La democracia no se construye votando cada cuatro años, sino con una participación permanente y efectiva ejerciendo ciudadanía y en ese sentido, no hay tarea más urgente para el individuo y para las organizaciones de la sociedad, que presionar al Congreso para que se emita una Ley Electoral y de Partidos Políticos que rompa con el monopolio de los financistas y que permita un mayor nivel democrático en los procesos de elecciones en el país.
Y decimos que es tarea de los ciudadanos porque esa ley tiene que ser aprobada por el Congreso, es decir, por los diputados que conformen la próxima legislatura y sabemos, de antemano, que ellos serán como los actuales y que únicamente se preocuparán por sus prebendas y privilegios contenidos en el dinero que les asignan del presupuesto para que manejen contratos. Pero desde ya tendrían que saber que una depuración es posible y que sería la exigencia de un pueblo harto de que ignoren las cuestiones fundamentales, entre ellas una legislación política adecuada que rompa con ese marco de secuestro de la democracia que imponen los financistas.
La reforma del sistema político es una absoluta e indispensable necesidad para Guatemala. Aun para pensar en las modificaciones que hacen falta para la refundación del Estado, requerimos de una legislación electoral que permita elegir constituyentes que no estén ligados a poderes fácticos y paralelos como los que han establecido los inversionistas de las campañas que son, en la práctica y realidad, los que se adueñan del país y lo mantienen bajo control.
Los avances que hemos tenido, como en el proceso para elegir magistrados y el de la designación del Fiscal General, demuestran que una efectiva presión de la sociedad organizada es capaz de romper añejos moldes de impunidad y corrupción. Si en vez de tener maestros que toman calles y carreteras para apoyar a un gobierno corrupto los tuviéramos para rodear al Congreso hasta que emitan leyes de interés nacional, otro gallo le estaría cantando al país. Pero eso es perfectamente posible una vez que termine el perverso vínculo existente y cuando se vea que el interés nacional es lo que tiene que prevalecer.
Los ciudadanos no podemos votar y cruzarnos de brazos. Sabemos dónde está el mal, qué hay que cambiar y quiénes lo tienen que hacer. Entonces es momento de empezar a dirigir nuestras civilizadas y pacíficas baterías con la mayor firmeza hacia el nido más grande de corrupción. De lo contrario, el sacrificio de hacer cola el domingo y de aguantar una larga y tediosa campaña no habrá tenido ningún valor.
Minutero:
Ya tenemos que pensar
en cómo ejercer la presión;
que entiendan que legislar
no va con la corrupción