Antes que concluya septiembre, mes que concita anualmente las celebraciones de la Independencia y en las que se invoca un cuestionable y superficial sentido patrio entre los guatemaltecos, es pertinente analizar y comprender los alcances y contenidos del discurso del Alcalde de la ciudad capital, en ocasión de la disertación que éste ofreciera ante el pleno de diputados del Congreso de la República. El punto de partida para este análisis es la contradicción que genera observar a cientos de jóvenes inexplicablemente motivados, corriendo para llevar una antorcha que simboliza un aparente sentido de libertad, sobre una realidad que rebalsa de evidencia: no hay una cultura nacional sino una de carácter excluyente de naturaleza esencialmente individualista, ladina y urbanocéntrica. Nunca he visto jóvenes de la zona 14 llevando la llama de la libertad.
No hay asideros que nos sostengan como colectivo, lo que sobresale son sujetos sociales débiles, transitorios y aspiracionales, un pasado distorsionado y la ausencia de un movimiento social que correlacione a la sociedad sobre un proyecto nacional. En las escuelas se trata de enseñar a los niños que un ave, un árbol, una bandera y una flor son símbolos que reúnen el sentido de nación, pero ni los padres ni los maestros creen esto. Es en este escenario que surge cada septiembre el falso patriotismo idílico que ha tomado formas consumistas como entrémosle a Guate, GuatemAmala, con Guate no se juega, y demás ideas fugases y deshistorizadas. En este mismo contexto, el Alcalde planteó un discurso que en mi criterio, propone una visión conservadora de concebir las relaciones Estado-sociedad, sobre la presunción de fallo del modelo liberal, que es más la debacle del neoliberal. La propuesta de manera general hecha por el Alcalde, presume de fallos en la implementación de la democracia como sistema político y de valores, basado en el ejercicio electoral de la representación; a cambio de lo cual se propone tutelarla, dirigir la democracia porque el modelo como tal ha sido impuesto desde afuera y ha causado el debilitamiento de las instituciones. Concluye el marco general de su discurso aludiendo el liderazgo de Rafael Carrera y Justo Rufino Barrios para revalorizarlos como caudillos que han sido mal comprendidos.
De manera específica puntualiza en tres ideas para corregir la desviación, cada una atinente a la dimensión ideológica y política del poder estatal, es decir a la superestructura. La primera acción que propone es la regeneración de las instituciones de la sociedad como la familia, la iglesia, los medios de comunicación, los partidos, etc.; la segunda se refiere a la instauración de un modelo cívico-militar de la educación ante la pérdida de autoridad y respeto; y la tercera está relacionada con la recuperación del peso internacional, para lo cual se propone la creación de una suerte de estado regional, que aglutine a varias naciones de Centroamérica. El discurso termina invitando a abrir las puertas porque Dios esta tocando.
Estas ideas que acentúan una visión conservadora, me llevan a las siguientes acotaciones de la historia, a manera de contrapunto ideológico y político: la concepción religiosa de la realidad fue sustituida por la secular, y eso implicó pasar del sujeto divino al sujeto nación; lo que digo es que la nación es relación social entre hombres y mujeres, no es el devenir de la misma en un periodo de tiempo al amparo divino. Segundo, el origen de la constitución del estado nación guatemalteco, se originó de la pugna de dos facciones de la elite criolla postcolonial, y a partir de eso los intereses económicos y políticos ligados a la facción colonial, han sido determinantes en las coyunturas políticas del país, para mantener el orden y la estabilidad frente a proyectos liberales o modernizantes. Tercero, el legado de Rafael Carrera es nada menos y nada más que la irrupción de lo militar a la política, a partir de lo cual se empezó el esculpido perverso del modelo de Estado autoritario, con todo y sus más deleznables actuaciones ya conocidas. Cuarto y último, en el marco de las pugnas independentistas al inicio del siglo XIX, Guatemala, al contrario de Nicaragua o El Salvador era la provincia más dividida y enfrentada entre grupos étnicos y sociales, algo que se mantiene en la actualidad y que se trata de invisibilizar con el lema que todos somos guatemaltecos y por lo tanto todos somos iguales.