está ya en los pensamientos inmemoriales de todos los grandes humanistas hasta nuestros dí­as, que han señalado sus carencias básicas y la búsqueda de medios sustitutivos. Para el caso han acudido a la magia al mito y al arte, en especial, en articulación con el sueño. En este camino el ser humano compensa en parte su deseo de infinitud. La historia de la narrativa y la poesí­a nos ofrecen su afán por encontrar un sitio donde pueda situar sus ideales, soluciones y fantasí­as. La Isla de Itaca de Homero como patria de Ulises, y otras muchas concepciones utópicas que tratan de encontrar una ví­a por donde se puedan superar los lí­mites de lo cotidiano y la implenitud sustantiva del ser.

La anterior reflexión se desprende de un verso ya emblemático de la poética cardoziana. Aquello que «la poesí­a es la única prueba…» Porque es indudable Luis Cardoza y Aragón, confirma y conduce a pensar en la transformación significativa que sugieren los grandes maestros de la literatura universal. De ahí­ que asegurara Cardoza, en su célebre poema «Laurel», que «la poesí­a no envejece».

Luis Cardoza y Aragón se desplazó siempre en su búsqueda por medio de la paradoja, buscando y encontrando los contrastes en la profundidad del mundo oní­rico. Nos dice: «el sueño es el recuerdo de un sueño».

Sobra resaltar los cargados contenidos del año en que muere Cardoza (1992). Pero hoy, 15 años después nos preguntamos: Ha muerto Cardoza? Talvez porque ese año de los famosos 500 años terminaba el siglo XX en América. Y era una hora de recapitular los espacios perdidos con los tiempos ganados. Se habí­a afianzado el mestizaje continental o seguirí­a siendo un continente de etnias dispersas y republiquetas ripiosas. Mestizaje como sí­ntesis de historia y cultura, no sólo biologí­as. Si toda nación es nacionalista, Cardoza agrega que «toda etnia es etnocentrista». Pues le atormentaban tanto los chauvinismos «sordos y municipales», como los falsos cosmopolitismos indumentarios.

Cardoza resulta también como un «sonámbulo» despierto que, como los peces voladores, al abrir los ojos tiene que cantar. Más bien gritar, porque naciendo ha visto a la muerte. «Sólo venimos a soñar» nos dice con palabras del poeta precolombino Netzahualcoyolt.

Cardoza estaba concientemente volviendo a los tiempos del inconsciente. Buscaba la negación cronológica y el afianzamiento del Uno. La unión deshecha en el nacimiento. La reelaboración vital de la conducta humana. El poeta no era conducta moral, como en Asturias, sino conducta estética. Puede reunirse ese rí­o que avanza hacia su origen en la sucesión de términos como: memoria prenatal, mujer, poesí­a, muerte, amor constante, orillas, veleros como pañuelos, sueño soñando. Y al final: el mar. Los navegantes, argonautas en busca de la poesí­a que los llama como un becerro que a perdido a su madre, se llaman en el imaginario cardoziano: Segismundo, Lázaro, Manrique, los siameses Heráclito y Parménides y también un semidios de varios nombres: Kukulkán o Quetzalcoalt.

Finalmente: «Que es ser guatemalteco?». Cardoza era como Martí­, y bien que lo era, tan cubano como guatemalteco o mexicano; bastarí­a con citarlos a los dos, coincidiendo unánimemente en eso de que «Patria es humanidad». Pero y el ser? Existe acaso una ciencia que estudie el ser guatemalteco en tanto que ser? Qué es lo tí­pico en Cardoza: todo menos lo banalmente folclórico. La identidad cardoziana no tiene un nombre fijo, todos los nombres le resultan convencionalismos. Existen acaso espejos, obsidianas y redondos diamantes poliédricos donde se multiplican, se amplí­an, se nublan o se trasforman las palabras. Las palabras son retratos del mundo y son el mundo. Tautologí­a insuperable que sabe que la dialéctica solo es cuando no es igual a si misma. El guatemalteco del poema cardoziano es un ciudadano lácteo y astroso, alguien que se mueve entre Vallejo y San Juan de la Cruz. Pero también «la oveja más negras entre las negras ovejas». Y vaya que lo han sabido otros grandes guatemaltecos, como un tal Tito Monterroso, que ha comprendido la necesidad de escultura que cada cien años padecen las ovejas nacionales.

Guatemalteco es aquél que se niega a cerrar los ojos aunque esté muerto y enterrado, si sabe que su muerte fue causa de injusticia. Porque, asegura Cardoza: «la injusticia engendra la violencia». Y porque, acaso, Aristóteles no ha llegado todaví­a a Guatemala, donde muchas veces sigue reinando la caverna sin hogueras que jamás soñó Platón. Aristóteles que no nos dejó poemas, pero sí­ una poética. Y lo seguimos imitando a pesar de las advertencias de Huidobro de que la rosa hay que revivirla en el poema. El que imita pierde. El poeta es tanto fingidor como plagiador. Imitar a la naturaleza es competir con Dios. Escribe Cardoza con dolor:

«Guatemala, invicta anécdota derrotada. Viene a mi encuentro el yo que fui. Y soy como solí­a. Si para los demás no se es, nada se es?

Injusticia y hambre. Que violenta, que violenta violencia?!

El mundo se achicó sin que hayamos crecido?

Navego por El rí­o. Tal vez cumplí­ ya con mi módica cuota antigorila.

Omnipresencia creada por la ausencia. Las señales que me haces no son por distancia; son por sustancia?

Aborrecer el nacionalismo cuando no es universal y no se sacude con incoercible vómito de campanario. Analizar el vómito, alejado del miedo y su gran piano gaseoso.

Stradivarius en oí­dos marimberos?»

Luis Cardoza y Aragón no ha agotado su capacidad de producir conciertos. De levantar ondas sonoras que llegan a las nubes, como cuando dice: «el silencio es la lluvia sin agua». Cardoza vive, demuestra todo el tiempo de que es capaz de sacudirse ese polvo inevitable que cubre muebles y libreras en las casonas antiguas. Porque nos ha dejado su inmensa poesí­a, y es menester decirlo de nuevo: «la poesí­a es la única prueba concreta de la existencia del hombre».