La tarea no es fácil, pero no es imposible


Oscar-Clemente-Marroquin

En poco más de una semana el general Otto Pérez Molina será investido como Presidente de la República y empezará un perí­odo de cuatro años en el que enfrenta la disyuntiva de convertirse en uno más de la ya larga lista de gobernantes que llegan al poder para beneficio personal, de sus financistas y amigos, o de emprender y dirigir el proceso de transformación que requiere Guatemala. El primer camino es relativamente sencillo y acaso lo más duro sea conseguir esa piel de danta que han usado los que lo han seguido para que les resbale la crí­tica y puedan tener el suficiente cinismo para reí­rse de lo que diga o piense la gente.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

 


El otro camino es muy difí­cil, lleno de vericuetos y dificultades, pero no es, para nada, una ruta imposible de transitar. Que nadie la haya escogido no quiere decir que no se pueda recorrer, sino simplemente que nadie ha tenido el sentido de la responsabilidad histórica que se vuelve mucho mayor cuando se asume el mando en las condiciones tan crí­ticas y gastadas de nuestro modelo polí­tico y con instituciones carcomidas por el cáncer de la corrupción y la ineptitud. Sentido de responsabilidad y agallas, porque hay que decir que son tantos los que se benefician del régimen de corrupción e impunidad que plantearán resistencias formidables el dí­a en que vean amenazados sus privilegios que les permiten literalmente saquear al erario.
 
 La falta de valor, de sentido de la responsabilidad histórica y de decencia, hacen que nuestros gobernantes se acomoden a vivir dentro de ese sistema podrido que convierte el servicio público en una especie de patente de corso para sacar ventaja de las debilidades institucionales que hacen del Estado una gigantesca arca abierta en la que los elegidos siempre pueden meter la mano.
 
 Otto Pérez Molina sabe perfectamente que ese modelo polí­tico está viviendo ya sus últimos estertores y que la ineficacia de un Estado tan corrupto complica seriamente la gobernabilidad del paí­s y más temprano que tarde hasta un pueblo con sangre de horchata termina hartándose. Eso significa en términos reales que existe una alta probabilidad de que si escoge el camino de sus predecesores termine siendo el sepulturero de la mal llamada transición a la democracia y por ello es que ahora, más que nunca, se impone una reflexión patriótica, de profundo sentido de la responsabilidad histórica, para dirigir un gobierno que marque la diferencia, un gobierno que verdaderamente se ocupe de los asuntos relacionados con el bien común.
 
 Pérez Molina tiene la formación y la experiencia para entender esa disyuntiva que la vida le plantea en estos momentos. Pocos gobernantes han llegado con una experiencia tan ví­vida como la que él tuvo durante los dos años y medio en que fue fundamental en el gobierno de Ramiro de León Carpio y conoce, por lo tanto, no solo las potencialidades que da el poder sino las muchas condicionantes que van surgiendo y que son capaces de anular la personalidad, de aniquilar el patriotismo, de hacer añicos el sentido del deber.
 
 Sigo pensando que nuestro modelo está tan contaminado que serí­a titánica la tarea de realizar cambios significativos, de fondo, puesto que se tienen que tocar muchos intereses creados que tienen magnitudes inconmensurables. Por ello es que no es un reto para cualquiera, sino que hacen falta cualidades especiales, con una visión de la historia y sentido del futuro muy claros. No es, pues, tarea para pusilánimes o mediocres, ni para ambiciosillos ineptos que se encandilan con el poder y corren tras las mordidas. El desafí­o es inmenso, riesgoso y difí­cil, pero de ninguna manera es una misión imposible.