La última


Esta es la última columna que escribo antes de conocerse quién será el próximo Presidente de Guatemala. El lunes próximo, si Dios quiere, aunque no se sabrá con toda exactitud el resultado de las elecciones, ya las tendencias revelarán con cierta aproximación el desenlace final de la contienda. La suerte está echada y los guatemaltecos próximamente se estarán (nos estaremos) poniendo la soga al cuello.

Eduardo Blandón

A partir del próximo lunes corre y va de nuevo. Los dí­as de ilusión regresan, viene la luna de miel, el encanto, la sonrisa, la revelación de planes y la ejecución «firme» de decisiones contundentes para los próximos cien dí­as. Todo será casi perfecto hasta más o menos enero. Bastará con que la gente recobre la conciencia (como lo hacen los novios enamorados luego de dos o tres meses) para enterarse del tamaño monumental de su metida de pata. Pero será muy tarde. Nuevamente la gente tendrá que recurrir a su legendario estoicismo para soportar, sobrellevar y tratar de olvidar su nuevo error histórico.

«Total son sólo cuatro años», se repiten algunos, sin tomar conciencia que lo mismo se vienen diciendo desde 1986. Así­ se nos ha ido el tiempo, «son sólo cuatro años» y ya van más de veinte esperando un gobierno hecho a la medida de los más necesitados. Los que han estado en el poder han sido efectivos, eficaces, «cabrones», pero para su propio beneficio y la de las clases privilegiadas. Estos nunca pierden y «cada cuatro años» repiten, saben que gane quien gane, ellos nunca van a perder. El único que apenas los asustó fue Portillo y por esa razón no lo perdonan por nada del mundo.

¿Cree usted que a ese gobierno los oligarcas no lo perdonan por haber defenestrado las arcas nacionales? ¿Por haber ido en contra del paí­s o de los intereses de la nación? No. A Portillo lo odian y no lo pueden ver ni en pintura porque ha sido quizá el único que medio les dijo las cosas en la cara y los medio sacó de la jugada de siempre. Es esa la espinita que llevan clavada en el corazón. ¿Los ha escuchado cómo vomitan odio hacia él? La victoria de quien ahora huye del paí­s sobre ellos consiste en las úlceras que su gobierno les provocó y que con suerte será la causa de sus muertes.

Esperar la primavera a partir del lunes es tan absurdo como subir a la montaña y aguardar (como lo hicieron los cristianos del primer siglo) el regreso del Señor. No vendrá la primavera como tampoco apareció con Gloria el Señor de los Cielos y la Tierra. No nos equivoquemos y menos ahora que las evidencias están frente a nosotros. ¿O no es suficiente prueba saber que esto es prácticamente una «narcodemocracia»? Que aquí­ el Estado está secuestrado y no hay voluntad, valor ni inteligencia que logre sacar al paí­s del agujero negro en donde está. Estamos fritos. En el fondo eso lo sabemos todos.

Estamos tan fritos, cocinados con aceite de baja catadura, que muchos prefieren refugiarse en las Iglesias. La idea es ponerse en las manos de Dios porque en el fondo se reconoce que «no hay nada qué hacer». Se renuncia a este mundo y se lanzan a los brazos del Señor. Las Iglesias son lo que en las guerras (al menos en la que yo viví­) fueron los edificios de la Cruz Roja o los Bomberos: lugares apenas seguros para refugiarse de los bombardeos.

Aquí­ hay tres cosas que podemos hacer. Primero, desengañarnos y dejar de ilusionarnos como adolescentes creyendo que el cambio vendrá milagrosamente de arriba (del Gobierno o del cielo). Segundo, comprometerse y trabajar fuerte con la ilusión ?ahora sí­- de sacar al paí­s de su aparente «castigo divino» o «maldición». Comprometerse en algún proyecto polí­tico es deseable, recomendable y hasta de premio eterno, aunque no todos están llamados a hacerlo exactamente así­. Y, finalmente, encomendarse a Dios para que la imbecilidad abundante y generosa de esos lugares, me refiero a los polí­ticos, no se le pegue. No espere mucho de lo que viene, desilusiónese, pero empiece a soñar en su propio proyecto.