De acuerdo con la cosmovisión de los pueblos aborígenes estamos a las puertas del fin de un ciclo evolutivo en que cambiarán las coordenadas del poder sobre la base de una nueva correlación de fuerzas que serán más favorables para las grandes mayorías poblacionales a nivel global, enmarcada en la concepción del eterno retorno y, sobre todo, en que hay un cosmos que nos supera en tiempo y en espacio y que, por supuesto, condiciona el devenir de los acontecimientos en general.
La cosmovisión occidental dominante hasta ahora también tiene sus interpretación de la realidad, y, si bien reconoce que hay un cosmos que nos trasciende en tiempo y espacio, se diferencia de la cosmovisión indígena en que concibe la evolución como una espiral, como un cono que se abre y se separa de su centro a medida que avanza, por lo que a diferencia de un eterno retorno, todos los acontecimientos avanzan dialécticamente (donde lo nuevo supera a lo viejo cual una resultante que se explica de acuerdo con la ley de las contradicciones) y, si bien hay períodos de luces y sombras que parecen repetitivos, estos siempre vienen enriquecidos por la experiencia, por una etapa de devenir superior.
Independiente de cuál sea nuestra propia cosmovisión, o cuál nos parezca más acertada, lo que si es cierto es que la humanidad no podría seguir avanzando hacia el futuro carente de una cosmovisión. Ahí estriba precisamente la trascendencia del despertar de los pueblos aborígenes del continente americano, en que enmarcan su devenir dentro de una concepción contextualizada en una aspiración, lo cual actúa como una fuerza motora que los hace caminar hacia el futuro con paso seguro, con ilusión, con esperanza.
Esa posición contrasta con el mundo occidental, cuyas élites carecen de sueños de trascendencia inmersos como están en el nihilismo individualista, consumista y competitivo. Ya ni siquiera la esperanza en una vida superior allende la vida material o el perfeccionamiento del espíritu a través de múltiples reencarnaciones inspiran el día a día del mundo occidental, atrapado como está en el metalismo.
De hecho, lo que no podemos negar ni dejar de considerar es que, en la práctica, la cosmovisión indígena es una estrategia para superar la actual correlación de fuerzas que les es desfavorable y que ya dura cinco siglos, trocándola por una nueva situación en que no solo sean tomados en cuenta, sino en que participen de una cuota real de poder para definir su destino, estrategia esta cuyas tácticas hemos visto manifestarse constantemente a nivel político, económico, social y cultural, tanto en el plano nacional como internacional.
Por todo ello, es propicia la oportunidad para celebrar la cumbre de los pueblos indígenas que se está desarrollando en estos momentos en Guatemala, primero, porque los aborígenes se han ganado a pulso su derecho a la sobrevivencia; segundo, porque los aborígenes tienen harto derecho a expresar y recrear su cultura y, tercero, porque con la práctica de su cosmovisión están acicateando la arrogancia occidental.
Generación tras generación, los aborígenes mantuvieron su estirpe de pie. ¿Estaremos asimilando la lección?.