La Tierra está enferma. La Tierra tiene una enfermedad causada por el ser humano y, el mismo ser humano ya no puede revertir los acontecimientos que indefectiblemente se suceden uno tras otro y que cada vez empeoran en un efecto dominó sin fin. La voracidad de, comparativamente, pocos seres humanos, ha traído la más grande de las tragedias que podría el hombre infligir a la sublime creación de Dios: la Tierra y la magna diversidad de su contenido, incluyendo al ser humano.
No debemos confundir la magnesia con la gimnasia, pero existen citas bíblicas que deben anotarse porque son verdades ineludibles, tanto desde el punto de vista espiritual como material. Pablo nos dice oportunamente en 1 de Timoteo 6:7 “porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar.” 1 de Timoteo 6:10 “porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores”.
¿Por qué está enfermo el planeta? Marcos Eduardo de Oliveira nos explica que por lo menos desde el Neolítico (12 mil años antes de Cristo) las sociedades consumen a un ritmo cada vez más voraz los recursos naturales. Resulta que este consumo desde entonces ha sido agresivo, hostil… abusivo. A un ritmo acelerado se busca de todo y, a cualquier precio, el crecimiento económico, ya que éste ha sido tergiversado como sinónimo de progreso. Por esta razón, se talan los árboles, se queman bosques, se destruyen los ecosistemas y se contaminan el aire y el agua.
No hay lugar a dudas que la actividad económica ha sido muy agresiva cuando se trata de extraer recursos naturales, desarrollar procesos de producción y post-consumo final, y producir desechos, comprometiendo, grosso modo, la capacidad del planeta Tierra para enfrentar esta situación. En otras palabras, esto puede traducirse como la era de la “Economía destructiva”.
En la Era de la Economía Destructiva, Lester Brown (Eco-Economia: Construindo uma economía para a Terra) nos dice que «las capas freáticas de China disminuyen 1,5 metros por año. En todo el mundo, los bosques se están reduciendo más de 9 millones de hectáreas por año. El hielo del
Mar Ártico, sólo en los últimos 40 años, se redujo en más del 40%».
Es ampliamente sabido y comentado que en la capital de Guatemala el agua freática, la única disponible por la absoluta negligencia municipal, disminuye alrededor de tres metros cada año y cada vez se autorizan más edificios, fábricas y colonias. Quienes pagan el precio son los más pobres, porque les quitan agua para trasladarla a los edificios de los más pudientes.
El caso del agua potable, para seguir en este ejemplo, es sorprendente. La cantidad de agua dulce disponible en la Tierra es sólo el 0,5% del total del agua, incluidos los casquetes polares. Debido a la urbanización intensiva, la deforestación y la contaminación por actividades industriales y agrícolas (bases de un crecimiento económico sin límites), incluso esta pequeña cantidad de agua está disminuyendo, causando la desertización progresiva de la superficie de la Tierra. El consumo de agua como resultado de la urbanización, se duplica cada 20 años.
El desperdicio del agua en Guatemala continúa galopante. Vemos que no hay siquiera campañas serias para concienciar a los residentes para amortiguar el desperdicio, menos hay programas de introducción de agua a la Capital. ¡Funesta la pasión de la irresponsabilidad municipal!