La Santa Cena


La ilustración corresponde a la Santa Cena pintada por Leonardo da Vinci, a petición de su mecenas, el Duque Ludovico Sforza

Jesús mandó a dos de sus discí­pulos a preparar el sitio para celebrar la Pascua (Pasaj, paso) y les dio esta instrucción; vayan a la ciudad y sigan a un hombre que lleve un cántaro de agua y donde entre dí­ganle al dueño de la casa: «El Maestro dice: En tu casa va a celebrar la Pascua con sus discí­pulos.»

MARIO GILBERTO GONZíLEZ R.
lahora@lahora.com.gt

Y tal como lo mandó se hizo.

La cena debí­a de tomarse recostados en las camas que estaban en la parte exterior alrededor de la mesa.

Por su autoridad, Jesús ocupó la cama del medio y se sentaron a su derecha los discí­pulos, Juan, Santiago el Mayor, Jaime, Bartolomé, Tomás y Judas Ischariotch. A la izquierda: Pedro, Andrés, Judas Labbe, Simón, Mateo y Felipe.

Después de la limpieza de la casa, era necesaria la limpieza de las manos. En este caso, Jesús lavó con humildad los pies a sus discí­pulos. Pedro se resistió porque sintió que no era digno que su Maestro le lavara los pies. Después de la explicación amplia y contundente, aceptó.

En la mesa habí­a tres platos principales: el cordero pascual asado de un año de nacido y sin manchas, las siete yerbas amargas y las yerbas dulces y pan ácimo sin levadura. Además, una vasija de vino y agua con sal.

El cordero recordaba el que comieron sus antepasados la última noche que estuvieron en Egipto y que con su sangre se hizo una marca en los dinteles de sus puertas.

Las yerbas amargas simbolizaban «la amargura del pan del destierro» y las dulces, «los manjares de la patria» a donde volvieron.

Las Karpas era el perejil -sí­mbolo de vida y de lágrimas- que se bañaban en agua salada para recordar las miserias que sufrió el pueblo judí­o en Egipto.

El Maror, es el rábano silvestre picante para hacer derramar lágrimas. Así­ recordaban la vida amarga que vivieron en Egipto.

El Jaroset, es una mezcla dulce de manzanas, nueces, miel, canela y vino, que simboliza la mezcla de arcilla -amalgama- que los judí­os usaron para las construcciones del faraón.

El Matzá es el pan sin levadura y simboliza el que llevaron en su largo viaje de retorno los israelitas a su salida de Egipto y que no alcanzó a fermentar.

El agua salada, era sí­mbolo de su paso por el Mar Rojo.

Las cuatro copas de vino, recordaban las cuatro expresiones que la Biblia hace de la liberación del pueblo de Israel.

Y las siete velas es la luz del mundo y alumbran la venida del Mesí­as. En la oscuridad siempre hay una luz que te alumbra, es el rescoldo de fe que le queda al que sale para el exilio. Solo quien lo ha vivido, está en capacidad plena de entender esta simbologí­a, porque el pan del exilio es duro, escaso y amargo.

La Pascua -pasaj, paso- recordaba la salida de los israelitas de Egipto después de un largo y doloroso cautiverio. Y era tan solemne que debí­a de cumplirse un protocolo especial de ocho pasos:

Primero: Quien presidí­a la cena, encendí­a las velas y estando todos de pie hací­a la invocación.

Segundo: Se sentaban a la mesa y se bendecí­a la cena. Se iniciaba con el perejil pasado por agua salada y los rábanos silvestres o cualquier otra hierba amarga, para recordar la amargura del pan del destierro. Se serví­a la primera copa de vino en acción de gracias.

Tercero: Se serví­a la segunda copa de vino. Se leí­a del Exodo los pasajes importantes de la salida de Egipto. Se llevaba a la mesa el cordero pascual que debí­a de ser macho, sin mancha y sin ningún hueso roto. Recordaban que era el cordero pascual que sus antepasados comieron de pie, la noche cuando Yavé pasó de largo por las casas de Egipto que estaban marcadas con su sangre.

