La reforma constitucional


La crisis institucional en Guatemala, donde el colapso se nota en todos lados y el Estado ha perdido la capacidad de cumplir sus fines esenciales, obliga a pensar que hace falta una reforma profunda del sistema para empezar un proceso de reingenierí­a que nos permita la construcción de un nuevo orden social. No es simplemente que los poderes ocultos se adueñaron de la institucionalidad hasta para nombrar a sus representantes al frente de poderes del Estado, sino de una aguda crisis de gobernabilidad que al final está costando vidas porque no tenemos capacidad de contener el crimen y la violencia.


Sin embargo, resulta que toda reforma constitucional en el marco de la Ley pasa por los mismos partidos polí­ticos que son responsables del juego y que han propiciado la debilidad institucional para permitir que el crimen organizado haga de las suyas. Si se procede a la reforma de conformidad con lo que manda la Constitución, es el Congreso el llamado a realizarla y ya sabemos que de nuestro Organismo Legislativo sólo cabe esperar adefesios peores de los que ya tenemos. Si vamos a una Constituyente para reformar lo que tiene que ver con garantí­as individuales, como serí­a el caso para permitir cateos y detenciones en horas inhábiles, los que pueden postular candidatos a una Asamblea de ese tipo son, justamente, los mismos partidos polí­ticos que tienen representación en el Congreso de la República. Por ello es que existe tanta preocupación ante la evidente necesidad de una reforma, porque al fin y al cabo está demostrado que sí­ podemos estar peor aún de lo que ya estamos y encomendando a los polí­ticos el cambio, seguramente que se preocuparán únicamente de apuntalar sus posiciones, pasándose por el arco del triunfo las aspiraciones y necesidades populares que no forman parte de la agenda de nuestras organizaciones polí­ticas. El problema es que el modelo está agotado y no da para más; los únicos que no se han dado cuenta son los polí­ticos que se salpican con las migajas que les dejan los poderes reales que operan en la oscuridad y que en realidad son los grandes actores del drama de nuestro paí­s. No funciona la justicia, no funciona la seguridad ciudadana, no funciona la salud pública y adulteran datos para presentar cifras positivas, no funciona eficientemente la educación, ni se reparten los fertilizantes ni se implementa una polí­tica de desarrollo rural. Hay crisis por la falta de vivienda y de servicios públicos, el desarrollo humano sigue siendo esquivo para la mayorí­a de guatemaltecos y la polí­tica electoral consume todos los esfuerzos y a eso se orientan todos los recursos. La reforma es impostergable, pero dejar que la hagan los mismos es ponernos la soga al cuello.