La semana que la antorcha olí­mpica se chamuscó


Gabriela Sabatini, la ex tenista argentina, conduce la antorcha por su paso por Buenos Aires. Pese al respaldo de los deportistas, el paso de la antorcha ha despertado polémica y no unión, como era su objetivo.

La antorcha olí­mpica que debí­a consagrar la proyección internacional de China se convirtió en un hierro candente para el régimen comunista, que busca reparar su imagen deteriorada por las denuncias de represión en Tí­bet y el atropello a los derechos humanos, según los analistas.


Las manifestaciones perturbaron el paso de la llama por Londres, Parí­s y San Francisco, y en las etapas que quedan hasta la inauguración de los Juegos de Pekí­n en agosto los relevos se harán bajo estrictas medidas de seguridad.

Las embajadas y los consulados chinos se convirtieron además en blanco de grupos pro tibetanos y de otras organizaciones, que cuentan con los Juegos para hacer oí­r sus denuncias contra Pekí­n por sus violaciones de los derechos humanos o por su apoyo a Sudán -acusado de complicidad en las matanzas de Darfur- o a la junta militar de Birmania.

Para contrarrestar esa publicidad negativa, las autoridades chinas decidieron recurrir a los servicios de una agencia extranjera de relaciones públicas.

Según el diario británico Financial Times, varios responsables chinos entraron en contacto con agencias británicas y estadounidenses, con la intención de contratar a una de ellas para elaborar una estrategia de comunicación de cara a los cuatro meses que faltan para la inauguración de los Juegos.

Pero la misión de revertir la mala imagen de China antes de agosto parece imposible, tanto por la brevedad del plazo como por el rechazo que las recetas elegidas pueden provocar.

Los defensores de la causa tibetana y de los derechos humanos llevan varios cuerpos de ventaja, y su gran capacidad de movilización «muestra el poder de los movimientos internacionales de la sociedad civil, que China no tomó en cuenta cuando se postuló para los Juegos», comentó Malik Mohan, experto en Asia del estadounidense Centro de Asia Pací­fico para Estudios de Seguridad (Asia-Pacific Center for Security Studies).

«El hecho de que la llama olí­mpica haya sido apagada, aunque sea por las mismas autoridades por razones de seguridad, es una victoria importante para los movimientos de protesta y una gran humillación para las autoridades chinas», agregó.

El Dalai Lama, lí­der del budismo tibetano y Premio Nobel de la Paz, fue recibido en los últimos meses por el presidente estadounidense George W. Bush y por la jefa del gobierno alemán, íngela Merkel, pese a las advertencias de China.

«La presión a favor del Tí­bet ha recorrido un largo camino. Eso no se logra en una noche», explicó T.Kumar, responsable para Asia-Pací­fico de Amnistí­a Internacional.

Cualquier agencia de relaciones públicas dudarí­a entonces de su capacidad de mejorar significativamente en tan corto plazo una imagen tan dañada.

Además «Â¿qué agencia quiere un cliente con la reputación de este paí­s en el campo de los derechos humanos? ¿Eso no le arruinarí­a su reputación?», se pregunta Gemma Puglisi, experta en comunicación para situaciones de crisis de la American University.

«El problema, y el desafí­o, es que (China) debe entender que si recurre a alguien, deberá escucharlo», dice la especialista, que no se muestra del todo pesimista, pues los chinos son «muy inteligentes» y «saben lo que está en juego» en las Olimpí­adas.

«En el espí­ritu de los ideales olí­mpicos, estamos dispuestos a ayudar a China, y gratuitamente», ironizaba el miércoles un editorial del New York Times.

«He aquí­ lo que tiene que hacer: dejar de detener disidentes, dejar de difundir mentiras sobre el Dalai Lama y empezar a dialogar con él sobre una mayor libertad religiosa y cultural en Tí­bet, dejar de permitir el genocidio cometido por Sudán en Darfur», preconizaba el rotativo.

Pero China no parece proclive a oí­r esos consejos, dado que el gobierno tildó al Dalai Lama de «lobo con hábito de monje» y le atribuyó la responsabilidad de los disturbios del mes pasado.

Según las organizaciones tibetanas en el exilio, la represión dejó 150 muertos, aunque las autoridades chinas sólo reconocen 20 ví­ctimas mortales, y dicen que todas fueron asesinadas por «agitadores separatistas».

En lo que fue sentido como una provocación, la justicia china condenó a inicios de abril a tres años y medio de cárcel al disidente Hu Jia, por haber exigido por internet el respeto de los derechos humanos.

El Comité Olí­mpico Internacional (COI) pidió el jueves que China cumpliera sus promesas de mejoras en materia de derechos humanos, formuladas cuando fue designada para organizar los Juegos. Pero el gobierno chino llamó al COI a no mezclar el deporte con «asuntos polí­ticos irrelevantes».

Para colmo de males, el gobierno chino rechazó esta semana una solicitud de la Comisionada de Derechos Humanos de la ONU, Louise Arbour, para visitar Tí­bet.