La urna sepulcral


Lo envolvió en una sábana limpia.

Mario Gilberto González R.

A la memoria de: Julio Alberto González R., Gregorio Laguardia Romero, Julio Eduardo Tejeda López, Fidel Guerrero Ardón, Aura Lidia de León Garcí­a, Modesto Salazar y Alfredo Ponce López.


Bellí­sima imagen del Señor Sepultado de la Escuela de Cristo de Antigua Guatemala.El autor de este trabajo, al pie del del Señor Sepultado.Santo Entierro en Huevar, Sevilla. La lí­nea de la urna se asemeja más a la Urna Sepulcral del Cristo Yacente, de San Felipe Apóstol.

Refiere San Mateo «que siendo ya tarde, llegó un hombre rico, natural de Arimatea, llamado José, que era también discí­pulo de Jesús. í‰ste se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato entonces mandó que se le entregase. José, pues, tomando el cuerpo, envolviólo en una sábana limpia, y le puso en un sepulcro suyo nuevo, que habí­a hecho abrir en una peña; y arrimó una gran piedra a la puerta del sepulcro y se retiró.»

í‰sa es la escena piadosa que la Hermandad, revive cada Viernes Santo al atardecer, con la Venerada y Consagrada Imagen del Señor Sepultado de la Escuela de Cristo. El Santo Entierro del Señor.

La piedad la ponen los devotos cucuruchos. Los ungí¼entos para embalsamarlo los niños con esencias exquisitas, en una sábana limpia lo amortajan y lo depositan en una urna excepcionalmente bella.

La urna sepulcral en la que es llevada en procesión, la Consagrada Imagen del Señor Sepultado de la Escuela de Cristo, por las calles centenarias de la ciudad de La Antigua Guatemala, es un decaedro simétrico. La urna de dos piezas, es de madera tallada sobredorada, con vidrios biselados.

Descansa sobre ocho eses y remata con un ángel que se alterna, cada año, con una antorcha o con un ancla. La antorcha representa la fe y el ancla la esperanza.

En viéndola profusamente iluminada por los rayos de sol, a la caí­da de la tarde del Viernes Santo, parece el corte artí­stico de una piedra preciosa.

Realmente hay que apreciarla con detenimiento para admirarla y confirmar que el trazo artí­stico y la talla hecha con mimo la embellecen. Su estilo es neoclásico. Es una joya muy preciada, que la Hermandad cuida con celo.

Las medidas de la urna, son: Las letras eses: 0.25 cm. La pieza base: faldón: 0.15 cm; base: 0.71 cm. por 1.79 metros; parte alta: 1 metro por 2.1 metros con 0.35 cm. de alto. La cubierta: 1 metro por 2.1 metros, con altura de 0.32 cm.; la base del ángel: 28 por 30 cm. y altura del ángel: 0.40 cm. De la base de las letras eses hasta la altura del ángel: 1.47 metros.

La Urna Sepulcral es un delicado obsequio de Don Juan Francisco Aguirre y Asturias, gran devoto del Señor Sepultado y colaborador de la Sociedad encargada de su culto y de la Parroquia de los Remedios.

En la parte superior de la cubierta en la parte interna, hay una plaquita ovalada en plata de ley, que dice:

«Obceqiada por/ D. J. F. Aguirre a La Sociedad/ del Sto. Entierro de la P. de los/ Remedios en 31 de/ Marzo de 1893.»

La hechura de la Urna, la mandó hacer el Señor Aguirre y Asturias a la ciudad de Sevilla, por intermedio del comerciante don Eduardo Vivas Fernández, en un taller de escultura en la Calle Sierpes. Con don Ricardo Roldán Barbero, Presidente de la Asociación Sierpes, tratamos de localizar el sitio donde estuvo dicho taller, sin resultados deseados.

De mi estudio histórico de la Urna Sepulcral, realizado con ocasión de su Centenario, tomo estos datos.

«La cita de que fue en un taller situado en Ví­a Serpentina, donde se hizo la urna, tiene su verdad. Esa calle, desde antaño, es principal de Sevilla -varias veces mencionada por Cervantes, con un florecimiento comercial extraordinario. Los estudiosos la llaman el «termómetro de la vida sevillana.»

«En el último tercio del siglo XVI, tuvo esta calle un gran auge comercial y económico, pues ya afirma el historiador y humanista Juan de Mal Lara que, en ella habí­a de todo: carpinteros, herreros, libreros, armeros, doradores y gran número de molinos de yeso.»

