La reforma fiscal integral (III)


Luis Fernández Molina

El segundo engranaje de la pesada maquinaria fiscal lo constituyen los mecanismos de recaudación. Cobrar no es fácil por la obvia razón que a nadie le gusta desembolsar. ¡Ni a usted ni a mí­! Por eso se tienen que diseñar impuestos fáciles de recaudar, difí­ciles de esquivar y eficientes para controlar. Poco rentables resultan aquellos impuestos que generan 100 quetzales pero que obligan a un montaje que cuesta 40 quetzales. Tampoco son rentables aquellos impuestos alambicados que requieren tantos requisitos que los pí­caros ven como oportunidades para evadir y los honrados ven como odiosos obstáculos; ni lo son aquellos impuestos que la gente «no está acostumbrada a pagar» (¿Va a querer factura, doñita?). En un enfoque colateral se deben reconocer los «lí­mites de los impuestos» al punto de que no asfixien determinada actividad, al grado de que no desmotive severamente un cierto accionar por lo elevado de los impuestos; por el contrario al ser un «impuesto amable» los contribuyentes reiteran sus actividades en determinado presupuesto gravado sin mayor resentimiento (lo que redunda en mayores ingresos fiscales). Por eso se debe descubrir ese punto medio, ese justo balance que por un lado genere ingresos al Estado pero que, por el otro, no mutile cierta actividad y las que de ella puedan derivarse. Y, como no podí­a faltar, la vieja discusión entre los impuestos directos e indirectos vuelve al ring. Para la corriente socialista los impuestos directos son los ideales porque obligan a tributar a las personas en función de sus ingresos o capitales, por el contrario los impuestos indirectos afectan a todos los contribuyentes sobre una base igualitaria. ¡Que paguen más los ricos! Por eso consideran que esos impuestos directos son más justos pues atacan al capital, al ignominioso capital (claro, en referencia al capital que está en manos de otros, no al que yo pudiera tener). Sostienen que los impuestos directos son más fáciles de cobrar en la medida que tienen nombre y apellido, a diferencia de los impuestos indirectos que son «difusos». El impuesto sobre la renta es el arquetipo del impuesto directo (paga el impuesto Pablo Pérez Palencia) y el impuesto al valor agregado el paradigma de los indirectos (paga el impuesto «quien sea» que compre algo). Por lo tanto los gobiernos de izquierda y centro izquierda privilegian esos impuestos indirectos y desmerecen los indirectos para «no afectar al pueblo». Sin embargo otra corriente sostiene lo contrario: que el indirecto es un impuesto más justo y que es más fácil de recolectar; que es falso que en el impuesto indirecto todos pagan por igual pues paga más el que más consume. Aunque obviamente no hay espacio aquí­ para extendernos en esa dilatada discusión (y en la que nunca llegarí­amos a un consenso) sí­ hay lí­neas suficientes para insistir en que esos temas deben abordarse de manera integral en el diseño de una verdadera reforma fiscal. Por otra parte son muy importantes los mecanismos de control porque la mayorí­a de los contribuyentes elude el tributo si lo puede hacer o al menos paga lo menos posible. Ello, evidentemente, afecta las arcas fiscales, pero deja una ponzoña, un injusto desequilibrio entre aquellos honrados que pagan sus impuestos y los pí­caros que evaden -sobre todo entre comerciantes-. Entran aquí­ el contrabando, la corrupción de funcionarios, las operaciones fraudulentas, las maniobras seudo-legales, etc. Con impuestos más eficientes menos personal se necesita para control, menos para revisiones, menos para trámites administrativos, menos para demandas judiciales -ya sean contencioso administrativas o ejecutivas-; habrí­a menos juicios y más certeza y celeridad en los cobros. (Continúa).