En el pasado mes de diciembre se celebró, en un hotel de cinco estrellas, en la tropical y paradisíaca ciudad de Cancún la XVI Conferencia sobre Cambio Climático. Los países centroamericanos acuerparon posiciones y comenzaron a hablar de temas sempiternos y centenarios. La poesía pública de esos cónclaves abundó en preocupaciones sobre la “asistencia humanitaria y la rehabilitaciónâ€, la “adaptación y mitigación al cambio climático†y el eterno tema del “fortalecimiento institucionalâ€.
En tal fecha, el gobierno de Guatemala llevó una comitiva muy parecida a esas que van a los Juegos Olímpicos o a los Juegos Panamericanos, con funcionarios de primera línea en el plano tecnocrático, y se lució con un portafolio de propuestas de proyectos para ofrendarlos a la poderosa comunidad financiera internacional y a los países amigos de Guatemala.
En el bla, bla bla del momento, junto con las demás repúblicas centroamericanas que sufren como nosotros las amenazas ambientales, se habló de que “la reconstrucción con transformación es una responsabilidad nacionalâ€. También se habló del “fortalecimiento de los mecanismos que permitan una mayor coherencia en términos de las contribuciones que provienen de la comunidad internacionalâ€.
Y es más, incluso se habló del tema de largo plazo vinculado con “el fomento del mercado internacional y nacional y las negociaciones en materia de certificados de carbono, así como el canje de deuda por proyectos frente al cambio climáticoâ€.
En un documento gubernamental, difundido por el Ministerio de Medio Ambiente, el país incluso invocó a la Carta de las Naciones Unidas de Derechos y Deberes Económicos, mencionando que “las políticas ambientales de todos los Estados deben promover y no afectar adversamente el actual y el futuro potencial de desarrollo en los países de desarrolloâ€.
Se hicieron abundantes llamados a la “conciencia†y a la “responsabilidad común†de los actores nacionales, así como también a la comunidad internacional para enfrentar los efectos adversos del medio ambiente en una región de severas amenazas que, combinadas con el acrecentamiento de la pobreza, parecieran sumirnos a todos en las trampas del inmediatismo y del olvido en los que se arremolina nuestro imaginario colectivo en estos temas.
Dicen los teóricos más renombrados, que nuestra época representa la sociedad del riesgo, lo cual en términos de propuestas y construcciones de política significa replantearnos una modernidad de nuevo cuño. Y es que nos hemos creído tan confiados e indiferentes a estos nuevos fenómenos, que las desgracias que vemos en la televisión o en la prensa, son aminoradas o neutralizadas en nuestra mente, sin avizorar que muchas de ellas, como el cambio climático, están a la vuelta de la esquina.
Los países centroamericanos, y Guatemala en especial, siguen en sus políticas públicas y en sus prioridades fiscales, como si nada de esto sucediera. Basta ver los desperdicios del presupuesto público en 2012 para mostrarnos impotentes ante el secuestro de los legalismos y de los parlamentos y órganos colegiados a nuestras necesidades más ingentes.
Creamos entes autónomos a diestra y siniestra que se reproducen con pactos colectivos y chancerío. Continuamos con programas tipo PACUR, construyendo obra pública chafa, de pésima calidad, sin supervisión y generando negocios a la clase política. Desperdiciamos más de Q7,000 millones de IVA-PAZ en obras de cemento y ladrillo sin prioridad una con la otra.
¡No nos quejemos entonces de que el futuro nos haya alcanzado!