Son las nueve de la noche de un día festivo. Lo sabe por las luces que iluminan las calles, porque a pesar de que la noche avanza, la gente aún camina por las calles con paquetes y bolsas en las manos. Lo sabe porque ahora dejó la botellita apachada con la que salpica los parabrisas de los autos en cada semáforo. Hoy, como hace días vende lucecitas de esas que ella nunca enciende, vende cuetes y saltapericos, aunque sean prohibidos, que suenan igual que los balazos cerca de su casa. Lo sabe porque en la radio en la camioneta ha escuchado “tenga usted feliz Navidadâ€; gí¼igí¼ichudamericrismas; y “llega Navidad y yo sin ti…â€. Simplemente lo sabe.
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Tiene hambre, siempre tiene hambre. Tiene frío, sus pies no tienen calcetas, el suéter raído no calienta mucho y su cabeza de cabellos ralos no aprecia el sereno que la noche esparce.
No ha tenido suerte, otros niños han llegado antes que ella con los clientes y los cuetes, las luces y las bolitas envueltas en papel de china siguen ahí en su bolsa de plástico decolorada de la Maxi Bodega. ¿Qué va hacer? Le va a caer.
Tiene miedo de volver con su tía. No quiere otra zarandeada como la de ayer. Su espalda aún le duele igual que su mano en donde le estalló un saltaperico.
Anoche no durmió bien, se nota en las ojeras que bajan por su pálido rostro lleno de melancolías, sus delgados brazos, su quijada salida, sus huesudos dedos y sus pies callosos enmarcan un estómago vació que chilla y chilla.
No puede más, ya son los 11, su tía no tarda en venir y ella sin pisto que entregarle. Mejor se va a esconder. Se escurre en un callejón oscuro y piensa que a lo mejor si llega luego a la casa, cuando ya esté la tronazón no le digan nada. Sus pensamientos se interrumpen.
Son las ocho de la mañana dos días después de la “nochebuenaâ€, la nota del diario me estremece: niña de aproximadamente 11 años aparece muerta en un callejón de la zona 8. Su cuerpo evidencia señales de violación y sus manos fueron cercenadas, junto a ella se encontraron dos paquetes de cuetes y un volcancito, luego de las diligencias del Ministerio Público fue trasladada a la morgue como XX.
En Colombia una niña vendedora de rosas murió puyada mientras alucinaba por el pegamento con su madre, lo vi en una película. En Dinamarca, una niña vendedora de fósforos murió de hipotermia mientras su abuela muerta la llamaba, lo leí en un cuento de Hans Christian Anderesen. En Guatemala, esta niña fue violada y asesinada, no sé si pensó o miró a alguien, sólo sé que tenía miedo, que tenía hambre, que no tenía amor.