Cuarto. El que presidí­a la ceremonia, levantaba la copa de vino y daba las gracias por la salida de Egipto. Colocaban la copa de vino en su lugar y puestos de pie, recitaban el Salmo 113. «Â¡Aleluya!. Alaben servidores al Señor, el nombre del Señor. ¡Bendito sea el Nombre del Señor, de ahora y para siempre. Desde que sale el Sol hasta el ocaso, alábese su Nombre…»

Quinto: sentados alrededor de la mesa, bendecí­an la comida. El cordero, el pan ácimo y las hierbas dulces y amargas.

Sexto: se iniciaba la cena pascual

Séptimo: Se bebí­a la tercera copa. Luego el que presidí­a la cena, tomaba la mitad del pan ácimo, lo sostení­a en alto y después daba un trozo a cada comensal. Se serví­a la tercera copa de vino, llamada la copa de la bendición- que se bebí­a puestos todos de pie.

Octavo: Para terminar la cena, se llenaban las copas de vino por cuarta vez. Puestos de pie y con la copa levantada, dirigí­an una oración de alabanza y el que presidí­a la ceremonia la daba por concluida.

Fue en la tercera copa, cuando Jesús tomó un trozo de pan ácimo, le repartió un trozo a cada uno de sus discí­pulos, dio gracias y les dijo: «Tomad y comed que este es mi cuerpo que será dado por vosotros.». Luego tomó la copa de vino -Hallel que en hebreo significa adoración- y alzándola dijo: «Esta copa es el nuevo pacto de mi sangre. Haced esto en memoria mí­a.»

San Mateo -26: 26-28- deja este testimonio: «Mientras comí­an, Jesús tomó pan, y después de pronunciar la bendición, lo partió y lo dio a sus discí­pulos, diciendo: «Tomen y coman; esto es mi cuerpo». Después tomando una copa de vino y dando gracias, se la dio, diciendo: » beban todos, porque esta es mi sangre, la sangre de la Alianza, que es derramada por una muchedumbre, para el perdón de los pecados.» Cuantas veces lo hiciereis, será en memoria mí­a. Lo mismo repiten San marcos y San Lucas. San Juan con su vuelo magistral hacia lo trascendente, anota que Jesús les dijo a sus discí­pulos: «Les doy este mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Así­ reconocerán todos que ustedes son mis discí­pulos, si se tienen amor unos a otros.»

Este mandamiento en sí­, es sencillo, muy sencillo pero dificilí­simo de realizar, porque domina al hombre una levadura diferente. Samaniego lo dice en una de sus fábulas. «Pintar una paloma, ¡que facilidad! Abrirle el pico y que coma, ahí­ está la dificultad.»

De pronto Jesús alzó su voz y dijo: «En verdad os digo que uno de vosotros me ha de entregar» Ante el asombro, reinó la confusión entre los comensales. Acaso ¿seré yo Maestro? La duda persistí­a de quien harí­a semejante traición.

El Maestro despejó la duda. «El que meta conmigo la mano en el plato, ese es el que me entregará.» Minutos después, se encontraron en el plato la mano del Maestro y la de Judas Iscariote.

Esa figura no ha desaparecido. La tenemos cerca y cuando menos lo esperamos actúa. Lo triste es cuando «un amigo» nos traiciona por un miserable plato de lentejas.

El magisterio de Jesús en la última cena, se enriquece con la enseñanza de la humildad, al lavar los pies a sus discí­pulos; instituir el sacramento de la Eucaristí­a en las especies de pan y vino; enseñar el nuevo mandamiento del amor entre sí­ y desear a los hombres la paz. «Les dejo la paz, les doy mi paz, La paz que les doy no es como la da el mundo. Que no haya en ustedes ni angustia ni miedo.»

Y el evangelista cuenta que, entonando alabanzas, se alejaron hacia el Huerto de los Olivos.