En la madrugada del viernes 4 de julio al abrir mi correo electrónico supe de una desgarradora noticia. Patricia Samayoa, funcionaria de la municipalidad capitalina de Guatemala en el tema de mujeres y feminista ella misma, fue asesinada absurdamente por un guardia privado de seguridad que resguardaba a una céntrica farmacia. Por alguna extraña razón, el guardia de seguridad consideró que se encontraba en la víspera de un asalto al lugar que cuidaba y disparó su arma contra Pati que cayó fulminada por el ataque.
Acto seguido el guardia arrastró el inerte cuerpo y se acantonó en la farmacia y así estuvo durante tres horas, durante las cuales repelió los intentos de las fuerzas de seguridad pública de tomar el lugar e incluso hirió a uno de los policías que intentaban hacerlo. Así estuvo hasta que finalmente después de tres horas se rindió y se entregó a las fuerzas del orden público que lo rodeaban.
Según cálculos derivados de estadísticas de varias ciudades, las capitales de los tres países del triángulo norte de Centroamérica se encuentran entre las diez ciudades más peligrosas del mundo. Más allá de eso, en general países como Guatemala, Honduras, El Salvador y Belice son los lugares más violentos del mundo en términos de número de homicidios por cada 100 mil habitantes. En todos estos países, y en general en América Latina, la inseguridad rampante ha convertido a la seguridad ciudadana en una apetitosa mercancía y por lo tanto se ha abierto un inmenso mercado que hace proliferar las empresas privadas de seguridad. En Guatemala el negocio es tan grande que habiendo aproximadamente 30 mil policías estatales, el número de policías al servicio de las empresas privadas de seguridad probablemente alcancen entre 150 y 200 mil efectivos según cálculos conservadores.
Generalmente estas empresas privadas de seguridad actúan con la lógica de toda empresa capitalista: minimizan los costos y maximizan las ganancias. Los policías privados son escogidos de manera descuidada, están mal pagados, mal entrenados y son sometidos a jornadas extenuantes de trabajo. El resultado es que en no pocas ocasiones se vuelven en lo contrario de lo que se pretende que sean: al darles armas largas de alto calibre a gente mal pagada, con perfiles psicológicos pobremente controlados y con jornadas agotadoras, las policías también se convierten en fuente de inseguridad. La tragedia que le quitó a la vida a Patricia Samayoa es una muestra de todo ello.
No puedo terminar estas líneas sin expresar el dolor que me ha ocasionado la muerte de la inolvidable Pati. La conocí cuando era una joven activista estudiantil de 22 años, durante largos años estuvimos emparentados por nuestros respectivos matrimonios, la seguí viendo cuando nuestras vidas cambiaron y finalmente en 2011, me despedí de ella para siempre sin saberlo, cuando finalizó un convivio en casa de mis amigos Tono Móbil y Li Castro en el contexto de la solicitud de perdón por parte del Estado por el asesinato de mis padres.
Siempre te recordaremos y llevaremos en el corazón, querida Pati.