La ultraderecha xenófoba avanza


Un hombre compra periódicos en Suecia, que ofrecen los resultados de las elecciones parlamentarias de ayer, las cuales permitieron el ingreso de la ultraderecha al espectro polí­tico. FOTO LA HORA: AFP JONATHAN NACKSTRAND

La irrupción de la ultraderecha en el Parlamento sueco confirma el auge de partidos populistas, xenófobos o nacionalistas en Europa, que salieron reforzados de la crisis económica, con un discurso que ataca sobre todo al multiculturalismo y el islam.


Los comicios legislativos celebrados el domingo en el paí­s nórdico abrieron por primera vez la puerta del parlamento a los ultraderechistas Demócratas de Suecia (DS), con 5,7% de los sufragios, un éxito electoral que sigue a los de los xenófobos en Holanda en junio y Hungrí­a en abril.

En el mapa europeo, la ultraderecha está presente además en el gobierno italiano de Silvio Berlusconi y en los parlamentos de Austria, Bulgaria, Letonia y Eslovaquia.

La crisis económica que golpea el Viejo continente explica el avance de estos partidos, aunque sólo parcialmente.

La ideologí­a de la ultraderecha está fundada en «la promoción de un nacionalismo que defiende la primací­a del marco nacional y la homogeneidad» cultural, explica Magali Balent, de la Fundación Robert Schuman.

El multiculturalismo en general y el islam en particular se convierten con frecuencia en chivos expiatorios, especialmente tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos.

Los Demócratas de Suecia obtuvieron un excelente resultado electoral tras una campaña en la que utilizaron un polémico anuncio televisivo, que acabó siendo censurado, en el que se veí­a a un grupo de mujeres musulmanes ataviadas con un burka adelantar a un anciano con muletas para apropiarse de su pensión.

En otros paí­ses, algunos gobiernos están adoptando polí­ticas de ultraderecha con el fin de arrancar votos, conscientes de la rentabilidad electoral que supone el discurso xenófobo o nacionalista en tiempos de crisis y temor por el futuro, opinan los analistas.

«Es la versión europea del movimiento del Tea Party, una respuesta muy reaccionaria a la crisis», indica Fabrice Pothier, director del «think-tank» Carnegie Europe, en alusión a esa facción ultraconservadora estadounidense, que avanza con fuerza hacia las elecciones legislativas de noviembre.

En este contexto, la comunidad musulmana ha sido objeto de varias decisiones polí­ticas en Europa como la prohibición de utilización del burka en los espacios públicos aprobada por el gobierno conservador francés, una legislación que en Italia la extrema derecha socia de Berlusconi pretende emular.

En España y Bélgica han sido los movimientos nacionalistas los que han capitalizado la incertidumbre, explotando el «tradicional sentimiento de orgullo» de los catalanes (noreste) y los flamencos (norte), respectivamente, explica Benoit Rihoux, politólogo de la Universidad Católica belga de Lovaina.

Pero el discurso anti-inmigración que proclaman los partidos de ultraderecha y algunos gobiernos conservadores en el poder en Europa topa con una paradoja a la hora de contrastar ideas con cifras.

Ahí­ donde el rechazo a los inmigrantes es más palpable, el número de extranjeros es a veces relativamente pequeño. En Finlandia, por ejemplo, la extrema derecha obtuvo más del 10% de los votos en las elecciones de junio, pese a que en el paí­s nórdico sólo el 2,7% de la población es inmigrante.

El número de inmigrantes ilegales en Europa está además en declive, con una caí­da del 36% en los tres primeros meses del año frente al último trimestre de 2009, según la agencia europea Frontex.

Las imágenes de centenares de inmigrantes desembarcando en «El Dorado» europeo dejaron también de copar la actualidad: 3.300 personas fueron interceptadas en las costas europeas entre enero y marzo, frente a 33.000 en el primer trimestre de 2008.

«Los polí­ticos aseguran que Europa está siendo invadida, pero si uno se fija en las estadí­sticas, se da cuenta de que no es cierto», indica Sergio Carrera, del Centro de Estudios de Polí­tica Europea en Bruselas.

