La plebe y los seres superiores en Ortega y Gasset


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En 1921, José Ortega y Gasset escribió una obra en la que dejarí­a trazado su pensamiento social y que lo ubicarí­an como un pensador para algunos, detestable y para otros, genial por las posturas desarrolladas. El tí­tulo del texto: “España invertebrada. Bosquejo de algunos pensamientos históricos”.

Eduardo Blandón

 


Amén de la crí­tica directa y sincera a la España de su tiempo que califica como decadente, Ortega plantea una sociedad ideal: la compuesta por una masa obediente y dócil, y la de los aristócratas y lí­deres cuya ejemplaridad es la única que puede sacar adelante a una sociedad organizada.
 
     “Entiendo por masa el conjunto de las clases económicamente inferiores, la plebe, y por minorí­a, las clases más elevadas socialmente (…) Una nación es una masa humana organizada, estructurada por una minorí­a de individuos selectos”.  
 
            Las virtudes de una sociedad así­, son las que corresponden, en el caso de la masa (a la que llama también plebe), el deseo de obedecer a esa raza de hombres privilegiados, astutos y valientes.  Una sociedad sólo puede salir adelante si hay hombres siempre dispuestos a obedecer, si son humildes y se conforman a la voz de sus lí­deres.  
 
            Un grupo incapaz de percibir los valores de sus genios está condenado a la desintegración, una atomización que llega a la decadencia. ¿Qué bueno puede esperarse, se pregunta Ortega, de una sociedad que no intenta escuchar a sus filósofos, disfrutar de las propuestas de los artistas y, peor aún, que las rechaza?  
 
     “Cuando esto no acontece es que la parte inferior del grupo se resiste anómalamente a ser dirigida, influida por la porción superior, y entonces la conversación se hace imposible. Así­, cuando en una nación, la masa se niega a ser masa –esto es, a seguir a la minorí­a directora–, la nación se deshace, la sociedad se desmembra, y sobreviene el caos social, la invertebración histórica”.
      
     Los mejores (así­ les llama Ortega) no les basta con tener esa naturaleza superior, sino que deben saber vincularse con esa masa tosca. De lo contrario, una sociedad tendrí­a “sabios”, pero no lí­deres, aristócratas, seres funcionales en un grupo organizado. Esa amalgama informe debe poder fundirse por las calidades de esos seres extraordinarios.
      
     No se necesita en una sociedad sólo filósofos, explica Ortega, sino polí­ticos superiores, artistas geniales, cientí­ficos agudos… De no ser así­, la sociedad decae en la vulgaridad y la incapacidad de pensar y crear. Según Ortega, un grupo que carezca de filósofos, con el tiempo estará inhabilitado para pensar y obtener ideas que tracen un futuro promisorio.
      
     “Una nación no podrí­a nutrir sus necesidades históricas si estuviese atenida a un solo tipo de excelencia. Hace falta, junto a los eminentes sabios y artistas, el militar ejemplar, el industrial perfecto, el obrero modelo y aun el genial hombre de mundo. Y tanto o más que todo esto necesita una nación de mujeres sublimes. La carencia perdurable de algunos de estos tipos cardinales de perfección concluirá por hacerse sentir en el desarrollo multisecular de la vida nacional. La raza cojeará de algún lado, y esta claudicación acarreará a la postre su total decadencia”.
      
     Estas posturas de Ortega en relación a la masa y la aristocracia han recibido un sinnúmero de crí­ticas, pero también disfruta de adeptos que siempre ven en la sociedad una especie de “realidad” casi de í­ndole biológica: “naturalmente, así­ son las cosas”. Además, debe decirse que el filósofo español habla de razas superiores (y pone de modelo la germánica y la griega) en oposición a otras razas débiles, de carácter decadente y casi condenadas a la miseria.
      
     A continuación lo que podrí­a ser la conclusión de Ortega:  
      
     “En suma: donde no hay una minorí­a que actúa sobre una masa colectiva, y una masa que sabe aceptar el influjo de una minorí­a, no hay sociedad, o se está muy cerca de que no la haya”.