Laberinto: lugar formado de caminos entrecruzados que confunden al que está dentro, dificultándole la salida. Lugar confuso, enredado o muy complicado. Entretenimiento gráfico consistente en un dibujo en el que hay que hallar la salida o llegar al objetivo. Oído interno de los vertebrados, compuesto por un conjunto de pequeños conductos y cavidades. Tomado de un artículo del Debanne y Meirovich sobre Pierre Bourdieu, Revista Anagrama, Medellín.
Cuando leí por primera vez el libro de Octavio Paz El laberinto de la soledad, me maravilló cómo un poeta y ensayista de su sensibilidad, había sido capaz de penetrar tan profundamente en el alma del mexicano para resignificarlo ante el mundo intelectual, de forma tan sabia. Ese libro ha sido editado y reeditado desde su original impresión, a mediados del siglo XX, como un estudio magistral del original poblador de estos caminos tan nuestros. Retomo algunos párrafos: “en nuestro territorio conviven no sólo distintas razas y lenguas, sino varios niveles históricos. Hay quienes viven antes de la historia; otros, desplazados por sucesivas invasiones, al margen de ella. Y sin acudir a estos extremos, varias épocas se enfrentan, se ignoran o se entre devoran sobre una misma tierra o separadas apenas por unos kilómetros. Bajo un mismo cielo, con héroes, costumbres, calendarios y nociones morales diferentes, viven “católicos de Pedro el Ermitaño y jacobinos de la Era Terciaria”. Las épocas viejas nunca desaparecen completamente y todas las heridas, aun las más antiguas, manan sangre todavía. A veces, como las pirámides precortesianas que ocultan casi siempre otras, en una sola ciudad o en una sola alma se mezclan y superponen nociones y sensibilidades enemigas o distantes”: Octavio Paz, EL LABERINTO DE LA SOLEDAD (1950).
“…y todas las heridas, aun las más antiguas, manan sangre todavía”…Paz hablaba de México, pero también de Guatemala, de Perú, de Latinoamérica. Y lo hizo a mediados del siglo pasado, pero pareciera haberlo hecho este fin de semana, al leer los diarios del sábado 11 de mayo de 2013. Señala esa presencia de nieles históricos que nos pueblan con sus fantasmas, con sus guerras de colonias y otras de militares y guerrilleros, de indios y mestizos, tomando el fuego sagrado de la vida para volverlo humo, para cortar vidas, para anclarnos en el odio, para militarizar estas tierras, para volvernos más inhumanos a cada momento.
Otra parte de su bellísimo libro: “el lenguaje popular refleja hasta qué punto nos defendemos del exterior: el ideal de la «hombría» consiste en no «rajarse» nunca. Los que se «abren» son cobardes. Para nosotros, contrariamente a lo que ocurre con otros pueblos, abrirse es una debilidad o una traición. El mexicano (como el guatemalteco) puede doblarse, humillarse, agacharse, pero no rajarse, esto es, permitir que el mundo exterior penetre en su intimidad. El «rajado» es de poco fiar, un traidor o un hombre de dudosa fidelidad, que cuenta los secretos y es incapaz de afrontar los peligros como se debe”. Hubo militares de la guerra que sufrimos casi 40 años, se tomaron a pecho este concepto y no se rajaron. Pese a que sabían lo que estaba pasando. Y ahora pagarán las consecuencias. Lo harán en su soledad, en su laberinto, un lugar donde no se permiten las huidas. Caminos entrecruzados. Oídos que no quisieron escuchar los lamentos. Hay quienes viven en la prehistoria y allí se quedarán para siempre. Ya lo dijo Octavio Paz, la soledad es un laberinto.
Para salir de aquel embrollo militar, tomaron decisiones tan jodidas, que no les importó el sufrimiento que hiciera falta y el que fuese necesario. Ni de uno ni de otro bando. Ahora no extraña ver a un personaje tan simbólico… caer con todo su “peso” político, tras ser arrastrado por sus malas decisiones. Confuso, enredado, complicado. ¿Qué seguirá?