Hoy, último martes de diciembre, último también del año, es mi última entrega de 2008. Si llegamos, la próxima será precisamente el Día de Reyes, el martes 6 de enero. Con tantos acontecimientos a comentar: los cincuenta años de la Revolución Cubana; el fratricida y ancestral conflicto del Cercano Oriente; el final -por fin- de la nefasta administración de Los Halcones, con George W. Bush como marioneta principal. O en el ámbito local: lo sintomático del comportamiento de los jueces con el aparecimiento de los prófugos y los irónicos arrestos domiciliares «impuestos»; la justicia que anda de vacaciones, en nuestra eterna impunidad; el descontento por el «salario mínimo», muy poco para muchos, demasiado alto para otros; o de las torpezas de los cipayos periodísticos al servicio del monopolio de la televisión abierta. Bien, nada de ello: me detendré haciendo una reflexión ajena a esos temas.
Muchas veces creemos que hemos caído en la ronda de infortunios por un castigo divino, por mala suerte, o por error. Y esos sentimientos se dan por la tendencia humana a justificarlo todo, todo lo que nos rodea. Interpretación teológica en la mayoría de los casos; la conjugación del destino en combinación con la anterior y con ello nuestra «suerte» es definida como mala o buena. Hemos caído sí, presas de nuestras propias trampas. Nos hemos dejado atrapar por las circunstancias y por acomodo hemos generado dependencias.
Todos tenemos la tendencia a la dependencia. Lo que distingue a unas dependencias «buenas» de las «malas» es su aceptación social. Es como con el alcohol. í‰ste está universalmente aceptable (aunque se reproche en todas partes la dependencia acentuada del alcohólico). Pero éste es más destructor (en los daños al organismo por su sola ingesta) que masticar las hojas de coca o un cigarrillo de marihuana. Y entonces sucede que la dependencia de éstas dos últimas, al estar castigadas y restringidas, se transforman desde su inicio en «malas» dependencias, por lo tanto objeto de persecución a su consumidor o dependiente.
Y así reaccionas con todo apreciable lector. Nuestros hábitos cuando son socialmente aceptables son «buenos hábitos». Pero cuando dejan de serlo se constituyen en vicios. Y nuestro entorno social se constituye en el muro de los condicionantes que determinan nuestra estabilidad. Si nos desplazamos dentro de éste, se produce la sensación, la percepción de armonía, de equilibrio. Si se pretende salir del mismo, entonces nos adentramos en las conductas antisociales. Y éstas serán tan pronunciadas como nuestra manifestación de rompimiento de las normas, de las reglas.
Nuestro mundo contemporáneo parece que ha trastocado los pilares de las normas que fueron las rectoras de nuestros antepasados inmediatos. Con las caídas de las barreras provocadas por los excesos de las facilidades en la comunicación, cuyo uso está determinado por exclusivas habilidades individuales, se ha producido un cambio de orden global. Tan impactante como el climático. Tan leve en sus índices, pero tan pronunciado en los golpes que propaga. Nuestra humanidad está en el borde de lo que antes normó y a punto de dar el siguiente paso, en la construcción de las nuevas concepciones de lo que se denominarán los equilibrios económicos, sociales y también políticos.
Estamos en el Siglo XXI, es la era de las comunicaciones sin barreras. Ocurra donde ocurra, lo sabemos en instantes. Es la fuerza de las telecomunicaciones para quienes tenemos acceso a tales medios. En tanto leía estas líneas, apreciable lector, han transcurrido digamos que unos diez minutos hasta este punto. En este mismo lapso han dejado de existir por razones de hambre, en promedio a escala mundial más o menos quince personas, entre hombres, mujeres y niños. Y en este mismo tiempo se han gastado para hacer, distribuir o emplear un arma de destrucción masiva, en promedio 740 dólares de los Estados Unidos de América. Esa es la lógica que se está imponiendo. Por ello y otros aspectos, los principios que permitieron llegar a la humanidad hasta este punto se están trastocando. Se están transformando. Nos están transformando. Un año nuevo. Y una poderosa acentuación de los nuevos principios y valores que se imponen. Nos los imponen.