«…al correr del siglo XIX, son los fotógrafos lo que le van a inyectar nueva vida. En nuestro caso, allá por 1860 Jules Beauchy Perou -francés- establece su estudio de fotografí­a en el número 102 de la Calle de las Sierpes y fue el primer fabricante de espejos biselados en la ciudad de Sevilla. Este dato es importante señalarlo, porque a partir de entonces, surgen las fábricas de vidrios biselados y la Urna Sepulcral del Señor Sepultado de la Escuela de Cristo, tiene vidrios biselados que la hacen más bella aun.»

«?desde 1885 hasta la posible fecha de su hechura, sobresalieron en Sevilla, los tallistas José Roldán, José Gil, Francisco Farfán Ramos, Antonio Vega Sánchez, Manuel Guzmán Bejarano y Rafael Barbero Medina. Todos ellos trabajaron en los «Pasos de Pasión» y vivieron hasta finales del siglo XIX.»

La Calle Sierpes, es calle estrecha entre las plazas de San Francisco y la Campana. En la Campana se inicia la carrera oficial de las procesiones de la Semana Santa de Sevilla. Hubo toda clase de oficios, hasta «rascadores y limpiadores de espadas» y tuvo asiento la Real Cárcel de Sevilla, donde Cervantes estuvo preso en dos veces, 1597 y 1602. Luis Montoto, la describe maravillosamente.

Hasta el momento, la Urna Sepulcral del Señor Sepultado de la Escuela de Cristo, es única. La del Sepultado de Sevilla es diferente y remata con un pelí­cano que da de comer a sus polluelos. En el pueblo de Huevar de Sevilla y Nacimiento de Almerí­a, hay sendas urnas parecidas a la de la Escuela de Cristo, con ángulos diferentes y sin la talla delicada que la hermosea.

Se sabe que la Urna se expuso en Parí­s. Que llegó a Guatemala en vapor, después de ocho meses de haber sido despachada y arribó a la ciudad de Antigua Guatemala, en carreta halada por bueyes.

Que los directivos de la Sociedad, los devotos cucuruchos y los vecinos antigí¼eños, quedaron sorprendidos al ver tan preciosa y preciada joya, que se estrenó el Viernes Santo del año de 1893. Y desde entonces hasta el presente, la Consagrada Imagen del Señor Sepultado de la Escuela de Cristo, es llevado en su bellí­sima urna, en su procesión solemne y majestuosa del Santo Entierro.

Para su preservación ha sido sobredorada varias veces y el carpintero José Andrade por cien pesos, hizo la caja de madera donde se guarda cuidadosamente embalada, que la libera del polvo y la humedad.

De dí­a luce todo su encanto artí­stico y de noche, más de doscientos foquitos la iluminan. Ofrece una estampa bella donde se aprecia la serenidad del Señor Sepultado que expone su cuerpo herido y lastimado, en ofrenda amorosa por redimir al género humano.

El antigí¼eño tiene motivos propios para vivir devocionalmente su Semana Santa. Ofrece las mejores frutas, las mejores verduras, las mejores flores, sus jaulas de pajaritos, sus peceras con peces de diferente tamaño y colores, para el huerto y la velación. La cera para alumbrar el Monumento, la alfombra de serrí­n teñido para tenderla a sus sagrados pies, riega pino, corozo, chilca en el frente de su casa, purifica la calle con la quema de resinas olorosas, viste la túnica penitencial y lleva sobre sus hombros a la imagen venerada.

El antigí¼eño, abre no sólo las puertas de su casa sino las del corazón. Esa devoción, esa entrega es una fuerza que se persive en el ambiente. Contagia y hace grande la Semana Santa Antigí¼eña.

Mi ignorancia se opone a que la modernidad retoque a las imágenes que se han embellecido por los efectos del paso del tiempo. La pátina, ese tono especial, es inherente a su belleza y valor. La nueva encarnación, sustancialmente diferente en tonalidad y calidad natural a la propia, hace cambiar hasta la expresión misma de la imagen y parece ser otra. Comparto y hago propia, la reflexión que sobre ese tema, expone Matilde Asencio en su libro El Ultimo Catón. «Las cosas hermosas, las obras de arte, los objetos sagrados, sufren, como nosotros, los efectos imparables del paso del tiempo. Desde el mismo instante en que su autor humano, consciente o no de su armoní­a con el infinito, les pone punto y final y las entrega al mundo, comienza para ellas una vida que, a lo largo de los siglos, las acerca también a la vejez y a la muerte. Sin embargo, ese tiempo que a nosotros nos marchita, a ellas les confiere una nueva belleza que la vejez humana no podrí­a siquiera soñar en alcanzar?»