La República de China aboga por un feliz desenlace del problema con China continental y por una paz duradera


China Continental (la comunista), Rusia, Inglaterra, Irán, Corea del Norte y otras naciones de Asia y del viejo continente se han preparado para la guerra, pero a la vez, paradójicamente, han de desear la paz a pesar de la cargada atmósfera de amenazas de lí­deres gubernamentales que se ciernen, universalmente, por diversos motivos.

Marco Tulio Trejo Paiz

ífrica, no obstante que varios estados tienen conflictos internos, puede decirse que, al menos en la actualidad, esos estados se hallan al margen de problemas de carácter belí­gero en lo externo o entre sí­.

Los casos de la República de China (Taiwán) e Israel, valga hacer notar, son especiales.

Los dos pequeños gigantes -el primero de Asia y el segundo del Cercano Oriente- se encuentran preparados para actuar en posibles confrontaciones, mas se mantienen trabajando por construir una paz verdadera y duradera.

En el Hemisferio Occidental, en cambio, existen paí­ses que, asimismo, se esfuerzan por lograr que impere la paz en libertad, en democracia, pero algunos se están preparando o se han preparado ya para afrontar cualesquiera aventuras guerreristas. . .

Los Estados Unidos de América, por ejemplo, desde las guerras mundiales del siglo pasado están preparados para cualquier acción de fuerza bruta que pueda suscitarse. Es más, no se duerme en sus laureles el coloso septentrional, porque vive inventando nuevas armas disuasivas; es decir, «convincentes», sofisticadas y muy secretas, por aquello de los catastróficos como indeseables golpes tan implacables o mucho más implacables que el que casi borra del mapa a Haití­, el infortunado paí­s caribeño.

Los casos de armamentismo de la República de China (Taiwán) y de Israel son especiales, como queda dicho. Son obligados y por completo justificables, si se quiere, porque se encuentran en la mira de la China sovietizada y de los árabes, respectivamente; ebrios, estos últimos, de incomprensión, de violencia rayana en terrorismo, contra el bravo, heroico y muy progresista estado hebreo.

Menos mal que la China Continental viene sosteniendo pláticas de entendimiento pací­fico con la China Libre, pero insiste en que un dí­a de tantos, cercano o lejano, pasará por las buenas o por las malas a su ensangrentado regazo a la que tozudamente sigue llamando su separada «provincia», cuando la realidad nos dice que es un estado libre, soberano e independiente que ha dado muestras inequí­vocas de superación integral ante los ojos de todo el mundo. ¡Plausible éxito rotundo!

Es oportuno recordar que Sun Yat-Sen fundó el Kuo Ming Tan y, también, en 1911, la República de China. Fue su primer presidente. Ahora, el orgullosamente superado titán tiene su asiento en Taiwán, isla a donde el generalí­simo Chiang Kai-chek tuvo que trasladarse con sus valientes soldados tras la implantación a sangre y fuego del régimen comunista en Pekí­n, la capital de China Continental, en 1949.

Nosotros que, aprovechando la cordial invitación del gobierno que tiene su sede en Taipei, la capital de la República de China en Taiwán, visitamos en las postrimerí­as de la pasada centuria dicho paí­s del sudeste asiático, pudimos apreciar su crecimiento y desarrollo en lo industrial, en lo económico-financiero, en lo militar, en lo polí­tico, en lo educativo, en cuanto a los servicios de salud, en lo agrí­cola, en lo turí­stico, en lo artí­stico y, en sí­ntesis, en todo lo que aun con exigencia va al paso de la vida moderna.

El problema de libertad, de soberaní­a y de independencia de la República de China deberí­a o DEBE ser resuelto de una v vez por todas con ecuanimidad, con magnanimidad, con justicia y a la luz del legí­timo derecho internacional, mediante un diálogo amplio, justo, expresivo del don de gentes y, sobre todo, acorde con las realidades vivientes, para evitar complicaciones imaginables que nadie estará deseando.

Viene a cuento el que la República de China, con asiento en Taiwán, tiene a su favor la solidaridad y el apoyo de la comunidad mundial, en primer término la de los Estados Unidos de América, para que se le reconozca sin mayores ceremonias ni cabildeos como estado libre, soberano e independiente, lo cual propiciarí­a saludables relaciones diplomáticas, comerciales y de todo orden con la China Continental.