Continúanos en este sábado analizando la vida y la música de uno de los compositores más incomprendidos de la música occidental, pero que ha perdurado cada vez con mayor admiración por la profundidad de su mensaje sonoro. No hay que olvidar que Brahms es el patriota que a su vez lleva en el alma a su país natal y ama a su patria austriaca de adopción, Viena, y se llena de orgullo al comentar hechos grandiosos del “Imperio”, deplorando que su Austria se quede tan atrás “en la imitación de aquellos hechos grandiosos”.
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela
Era más teutómano que cosmopolita. Que se sepa, no estuvo jamás en Francia ni siquiera en París, aunque conocía a fondo toda la música francesa, y notoriamente, una de las obras que más estimaba, la Carmen, del malogrado Bizet. Inglaterra le interesaba más que Francia y tampoco estuvo en Londres, a pesar de las continuas instancias de su gran amigo Joachim. Todas sus simpatías se dirigían a Italia, donde estuvo varias veces, llegando hasta la misma Sicilia, y de donde volvía siempre encantado. Esta música tan sublime forma parte del entorno de Casiopea, esposa de lucero, que en su alma de puntillas todo el vibrar sonoro de los mares ancestrales y en sus calles de lirio se deslizan mis alas grises.
Tenía “cosas”, como se dice popularmente y son características de sus finas ironías, que tenían la ventaja de no ofender a nadie. He aquí varios ejemplos:
Regresaban él y algunos amigos de una excursión, cuando uno de los excursionistas halló a un amigo, gran filólogo, no músico: presentado el filólogo a Brahms entran pronto en conversación. “Puede usted honrarnos con su compañía -le dice el maestro- y queda usted citado para el domingo próximo”. “¡Vaya un papel que me tocará desempeñar! ¡Saúl en medio de los profetas! -repuso modestamente el filólogo.- ¿Cree usted de veras -añade Brahms- que posee tales aires reales?”
Hablábase en una tertulia de la fealdad extraordinaria de una cantante, y se disputaba sobre el arte superior de la artista que se sobreponía a la fealdad. Réplica de Brahms: “Sí, esto es muy santo y muy bueno para los músicos y para el arte, pero no para las exigencias de la vista”.
Se hablaba del libro de Rubinstein: La Musique et sus représentants, entretiens sur la musique, en cuyo libro, no se menciona siquiera una sola vez a Brahms. “¡Ese Rubinstein! ¡No puede hablar de Haydn sin la muletilla de papá Haydn! Y yo aseguro a ustedes, que Rubinstein habrá dejado de ser ya mucho tiempo abuelo, bisabuelo y tatarabuelo…
Le visita un artista extranjero acompañado de su mujer, cuéntale que en el espacio de pocos años se ha casado tres veces, y que aquella es su tercera mujer. Brahms tuvo ocasión de encontrarle dos o tres veces durante la misma semana, exclamando imperturbablemente cada vez: -“¿Cómo? ¿Siempre la misma mujer? ¡Qué fastidio! ¡Qué monotonía!”
Decíale un pedante importuno, mientras se celebraba un concierto, que él conocía todas las obras de su admirado maestro. Suena la orquesta: Brahms indica al importuno que tocan algo suyo, y el pobre diablo escucha poniendo los ojos en blanco. -“¡Divino, colosal! -Brahms calma los arrebatos del pedante, diciéndole al oído: -“Perdóneme usted: no es mío lo que ha tocado la orquesta. Me he equivocado. Era una marcha militar de Gungl”.
Tocaban un día él y un amigo la sonata para violonccelo de Beethoven, y Brahms, digitaba con desusada energía. –“Pero, maestro –dice el violoncelista- ¡apenas si oigo mi violonccelo!”- “Pues no sabe la suerte que tiene su violonccelo”- exclama de repente Brahms, soltando una sonora carcajada.