Cuando el territorio nacional fue sacudido por un gran terremoto el infausto 4 de febrero de 1976, la sociedad sufrió lo indecible a causa del elevado saldo de muertos, heridos y destrucción, amén de la suspensión de importantes servicios como los del agua potable, de la energía eléctrica, del transporte terrestre y de los artículos alimenticios.
Como consecuencia de la terrible situación, la gente tuvo que abandonar sus casas de habitación, ya que llovió sobre mojado, y es que en la tarde de aquel día retembló y seguían produciéndose remezones de menor intensidad. Familias enteras estuvieron viviendo a la intemperie a la sazón.
Muchos, presas del pánico, temían que pudiere sobrevenir otra gran tragedia, y no faltaban los zahoríes que pronosticaban más destrucción y muerte en los días subsiguientes al terrible golpe terráqueo.
En plena espantosa situación, se escuchaban vaticinios que mantuvieron en vilo durante un mes o más a la población.
Reparando en aquel desgraciado suceso, algunas personas decían que, alrededor de 50 años posteriores a 1976 (nada menos que medio siglo), podría producirse otro terremoto como el mencionado. ¡Quiera Dios que eso no pase de ser mera posibilidad!
Sin embargo, en casi toda la región occidental del país están sucediéndose de cuando en cuando fuertes sismos que hacen recordar las nefandas predicciones de quienes son o se consideran capaces de hacer pronósticos que siembran la zozobra entre los habitantes de todo el suelo patrio, expuesto a los referidos terríficos acontecimientos naturales.
A causa de la esporádica repetición indeseable de los graves fenómenos de la Naturaleza, gobernantes y gobernados afrontamos toda una serie de problemas, incluso desasosiego y temor al futuro, pensando que en cualquier momento sufriremos otros sacrificios.
Menos mal que la solidaridad no se hace esperar en lo interno y externo en estos devastadores casos que también ocasionan mortandad de seres humanos e innúmeros heridos.
En varios departamentos de la república, sobre todo en San Marcos, en Huehuetenango y Quetzaltenango, habrá que proceder sin demora a restañar las heridas ocasionadas por los fuertes sismos de referencia.
Pobre la gente que ha perdido sus viviendas y que está sufriendo por motivo de los derrumbes a lo largo de los caminos, dificultando la movilización de vehículos y acémilas para transportar sus productos y recobrar la vida edificante. A esos segmentos poblacionales, el gobierno, a través de los entes creados para hacer frente a las situaciones de emergencia, debe darles el apoyo necesario en todo lo posible.
Es en estas eventualidades tan atroces cuando todos debemos expresar sensibilidad social, muy de humanos, pero no sólo de palabra, sino asimismo de obra. ¡Facta, non verba!