Cuando faltan dos años y medio para que se produzca el cambio de gobierno y casi dos para las elecciones generales, hablando con todo realismo tenemos que entender que la verdadera elección ya está en marcha porque es la que harán en poco tiempo los financistas cuya decisión es determinante para marcar el rumbo político del país. Es ingenuo pensar que los ciudadanos guatemaltecos somos quienes en el día de las elecciones otorgamos un mandato para que las autoridades “popularmente” electas asuman los cargos de mayor responsabilidad en el país.
ocmarroq@lahora.com.gt
Aquí, como ocurre cada vez con mayor frecuencia a lo largo y ancho del mundo, las elecciones se deciden gracias a las millonarias campañas que financian poderosos grupos de poder económico, sea éste tradicional, emergente o simplemente producto de cualquiera de las muchas variables del crimen. Aquellos días en los que las campañas políticas dependían de la organización partidaria sólida, de la mística de los activistas y de la claridad del compromiso de los dirigentes con la población, son historia porque en este mundo dominado por el mercado, la política no es ajena a las reglas imperantes y los votos son simplemente un producto más que se encuentra disponible para ser comprado y que el vendedor ha ido aprendiendo a tasar cada vez de mejor forma para sacarle provecho al juego.
En estos días son intensas las apariciones de los candidatos, pero no frente a multitudes que se agolpan en las tarimas, sino en reuniones privadas en las que se pacta el apoyo financiero a las campañas a cambio de compromisos que luego los políticos nunca dudan en “honrar”. Son estos los meses decisivos y cualquier candidato entiende que de lo que haga o deje de hacer ahora dependerá en realidad su futuro y el de su movimiento. La campaña en busca de prosélitos vendrá después, cuando se tengan los recursos suficientes para participar en forma decorosa en un juego que cada vez demanda recursos más millonarios.
Basta ver el discurso de los políticos en estos días, con la mezcla de un populismo que pretende mantener altos sus bonos en las encuestas que son tan importantes para el financista que juega con su pisto, y la constante expresión de complacencia y respeto a los grandes intereses económicos. El político que en estos días descuide su imagen y baje unos puntos en las encuestas puede perder la elección más importante, que es la que hacen los grupos que ponen el dinero para la campaña política. El político que en estos días no mida sus palabras y se confronte con los poderes económicos, será castigado con el desprecio de quienes tienen los medios para hacer ganadora cualquier campaña política.
Los ciudadanos seguimos creyendo que nuestro voto será decisivo dentro de un poco más de dos años, cuando se nos presente la papeleta con los aspirantes que formalmente se disputan la Presidencia y los principales cargos de una elección popular. Pero la suerte será echada mucho antes, cuando los verdaderos amos del país se pongan de acuerdo para preservar sus privilegios a cambio del respaldo al candidato con mayores probabilidades y que represente un claro compromiso de no agitar las aguas, de no hacer olas en un sistema que está perfectamente diseñado para garantizar el retorno de las inversiones políticas y para impedir, a toda costa, que los manejos con los fondos públicos para promover enriquecimientos privados lleguen a motivar alguna acción de la justicia.
Antes de que termine este año el futuro político del país será decidido en esferas ajenas al modelo democrático que tanto se cacarea. Está en marcha ya el ejercicio de una especial forma de plutocracia sin que los ciudadanos caigamos en la cuenta.