En esta época de ánimos caldeados debemos ser objetivos y reflexivos. A pesar de que vivimos en un país donde al año se mueren casi 6 mil personas por la violencia, donde más del 50% de la niñez padece de desnutrición, el sistema de salud es deficiente y no hace labores preventivas, nuestros niños se mal educan y más del 50% de nuestra población nace pobre con altas probabilidades de morir igual o peor, estando, además, desbordados por una corrupción insoportable y teniendo a los migrantes como la base de nuestra economía, no me deja de llamar la atención que para algunos, la sentencia por genocidio sea lo peor que nos pudo ocurrir.
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Y arribo a esa conclusión por la forma en que han reaccionado diversos sectores de las sociedad, para quienes el parte es sin novedad, por indiferencia o complicidad, en lo temas de corrupción, transparencia e impunidad, en el financiamiento de las campañas políticas que deriva en el secuestro del poder Ejecutivo y Legislativo, sin mencionar el aparato paralelo en el sector justicia, que se traduce en magistrados y jueces electos por razones políticas tras un secuestro de las comisiones de postulación y los entes que las conforman.
Ante la magnitud de problemas que tenemos como país, ahora nos hemos enfrascado en el clímax de una guerra ideológica, utilizando cualquier herramienta que tengamos a nuestro alcance. No deja de ser paradójico que los acusados en el proceso de genocidio hayan contratado a los abogados afamados porque saben manipular el sistema y que ahora sean ellos los que se quejan que el sistema fue manipulado y presionado para emitir una condena por genocidio.
No podemos decir ahora que el sistema fue manipulado cuando ha venido siendo instrumentalizado cuando se les da la gana y neutralizado para proteger diversos y variados intereses. Tan grave es que la Presidenta del Tribunal haya alzado sus brazos a quienes deseaban una condena y que la hayan visto al día siguiente con personas, aparentemente extranjeras, como que uno de los procesados haya incluido en el juicio a un abogado que confiesa tener mala relación con la Presidenta del Tribunal, pidiendo que por eso se separara a ésta del proceso y solicitando de paso, el primer día de debate, la suspensión del mismo aduciendo que no conocía la causa, tal y como lo han logrado en muchas ocasiones. No puede, el juicio más importante de la historia nacional, ser afectado por ese tipo de conductas.
Los de la derecha dicen que los grupos de izquierda necesitan de este tipo de situaciones para poder seguir cobrando y viviendo de la ayuda internacional y los de la izquierda dicen que para los derechistas es importante negar los abusos y excesos ocurridos en la guerra; lo cierto del caso es que el país termina pagando los platos rotos. Pocas voces objetivas en momentos apremiantes en los que debería prevalecer la razón que nos permita abordar las cosas sin sesgos y radicalismos.
Si el sistema fue manipulado trabajemos para que nada ni nadie lo pueda manipular, pero no podemos guardar silencio cuando la manipulación es hacia la impunidad. La sentencia en contra de Ríos Montt nos servirá como excusa para un nuevo enfrentamiento, pero no la utilizaremos como punto de partida para cambiar una trágica realidad del país que se resume en los primeros dos párrafos de este artículo. Yo he dicho que somos un país que no mira las cosas de fondo y que al final de cuentas nos importa más quien la paga y no quien la debe.
Si reconocemos que hubo excesos en la guerra, es necesario que la justicia pueda ventilar los hechos (de ambos lados de la ecuación) para evaluar si los mismos encuadran en alguna conducta delictiva tipificada en el Código Penal y que ello nos dé paso a encontrar la verdad que nos permita caminar a la reconciliación para darle la vuelta a nuestra realidad.
Entiendo que cada quien tiene el derecho de pronunciarse al respecto, pero que gusto me daría ver esa misma rabia y radicalización con la que se pronuncia la gente a favor y en contra del caso de genocidio, pero por la trágica y cotidiana realidad que vivimos como país y que a la mayoría nunca le preocupa y por eso el tema ni siquiera se aborda.