La superioridad de una raza


Oscar-Clemente-Marroquin

Evidentemente el señor Mitt Romney tiene un larguísimo camino por recorrer para entender los vericuetos de las relaciones internacionales. Primero fue a Londres a cosechar una andanada de críticas ripostando las babosadas que fue a hablar respecto a las Olimpiadas y posteriormente en Israel se terminó luciendo como un completo ignorante al que bastó una expresión para enajenarse para siempre la enemistad del pueblo palestino.

Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt


Romney no sólo ofreció que si llega a ser Presidente de los Estados Unidos hará lo que ningún país del mundo ha querido hacer, es decir situar su embajada en Jerusalén, sino que además hablando de los indicadores económicos en esa región del mundo, atribuyó a condiciones raciales la mejor posición que reflejan los números del pueblo judío en comparación con los que se pueden observar en las comunidades palestinas.
 
 Si los judíos fueran un poco sensatos hubieran rechazado ellos mismos la torpe expresión de Romney porque al considerar que hay condiciones raciales que colocan a un pueblo en ventaja sobre otros no se puede sino recordar las expresiones que en ese sentido pronunciaba con tanta insistencia la Alemania de Hitler cuando el tema de la superioridad de la raza aria terminó siendo argumento para justificar el exterminio de los judíos en los tenebrosos campos de concentración. Por supuesto que la reacción de las autoridades de Israel ha sido de complacencia con lo que ha dicho Romney porque para ellos es más importante el tema de Jerusalén que entender lo absurdo de que entre ellos mismos se reviva el asunto de la superioridad de alguna raza.
 
 Romney viajó a Israel para revertir el apoyo mayoritario que según las encuestas tienen los judíos norteamericanos hacia la candidatura de Obama y no se le ocurrió nada más que poner a su país como alfombra de los israelíes de cara al conflicto que mantienen con el pueblo palestino. Es evidente que la influencia de la comunidad judía de Estados Unidos tiene un peso político muy especial, sobre todo en el financiamiento de las campañas políticas, y que Washington adapta su política a esos intereses, pero lo hace con cierto sentido del decoro para mantener al menos la apariencia de que puede ser un buen árbitro en el espinoso tema del proceso de paz que permanece estancado pese a los buenos (o por los malos) oficios de las Naciones Unidas.
 
 Romney, sin embargo, demostró su absoluta ignorancia e incapacidad en política exterior al someterse en forma tan abyecta a las posiciones más radicales de Israel y demostrar deprecio por la raza palestina. Ciertamente los indicadores económicos del pueblo de Israel son mejores que los de los palestinos, pero las condiciones en que se desarrollan ambas comunidades son muy distintas y el peso específico que tienen las sanciones y barreras que los mismos judíos les ponen a los palestinos pesan mucho, además de que al carecer de una estructura orgánica como Estado, se les dificulta dar coherencia a políticas de desarrollo. No se pueden comparar peras con manzanas y eso fue lo que hizo Romney al pasar por alto que estaba viendo cifras de un Estado con las cifras de pueblos que precisamente vienen luchando porque se les otorgue el reconocimiento al que tienen derecho para constituir su propio Estado.
 
 Si Romney considera que los palestinos están fregados porque racialmente son inferiores, uno entiende por qué su política migratoria hacia los hispanos es tan radical. El racismo del candidato republicano le salta por los poros y no pudo contenerse ni siquiera en términos de la corrección política, misma que mandó por un tubo con tal de quedar bien con los financistas judíos.