Cuando asistí al III Curso Nacional de Medio Ambiente y Desarrollo, realizado por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO, no imaginé hasta dónde me serviría ese conocimiento para comprender con alguna profundidad, doce años después, la verdadera dimensión del problema y del peligro que afronta la humanidad con respecto a la explotación abusiva de la Tierra.
Las teorías y las ciencias ambientales son integrales y por tanto, involucran ciencias ecológicas, ciencias políticas y ciencias sociales. Si nos vamos a los terrenos espirituales, pues también pueden involucrarse, tal y como lo hicieron muchas otras civilizaciones inspirando su conocimiento y estudios ecológicos en el misticismo de sus dioses porque, contra lo que sostienen los evolucionistas, la creación es tan compleja que la ciencia moderna, incluyendo la tecnología de punta de las superpotencias, está literalmente en pañales con respecto a la grandiosidad de la creación, tanto en lo macro como en lo micro.
Eric Hobsbawm en la última página de su conocido libro La era de los extremos o Historia del siglo XX (1994) hizo la siguiente observación: «El futuro no puede ser la continuación del pasado; nuestro mundo corre el riesgo de explosión e implosión; tiene que cambiar; la alternativa a un cambio de la sociedad es la oscuridad».
Técnicamente, la hipótesis o Teoría de Gaia es un conjunto de modelos científicos de la biosfera en el cual se postula que la vida fomenta y mantiene unas condiciones adecuadas para sí misma, afectando al entorno. Según la hipótesis de Gaia la atmósfera y la parte superficial del planeta Tierra se comportan como un todo coherente donde la vida, su componente característico, se encarga de autorregular sus condiciones esenciales tales como la temperatura, composición química y salinidad en el caso de los océanos. Gaia se comportaría como un sistema autorregulador (que tiende al equilibrio). La teoría fue ideada por el químico James Lovelock en 1969 (aunque publicada en 1979) siendo apoyada y extendida por la bióloga Lynn Margulis. Lovelock estaba trabajando en ella cuando se lo comentó al escritor William Golding, fue éste quien le sugirió que la denominase «Gaia», diosa griega de la tierra (Gaia, Gea o Gaya).
La concepción de la Tierra como un organismo se remonta a los trabajos de los Naturphilosophen. Entre ellos, Henrich Steffens (1773-1845) concibió la historia de la Tierra como si se tratase de un ser vivo compuesto de diferentes órganos.
Por las razones anteriormente expuestas, en esta columna se ha hecho referencia a la Tierra como un ser vivo al que los seres humanos persistentemente le hacemos daño y el por qué de las firmes batallas contra los madereros, los mineros y los demás exterminadores que permanecen en la destrucción de nuestra casa, de nuestro hogar que es el único lugar en el universo conocido en donde existe la vida como un regalo supremo para el ignorante y desagradecido ser humano. ¡Y vaya si no es ingrato el humano!
Parecería que los macrodestructores de la Tierra fueran todos eunucos y que no contaran con una descendencia a la que le van a entregar un mundo, en donde tendrán que vivir sus nietos como seres degradados debido a la propia voracidad de sus ancestros, quienes ahora cambian los recursos naturales por inmensas cuentas bancarias que de nada servirán cuando la vida empiece a agotarse… para el ser humano en el planeta.
¡Cuidado con la liberación de microorganismos!