Hace poco más de dos semanas, en un domingo que fue normal para todos, no lo fue así para Jorge (nombre ficticio), que se hallaba desesperado sin poder encontrar salidas a los callejones oscuros que esta sociedad le había impuesto. Concluyendo los veintes, Jorge ya había logrado con éxito una carrera universitaria y se disponía a enfrentar el plato fuerte que incluye sobrevivencia material, inseguridad en distintos niveles, una ciudad con una oferta privatizada de los servicios y un Estado precario que se corroe de corrupción, del cual sus administradores se sirven en un burdo festín que lastima.
Pero además Jorge tenía el desafío de encarar una sociedad conservadora que no concibe al que se sale de los caminos designados por el Señor. Su identidad sexual le había dispuesto a caminar una ruta llena de discriminación y señalamientos, relegado probablemente a vivir determinadas facetas de su vida, en la sombra, sin libertad y realización plena. Cabe preguntarse si el resto de mortales tienen plenitud en este ámbito de la vida?, ¿si Jorge no podía gozar plenamente su sexualidad, sí lo pueden hacer los que supone esta sociedad judeocristiana como los normalitos? ¿Cuáles son los estragos en las profundidades de la psique humana, sobre la asociación profunda de sexo con el pecado? Lo que trato de señalar es la doble o triple moral de esta sociedad, que juzga sin observar que dentro de su propia casa, la sexualidad está recluida en la alcoba de los padres, lugar en el que sí se permite el albedrío pero controlado, siempre que su función esté enfocada en la seriedad de la reproducción de más hermanitos para el clan familiar. Jorge, proveniente de una familia tradicional como casi todas en este país, tuvo el apoyo de los suyos, lo que no era así necesariamente en la calle donde enfrentaba seguramente las sospechas discriminatorias de su identidad sexual. La homofobia es una reacción violenta que devela y expone el temor y el machismo del perpetrador. En parajes decadentes y atrasados como este país, se pueden encontrar joyas medievales como el anuncio que circula en la red y que convoca una ingeniera química y militante de juventudes opusdeisianas, a una especie de taller de autoayuda que promete la cura a la homosexualidad (¡!). El desarrollo de la sexualidad ha sido en dirección proporcional al desarrollo del capitalismo (Foucault). Hace mucho tiempo, él también nos demostró que esta condición humana fue cuidadosamente encerrada en la habitación controlada de la moralidad. Poco antes de aquel domingo, Jorge se entera que es portador del fatal virus y con manifestaciones bruscas de los síntomas, su cuerpo empieza un franco deterioro y la angustia empezaba a cerrarle los caminos. En la sociedad moderna, la sexualidad se refuncionalizó y se perfeccionó como mecanismo sutil de poder, como filtro para aceptabilidad y clasificación. Dos hospitales, uno público y uno privado, le negaron a Jorge la atención inmediata en actitud de desprecio hacia su vida, se le negó el derecho a la salud. El sistema le cerraba la última puerta y Jorge se lanzaba al vacío desde el puente del Incienso en horas de la mañana de aquel séptimo día. En potreros moralinos como Guatemala, la sexualidad apenas empieza a despertar del sueño medieval. Ni siquiera es mecanismo de control sino de represión culposa y moralista, de la misma manera que las relaciones de producción aún se hallan en etapa premoderna. Jorge es otra víctima del pensamiento decimonónico y atrasado de esta sociedad que se espanta por la demanda a sentir placer, a vivir, algo intrínsecamente humano; la exclusión lo llevó a la muerte.