Una justificada desconfianza se mezcla con el ferviente anhelo de democracia de los guatemaltecos en el presente proceso electoral que culminará con los comicios generales del próximo 9 de septiembre.
A pesar de estar tan cerca la fecha de las elecciones esperadas, especialmente por los políticos y por los grupos de poder, la situación nacional saturada de violencia, corrupción, motines en las cárceles y desgobierno, así como el peso de la historia reciente caracterizada por el autoritarismo y la represión, convierten el escenario político en una realidad difícil de aceptar aunque la propaganda sea abrumadora.
Las «buenas intenciones» de la denominada apertura democrática que se inició en 1986 con la instalación del democristiano Vinicio Cerezo como el primer gobernante civil después de un largo período de regímenes castrenses y de las propuestas a favor de la reconciliación y la justicia social contenidas en los acuerdos de paz, se han convertido en un sueño en medio del temor de que Guatemala pudiera estar regresando al pasado con el resurgimiento de escuadrones de la muerte dentro de las estructuras del Estado, según las denuncias locales e internacionales.
Formalmente la democracia se define como el poder del pueblo o el sistema de libre participación. En el contexto de nuestro país ello es una utopía, es decir un proyecto irrealizable, pues se trata de un sistema político social excluyente, tan férreo como injusto, generador de crecientes desigualdades sociales. Guatemala está en una encrucijada, ya que lo único que hay es una democracia electorera.
Si por democracia entendemos la posibilidad de expresión de la mayoría de la población para resolver su futuro político y designar a sus delegados en los tres poderes del Estado, esos presupuestos no se cumplen en Guatemala. La cruda realidad demuestra que la mayoría no está representada en ninguno de los órganos del Estado.
No cabe duda que las próximas elecciones serán disputadas por dos o tres facciones de la burguesía nacional, sin posibilidad de acceso para los partidos alternativos, a no ser en algunas municipalidades. Los principales protagonistas de las elecciones de septiembre serán una pléyade de personajes vinculados al poder económico, especialmente banqueros, de la industria del pollo, azucareros, los productores de licor y los magnates del capital especulativo.
Otros de los actores de la disputa serán los comerciantes e industriales grandes y medianos, militares o ex militares ligados a un tenebroso pasado de atropello al Estado de Derecho. Cada vez crece el convencimiento de que no hay ninguna salida dentro de los parámetros electorales a los problemas políticos de Guatemala, porque el esquema es excluyente y no permite que los guatemaltecos puedan agruparse fácilmente en partidos políticos pues se necesitan muchos millones de quetzales para ello. La gran paradoja es que el país puede mostrar con orgullo que por más de dos décadas ha tenido gobiernos democráticos, pero al mismo tiempo enfrenta una creciente crisis social. Se mantienen profundas desigualdades, existen impresionantes niveles de pobreza y miseria, el crecimiento económico ha sido insuficiente y está aumentando la insatisfacción ciudadana con la democracia expresada por un extendido descontento popular. Las próximas elecciones serán una nueva farsa, las que finalmente constituirán peleas entre poderosos grupos económicos.