La polí­tica económica de cabeza


La polí­tica económica fue puesta de cabeza, y las consecuencias negativas podrí­an ser mayores a las que hoy evidenciamos. Viejas reglas fueron tiradas a la basura. El Premio Nobel de Economí­a Paul Krugman lo formuló de la manera siguiente: virtud se convierte en carga, prudencia en riesgo, inteligencia en estupidez.

Mariano Rayo
Diputado Unionista

En una economí­a en problemas, se señala que las recetas hasta ahora vigentes ya no sirven, y con la ligereza más sobrada, son eliminadas. Se asevera que los mercados perdieron su capacidad de reacción. La fórmula mágica dice: ayuda sólo puede venir del Estado por medio de una polí­tica fiscal expansiva. Y la ayuda no deber ser poca, sino tiene que ser mucha. El Estado tiene que actuar, no se puede argumentar en contra o criticar. Sólo así­, y únicamente así­, se puede afrontar la situación.

Hay cosas que no han cambiado y no cambiarán. Una polí­tica económica sólo es buena si se focaliza en las causas de los problemas y no en atender los sí­ntomas.

Las causas son la caí­da de la demanda interna y externa, la insuficiencia financiera producto de la no conclusión de las reformas estructurales y el mercantilismo imperante. La mezcla de las causas hace la situación bastante complicada. Los productos financieros vigentes no sólo no responden a la demanda, sino han llevado a nuestro mercado crediticio a estar desacoplado de la economí­a real. Ambas situaciones limitan la posibilidad de entregar créditos suficientes y oportunos. Una contracción del crédito impacta negativamente la economí­a, lo cual deriva en crisis. Y hay que entenderlo, si la tasa interanual de crecimiento del crédito cae, no es otra cosa que contracción.

Una polí­tica monetaria expansiva pareciera ya no tener efectos. La liquidez liberada al sistema financiero por medio de la reducción de la tasa lí­der no se tradujo en mayores y más baratas disponibilidades para el sector real.

Hoy se insiste en una polí­tica fiscal expansiva. El credo de la polí­tica anticí­clica: ante la falta de una demanda privada, se substituye por una dirigida por el Estado. Ante la gravedad de la crisis, dicen los acólitos, tiene que marcarse la ruta por la polí­tica fiscal. Sin embargo, las evidencias y las experiencias sobre las polí­ticas anticí­clicas, evidencian resultados contrarios. El aumento del gasto público no hace crecer el PIB de manera sostenida. Tampoco la entrega de dinero a personas ha mostrado un cambio sustantivo en la demanda por consumo.

La experiencia muestra que transferencias financieras únicas o marginales temporales, no tienen un impacto mayor, ni en el crecimiento de la economí­a ni en el bienestar de las personal. Si bien es cierto, se genera en el corto plazo, un aumento en la demanda por bienes de consumo, este no es sostenible. Este efecto «yo-yo» es una llamarada de tuza, es una quimera, de la cual se crean cortinas de humo.

La evidencia más clara que se tiene con una polí­tica fiscal expansiva, es una e incuestionable: la deuda pública es mayor.

Desde una perspectiva de polí­tica coyuntural, el efecto es nulo, porque lo único que se alcanza es postergar el pago de los costos. Sólo una polí­tica fiscal responsable, ordenada y disciplinada es capaz de garantizar un crecimiento robusto y sostenido.

Para detener la crisis económica de manera efectiva, se tiene que ir a la raí­z de los problemas.

Y en este punto hay una conclusión: el Ministerio de Finanzas Públicas no sólo realizó un mal diagnóstico, sino que falló en sus previsiones y equivocó su estrategia para enfrentar la crisis. Además, las medidas propuestas para paliar la salida de la crisis han sido insuficientes, y en muchos casos equivocadas.

La suma del mal diagnóstico, las malas previsiones y la estrategia equivocada ha hecho, entre otras cosas que le suceden al paí­s, que las tasas de crecimiento y la oferta de empleo sean paupérrimas.