La telaraña presidencial


Hace varios años se acuñó la frase de que la Casa Presidencial era una casa embrujada porque quien entraba allí­ como inquilino cambiaba casi mágicamente y nunca para bien, sino siempre para ponerse al servicio de los poderes fácticos del paí­s. La explicación era conocida por muchos, pero no se hizo explí­cita sino hasta ahora que el presidente Colom usó el expediente del espionaje para librarse de Carlos Quintanilla, con lo que se abrió la enorme cloaca que ha sido siempre el tema de las escuchas y el chantaje consecuente que los poderes paralelos imponen al gobernante en nuestro paí­s.


Todos los presidentes civiles que ha tenido Guatemala fueron polí­ticos que en su momento despertaron interés y confianza en el electorado. ¿Por qué cambiaron tan radicalmente una vez en el poder? La explicación hay que encontrarla en esa telaraña que se teje alrededor del jefe de Estado y que les permite a los que hacen las escuchas conocer de primera mano las intimidades del mandatario. Y cuando hablamos de intimidades no nos referimos únicamente a las de alcoba, que también son parte de ese escrutinio, sino también a las que tienen que ver con la forma en que se distraen y la forma en que se comprometen con los distintos interlocutores.

La presidencia es un lugar a donde confluyen la mayorí­a de los intereses económicos en el paí­s. No es casualidad que se diga que no hay fortuna que haya surgido sin algún tipo de palanca en el poder público guatemalteco porque todas, sea por exoneraciones o por otros privilegios más burdos, han gozado de trato especial para florecer. Y de todo eso han llevado registro los que tienen al presidente de turno del cogote, puesto que la bitácora es tan abundante como para pasar facturas al que no se alinea como «Dios manda».

Y eso por no pensar que algunos de los que han llegado de inquilinos al centro del poder en Guatemala puedan haber tenido algunas debilidades comprometedoras que son, esas sí­, la tapa al pomo para ejercer el control más absoluto. Desde el gusto por el trago o cualquier sustancia hasta el uso del poder como afrodisí­aco, todos esos ingredientes terminan siendo oro puro en manos de los que saben cómo escuchar y espiar en el centro mismo del poder.

Por supuesto que no es espionaje como en las pelí­culas, relacionado con asuntos de seguridad del Estado o de la hegemoní­a de las potencias sino que simplemente de asuntos propios de la aldea polí­tica que somos. Pero quien sabe con quien habla el Presidente y de qué habla lo puede tener de la mano con una simple expresión impropia que el gobernante haya dicho, no digamos con alguna orden que pueda ser comprometedora. Y de todo eso ha existido registro meticuloso.