La notoria dificultad que tenemos los seres humanos para admitir sencillamente cuando se comete un error o una omisión, se incrementa exponencialmente cuando uno sufre de ese vicio de la soberbia que, curiosamente, se da más entre gente que está acostumbrada a escuchar la lisonja y el elogio de los sobalevas que no faltan en las esferas del poder. No es fácil, para nadie, reconocer fallas, sobre todo cuando las mismas tienen tremendas consecuencias en la vida (literalmente hablando) de otras personas.
Y por supuesto que cuando algún periodista o medio de comunicación señala esas fallas, esos errores o tales omisiones, la reacción del soberbio es de inmediato rechazo sin siquiera un segundo para pensar y reflexionar sobre el contenido de los señalamientos porque, «a cuenta de qué esos periodistas se atreven a criticar a quien todo lo hace bien, quien todo lo sabe y quien está investido de la autoridad». Y piden a los periodistas que den soluciones en vez de crítica, olvidando que es a ellos a quienes el pueblo les paga para que se ocupen de las soluciones y, ciertamente, no se embolsan una bicoca sino salarios mucho más que decorosos. Pero ya que hablamos de soluciones, la primera es que los funcionarios entiendan que son servidores públicos y no amos del pueblo. Como buenos servidores están expuestos y sujetos a la crítica no sólo de los periodistas sino de cualquier ciudadano porque, al fin y al cabo, en eso consiste el ejercicio del poder en un sistema democrático. Otro argumento socorrido es que en tiempos de crisis no se debe criticar, sino simplemente ayudar y apoyar. Si no es en medio de una crisis, cuando afloran los problemas, que se señala su existencia, nunca se podrá hacer. Eso de no criticar en tiempos difíciles es como el argumento de los que no quieren pagar impuestos y siempre dicen que no está el tiempo para subir impuestos. Nunca será buen tiempo para que les propongan aumento tributario, de la misma manera que nunca jamás será buen tiempo para la crítica porque siempre hay excusas y razones para pedir que todos metamos el hombro. Pero es que meter el hombro puede y debe ser muchas veces advertir sobre los problemas existentes, derivados en muchos casos de errores de ejecución o de omisiones tremendas que repercuten en las deficiencias estructurales que padecemos. Aunque no lo acepten los funcionarios y les parezca impropio a muchos, la crítica es indispensable para mejorar y la misma no se puede posponer para tiempos maravillosos en los que no se presenten problemas en lontananza.