Carrera pone como ejemplo las controvertidas expulsiones de gitanos en Francia, donde únicamente viven unos pocos millares de personas de esa comunidad frente a un paí­s de 63 millones de habitantes.

SUECIA Sismo polí­tico


Las elecciones legislativas del domingo en Suecia trajeron incertidumbre polí­tica al paí­s, con una coalición de centroderecha minoritaria que se ve obligada a negociar con la izquierda con tal de no aliarse con la extrema derecha, que se estrena en el Parlamento.

Tras conocerse los resultados electorales, el primer ministro Fredrik Reinfeldt, cuya coalición perdió su mayorí­a absoluta por tres escaños, repitió claramente que no se aliará con los Demócratas de Suecia (SD), el partido antiinmigración que entró al Parlamento.

«He sido claro. No vamos a cooperar ni depender de los Demócratas de Suecia», espetó a sus seguidores el polí­tico de 45 años.

«Acudiré a los Verdes (miembros de la coalición de izquierda) para lograr un apoyo más amplio», afirmó.

Ante la primera reelección de la derecha al frente del paí­s, el derrumbamiento histórico de la socialdemocracia y sobre todo la conmoción causada por la subida de la extrema derecha, la prensa sueca constataba el lunes «el final de una época».

Con su peor resultado desde 1914, los socialdemócratas, en el poder casi siempre desde 1932, perdieron su dominio sobre el Estado providencia sueco.

La dirigente socialdemócrata Mona Sahlin, de 53 años, se quedó con las ganas de convertirse en la primera mujer a la cabeza del Gobierno de Suecia, al no recabar más que el 30,9% de los votos.

«La época en la que un partido estaba abonado al poder y podí­a decidirlo todo afortunadamente acabó», estima en su editorial Dagens Nyheter, el diario de referencia sueco.

«Hemos perdido. No hemos sido capaces de recuperar la confianza», constató Sahlin el domingo ante sus simpatizantes, entre los cuales algunos lloraban.

Pero a este sismo polí­tico hay que añadirle otro, recalcan los observadores, con la entrada al Parlamento de los Demócratas de Suecia dirigidos por Jimmie Aakesson, de 31 años.

Con 5,7% de los sufragios, su partido consiguió 20 de los 349 escaños del parlamento sueco y se encuentra en una situación ideal para ofrecer la mayorí­a absoluta a la coalición, aunque ésta se ha apresurado a descartar la hipótesis.

«No crearemos problemas. Asumiremos nuestras responsabilidades. Se lo prometo al pueblo sueco», aseguró Aakesson el domingo por la noche ante un puñado de seguidores rebosantes de alegrí­a frente a los focos de las cámaras del mundo entero.

Toda la prensa sueca lamentaba este lunes el avance de la ultraderecha, que quiere acabar con la fuerte inmigración (más de 100.000 personas al año) en Suecia, uno de los pocos paí­ses europeos flexibles en la materia.

«Se bajó el estandarte de la tolerancia y las fuerzas oscuras acabaron reteniendo también como rehén a la democracia sueca», lamentó en un editorial el tabloide Expressen (derecha), que llama a Fredrik Reinfeldt a decantarse por los Verdes.

«Si el precio a pagar es un puesto de ministro de Medio Ambiente e impuestos sobre la gasolina, no se debe dudar un segundo», escribió.

Pero conseguir el apoyo de los 25 diputados Verdes parece complicado, ya que los ecologistas hicieron campaña con los socialdemócratas y en contra del gobierno Reinfeldt.

El domingo por la noche, la codirigente del partido de los Verdes, Maria Wetterstrand, matizó los planes del primer ministro.

«Va a ser muy difí­cil para nosotros, después de esta campaña, mirar a nuestros votantes a los ojos y decirles que vamos a cooperar con este gobierno», dijo.

La coalición de cuatro partidos de Reinfeldt obtuvo el 49,3% de los votos, o sea 172 escaños, tres menos de la mayorí­a absoluta de 175. La coalición de tres partidos de izquierda, 157 escaños.