Jamás podré estar en contra de la solidaridad humana porque es algo que siempre he valorado, que forma parte de mis valores esenciales y que políticamente admiro desde aquellos lejanos días en que empecé a hacer política en la Municipalidad de Guatemala, en tiempos de Manuel Colom Argueta. He admirado a la Iglesia Católica en el contexto de su opción preferencial por los pobres y no entiendo cómo se puede despotricar contra la justicia social que, a mi juicio, debe inspirar a toda sociedad.
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Sin embargo, es absolutamente necesario establecer prioridades y no hay gesto de solidaridad más importante e imprescindible que el que se tenga para preservar la vida humana. De nada sirve llenarse la boca con palabrerías que quieren ser solidarias si no tenemos la elemental capacidad de sufrir con los que están en riesgo de perder la vida y con quienes diariamente enfrentan el asalto de las bandas criminales que no se detienen ante nada ni ante nadie para cometer sus fechorías. Por supuesto que la pobreza también mata y lo hace en forma silenciosa tal y como lo ha sufrido en carne propia nuestro pueblo y especialmente nuestros niños en el transcurso de la historia. Pero una cosa es ser en verdad solidario y otra muy distinta es explotar la pobreza para que sirva de plataforma en una campaña electoral. Y es que la duda surge porque no es posible que se hable de una verdadera y auténtica solidaridad si observan, sin inmutarse en lo más mínimo, esta terrible tragedia que estamos viviendo los guatemaltecos y de la que no se libra nadie. No puede haber gesto menos solidario que esa expresión presidencial que nos aconseja aguantarnos, hacerle ganas y soportar con estoicismo la realidad sangrienta que vivimos. Aunque sea por humanidad, el Presidente tendría que demostrar un elemental respeto al sufrimiento y dolor de quienes ya han perdido a sus seres queridos y de quienes se quedan en sus casas todos los días con la angustia de si su familiar volverá al seno del hogar o pasará a ser una cifra más en la cruel y dolorosa estadística que tenemos que llevar sobre los homicidios en el país. Me pregunto cómo puede conciliar el sueño quien por mandato constitucional dirige un Estado que tiene como fin esencial garantizar la seguridad de los habitantes de la República, viendo la orgía de sangre que estamos viviendo. Nadie puede decir que sea fácil enfrentar el problema y debemos admitir que el deterioro es progresivo y parte de un proceso que no se inició en los últimos meses. Pero también debemos admitir que no se mueve un dedo para contener la hemorragia y eso es lo que causa indignación y malestar porque no puede ser que en aras de una estrategia electoral que se centra en el reparto de bienes y dinero a los sectores más necesitados del país, se postergue por falta de plan y de visión el problema de la violencia y la inseguridad. Creo que en un país con los niveles de pobreza de Guatemala todo esfuerzo que se haga para atender a la gente más necesitada resulta poco, pero también veo que no hay intención de lanzar acciones de verdadero combate a la pobreza que vayan más allá del asistencialismo que persigue captar simpatías electorales. Se ha dicho que uno puede borrar con la mano izquierda lo que hace bien con la derecha y tal es el caso de Cohesión Social, puesto que el trasfondo es electorero en vez de ser de auténtica y real solidaridad. Si alguna duda quedaba, basta ver la indiferencia oficial ante la muerte y el dolor de los deudos para entender que de solidaridad no entienden ni jota.