La historia del arte se ha construido con base en las rupturas; es decir, un arte evoluciona debido a que el arte vigente choca contra un «nuevo arte», que desafía a la tradición; habitualmente, las nuevas generaciones de artistas no se sienten cómodas con los patrones de arte vigentes, por lo que buscan rechazarlos y proponer un arte alternativo.
Esta es una idea, más bien, hegeliana, si se quiere, en donde el arte vigente es una «tesis» y los nuevos artistas y sus propuestas conforman la antítesis; como resultado, el arte evoluciona hacia la síntesis.
De esa forma, los artistas barrocos rechazaron el equilibrio y la mesura del Renacimiento; los neoclásicos no estaban de acuerdo con los excesos del Barroco; de esa forma, los románticos pelearon con la pasividad neoclásica, y luego los realistas se mostraban en contra de la evasión al pasado de los románticos.
Así, cada movimiento se muestra en contra del anterior. En el siglo XX, esta dialéctica se aceleró; de ahí, surgen las vanguardias, que son rechazos radicales a todo arte anterior.
Sin embargo, como decía Octavio Paz, la ruptura se ha vuelto tan tradicional, que se pierde el sentido de ello. Los nuevos artistas pretenden rechazar todo lo anterior para marcar distancias generacionales, pero sin darse cuenta en qué o cómo se quiere realizar la ruptura.
El suplemento de hoy presenta a dos artistas que han dejado huellas en Guatemala y Latinoamérica. Uno, el escultor y pintor Roberto González Goyri, quien perteneció a la generación de artistas de 1940 que realizó profundas reformas al arte nacional, a fin de conducirlo a la modernidad.
El otro, el escritor Mario Roberto Morales, quien perteneció a la generación de narradores que renovaron las letras guatemaltecas en la década de los setentas, en el momento en que la mayoría de escritores imitaban torpemente a Miguel íngel Asturias.
Ambos fueron grandes renovadores, y que con sus aportes realmente constituyeron en la ruptura con el arte anterior de entonces, para transformarlo en uno más rico y mejor.