La «putrefacción» de España


Una trabajadora de Eulalia camina cerca de la muestra del artista Andrés Garcí­a Ibáñez.

Bajo el tí­tulo de «Los putrefactos», el pintor Andrés Garcí­a Ibáñez expone en la exclusiva galerí­a Halcyon de Londres su visión oscura de España, un paí­s al que retrata dominado aún por el peso de la religión, tradiciones retrógradas y la arraigada «cultura de la muerte».


En cuatro pisos de la hermosa galerí­a situada en el barrio de Mayfair, «Los putrefactos» – cuyo tí­tulo está «robado» del libro que planearon hacer juntos Federico Garcí­a Lorca y Salvador Dalí­ – lanza una mirada «demoledora» sobre España.

«Creo que toda mi obra reciente es una mirada irónica, subversiva, demoledora, hacia todas las tradiciones, ritos y mitos españoles que son claramente involucionistas», explica el artista andaluz.

El hilo conductor de «Los Putrefactos» es la intención del pintor figurativo de destruir, al menos en sus pinturas, los grandes mitos de la cultura española y el peso de la religión. «España es el último bastión del catolicismo en Europa», asegura.

En una serie sobre la Semana Santa, que ocupa la primera planta de la galerí­a, Ibáñez expone escenas religiosas donde las Manolas, esas mujeres ataviadas con la clásica mantilla negra que desfilan en las procesiones, aparecen con el rostro deformado y vestidas con parafernalia sadomasoquista.

En un poderoso cuadro titulado «La mortificación del penitente» (2005), una Manola da latigazos a un penitente, con aparente gozo.

«Son escenas de un mundo siniestro, de la cultura a la muerte, que también tiene algo que ver con la cultura mexicana», explicó el artista, una de cuyas inspiraciones para esta serie son «las pinturas negras de Goya».

Otra serie, «Los Retablos», recoge los retablos de la tradición cristiana española, sobre todo el santoral femenino retratado por Zurbarán.

Ibáñez satiriza el concepto tradicional de santidad, «que se basa en que las santas eran ví­rgenes que estaban dispuestas a morir antes de perder su virginidad, o su fe. Y eso tiene nombre: es represión sexual, e integrismo».

Ibáñez reconoció que en su obra hay una obsesión para «desentrañar y subvertir» la cultura española tradicional.

«Esa era la misma idea que tení­an Dalí­ y Lorca cuando planearon escribir «Los Putreafactos: querí­an hacer un repaso de todo lo que habí­a de caduco, de rancio, de todo lo que impedí­a el desarrollo y la evolución de la sociedad española», indicó.

«Lo putrefacto era para ellos todo lo que olí­a a sacristí­a, a ejército, a poder polí­tico corrompido», dijo el artista nacido en 1971 en Olula del Rí­o, en Almerí­a (sur), que se identifica con esa concepción de Dalí­ y Garcí­a Lorca.

«Estoy tratando de hacer justicia a su proyecto, porque el pozo sigue siendo el mismo», opinó, frente a un cuadro donde ha pintado «un Cristo de los Putrefactos». «Es el Cristo que merecen ellos», opinó.

No es por casualidad que esta serie no se ha exhibido nunca en España. «Nadie se ha atrevido a exhibir este trabajo en mi paí­s», dijo el artista, explicando que su obra «reabre heridas que no han sido nunca cicatrizadas».

«Y en España nadie quiere poner el dedo en la llaga. Pero si no se hace eso, nunca se curará», notó.

Contó que la idea para «Los Putrefactos» nació en El Salvador, donde viajó en 1999 para pintar un fresco en la catedral de San Salvador, por encargo de la Iglesia católica.

«Yo ya sabí­a que Dios estaba muerto. Pero fue en El Salvador que lo comprobé totalmente», dijo Ibáñez, aún impactado por lo que vio en ese paí­s.

«El detonante para este trabajo fue lo que vi en ese paí­s. El contacto con la gente del pueblo y el contraste de su miseria con la ostentación de la Iglesia produjo en mi un rechazo todaví­a mayor a la religión, a la doble moral, a la corrupción», concluyó.