La vida artí­stica de Antón Bruckner III


celso

Este sábado continuamos con nuestro trabajo sobre Antón Bruckner y como un homenaje a Casiopea, esposa dorada, hora infinita en que el sonido resuena en las campanas de mis venas como multiforme hoguera multiplicando mis anhelos; deslumbrante rosa que perfuma mis párpados con sus besos colosales.

Celso A. Lara Figueroa
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela.

 


Hablaba de ello con admiración y entusiasmo, complaciéndose en el recuerdo de aquellas visitas matinales a Wahnfried, durante una de las cuales, Wagner, acompañado de su hija Eva, le salió al encuentro, diciéndole riendo: -“Maestro Bruckner, ahí­ tienes a tu novia”. En su veneración a Wagner, cuéntase que jamás olvidó en sus repetidos viajes a Bayreuth meter en el fondo de la maleta el frac a fin de presentarse, convenientemente, si llegaba el caso de gran etiqueta.

¿Es verdadera la anécdota? Todo es posible tratándose un hombre tan buenazo y sencillo que se poní­a a llorar como un niño cuando llegado el relato de la peregrinación a Roma de Tannhauser en la ópera de este tí­tulo, solí­a, entonces, exclamar sollozando y lleno de piedad: -“Oh! ¿Por qué no le han perdonado? ¿Por qué?” Esta manera infantil de comprender el drama, no sorprende. Bruckner era exclusiva y únicamente un músico. Qué le importaban a él el asunto, el interés histórico y el alcance filosófico de la obra. Seguí­a el episodio como un niño, encantado, entristecido y llorando, según los lances que se desarrollaban a su vista; lo que le importaba era la música, y cómo se la hací­a suya! Cómo se identificaba en su esencia! Cómo la conviví­a y volví­a a crearla con el que la habí­a evocado, del cielo, sin duda, para el buen Bruckner! Acudí­a a los “Fetspiel”, de Bayreuth, a oí­r la música de su admirado amigo, venerado como un Dios, la música, solamente sin saber a punto fijo que aquella música y aquellos maravillosos dramas eran la consecuencia de una reforma, la fusión de la idea, de la palabra y de la música misma.
Fuera de la música en  sí­ y por sí­, nada le interesaba, ni la literatura, ni la pintura, ni las artes plásticas. Su temperamento, exclusivamente musical, solo sentí­a y comprendí­a la música y la religión. Después de profundizar hasta los cuarenta años todos los conocimientos musicales, que bien ponen en evidencia una técnica y un dominio tan profundo del arte como el que se admira en sus obras, no quiso saber ni atesorar literaria ni cientí­ficamente nada más: escribió sólo música, porque sólo aspiraba a esto aquella su organización musical!

Su carácter serio, su amor al trabajo y las creencias religiosas bien arraigadas, le preservaron de toda aventura romántica, de las desilusiones de un Beethoven, de los coqueteos de un Liszt, y de los amores trágicos de un Wagner. Aunque no se casó, no fue un célibe recalcitrante como Brahms, ni un soltero misántropo como Beethoven.

A Bruckner le pasó lo que a Brahms: que habiendo sido la miseria la compañera de su juventud, albergarla en un hogar hubiera sido temerario y cruel. Cuando llegaron mejores dí­as era tarde. Pero, qué de coincidencias en la vida y hechos de esas tres magnas figuras del arte musical alemán, ¡Beethoven, Bruckner y Brahms! todos sinfonistas: los dos primeros cumplen su obra creando Nueve Sinfoní­as: Beethoven corona su edificio musical con la Oda a la Libertad, especie de reconciliación con la humanidad, Bruckner con un Te Deum para alabar y confesar a aquel a quien dedicara su última obra. Todos de temple de alma grande, sana y fuerte: solitarios, tristes todos, paseando sus tristezas y soledad en medio de la brega artí­stica, más dura y cruel para ellos que para nadie: mí­seros desterrados de toda expansión de familia, sin hijos, casi sin amigos… Todos fuertes de aquella fuerza de genio que es virtud. Los tres, gigantes de la sinfoní­a; vencedores en el dominio de la música pura, el más elevado, el más sereno…

El plan de las sinfoní­as de Bruckner es igual al de Beethoven, con desarrollos más extensos, en detrimento, quizá de la concisión.  La orquestación, completamente moderna, resintiéndose un tanto de la influencia wagneriana. Las ideas, en cambio, son personales, llenas de originalidad y renovadas sin cesar por temas atractivos, variados ritmos, raros a veces, pero siempre interesantes. Se ha dicho que Bruckner es frí­o, y que en sus obras no han entrado jamás los transportes de la pasión. Hay exageración en el reproche. Bruckner no es un impasible: alma dulce y tierna siente los encantos de la naturaleza. Sin pasiones ni violencias, su música se desliza serena, olí­mpicamente. 
                    Nueva Guatemala de la Asunción,