La piedra de los compadres y el Señor de Esquipulas


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“Así, don Juan de Palomeque y Vargas, a pesar de su gran fortuna y de haber recibido un regalo del Señor de Esquipulas, fue castigado por su soberbia y su altanería”, terminaba la historia de don Pepe.

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CELSO LARA FIGUEROA
UNIVERSIDAD DE SAN CARLOS DE GUATEMALA

La joven Susana, que acababa de llegar a la pila donde don Pepe estaba contando la historia, no pudo escucharla completa y exclamó: ¡Ah… don Pepe, cuéntemela a mí porque no la oí completa!
Yo se la cuento comadre, le dijo Agustín, un joven vaquero que trabajaba en una finca cercana y que era, a decir de muchas mujeres del pueblo, el hombre más guapo de la región.

Agustín le dijo a su comadre: La historia de don Pepe narraba cómo un rico comerciante de la capital, en ese entonces Santiago de Guatemala, hoy la Antigua Guatemala, había viajado a Esquipulas para pedir al Cristo Negro que le restituyera la vista.  Una vez hecha su ofrenda, una gruesa cadena de oro, y expresado su sacrificio por medio de un recorrido de rodillas, obtuvo la gracia que pedía.  Pero, ufano, pensó que había comprado el favor del Cristo con su oro, por lo que, cuando regresaba a su casa, la cadena apareció en su bolsa y, de inmediato, perdió la vista. 

Lástima que no se la oí completa a don Pepe, él cuenta tan bonitas las historias…, dijo Susana.  Eso quiere decir que no le gustó cómo la conté yo, le recriminó Agustín.  No compadre, usted sabe que no quise decir eso, sino que don Pepe es un artista para contar historias, repuso Susana.  Mejor cuénteme cómo está Agustincito.

No comadre, no le diga así, mejor Agustín, como a mí, le indicó el compadre.  Bueno, pero no me ha dicho cómo está, dijo Susana mientras se disponía a lavar la ropa de su casa en el lavadero que abastecía la pila junto a la cual había estado el grupo que escuchaba a don Pepe.  No se recupera, estamos preocupados, dijo Agustín, mientras terminaba de dar de beber a su caballo, ya que a eso había ido y se quedó escuchando la historia de don Pepe.

   ¿Qué es lo que tiene? Preguntó Susana, preocupada, porque no sabía que el nene estaba enfermo.  Ya sabe cómo es mi mujer, le respondió Agustín.  Elisa cree que nadie debe saber cómo estamos en la familia, es muy reservada.

    Elisa y Susana se habían criado juntas en el barrio.  Tenían la misma edad y habían jugado cuando niñas.  Sin embargo, se habían disgustado un poco cuando llegaron a señoritas, ya que a ambas les atraía el apuesto Agustín.  Lo conocieron durante un jaripeo, cuando estaba montando un toro.  Agustín era verdaderamente la ilusión de muchas de las jóvenes del pueblo por su apostura y su galantería.  Jamás dejaba pasar a una muchacha sin decir un atento requiebro, todos galantes y respetuosos. 

Las más ilusas habían soñado casarse en la iglesia parroquial con el joven.  Realmente pocas muchachas se resistían a sus galanteos.  Entre las pocas que no prestaban atención a sus piropos estaba Elisa, que era muy tímida.  Por el contrario, Susana le coqueteaba discretamente.

La frialdad con que Elisa lo trataba, despertó en Agustín un verdadero deseo por conseguir su afecto.  Así que, poco a poco, logró que ella cediera a sus requiebros y, al fin, le propuso matrimonio.  Susana estaba molesta, porque decía que su amiga estaba enterada del amor que profesaba por el vaquero y, sin importarle su amistad, se había comprometido con él.

Susana no asistió a la boda de Elisa y Agustín, tampoco fueron muchas de las mujeres del pueblo.  Otras, en cambio, asistieron solamente para apostar cuánto tiempo duraría el matrimonio.  Seguro la deja por otra más bonita, comentaba una.  Eso no dura ni un año, decía otra.  Para mí que se tuvieron que casar, señalaba una tercera.  Los comentarios de varias jóvenes eran similares.

   A pesar de los augurios, Elisa y Agustín ya llevaban tres años de casados.  El pequeño Agustín nació dos años después de la boda y, para recuperar la amistad de Susana, Elisa la visitó, le pidió disculpas por su falta de sinceridad al comprometerse con Agustín y, en nombre del antiguo cariño que las unía, le pidió que fuera la madrina de bautismo del pequeño.

Para entonces, Susana se había casado con Martín, un comerciante que viajaba constantemente al Puerto de San José, pues allí obtenía varios de los productos que luego vendía en el pueblo y sus alrededores.  Por esa razón, Susana permanecía mucho tiempo sola.  Además, las mismas personas que apostaban por la corta duración del matrimonio de Elisa, decían que se había casado por despecho, al ver unido a Agustín.  Este matrimonio dura menos, decía una.  Si mucho seis meses, afirmaba la segunda.  Era mejor casarse sin amor que quedarse a vestir santos, decía la tercera.  A decir verdad, ninguna de las tres mujeres había conseguido casarse todavía, aunque eran mayores que Susana y Elisa.

Cuando Agustín le contó a Susana que el niño estaba enfermo, la joven pensó que su antigua amiga todavía no le tenía suficiente confianza.  Seguramente no quiere que la visite para que no mire al compadre, pensó.  Como el nene está tan enfermo, queremos ir a ver al Señor de Esquipulas, le contó Agustín.  Ya van a ver que se cura pronto, le consoló Susana, mientras se despedían con la mano, pues Agustín debía continuar con su trabajo y Susana con su lavado.

A pesar de los buenos deseos de la comadre, el niño no mejoraba, sino que parecía empeorarse.  Para colmo de males, Elisa, para preparar uno de los medicamentos del niño fue en busca de unas plantas y, accidentalmente, cayó en una pequeña depresión del terreno, por lo que se fracturó una pierna.  Todo parece estar en contra nuestra, le dijo Elisa a su esposo.  Tal vez es un castigo por haber traicionado a mi amiga, pensaba.

Un día, Agustín al ver que su hijo no sanaba, le dijo a su esposa.  Voy a llevar al niño a ver al Señor de Esquipulas, si con eso no se cura, no se cura con nada.  Pero que no quede en mí la falta de no hacer todo lo que pueda.  La esposa tuvo que consentir.  ¿Pero quién te va a ayudar con él? Le preguntó.  Le voy a pedir favor a mi comadre, porque su esposo también quiere ir a Esquipulas a agradecer todos los favores que ha recibido.  Al saber que el esposo de Susana también viajaría en la peregrinación a Esquipulas no se opuso al viaje.  Además, estaba la salud de su hijo en juego.

Los peregrinos viajaban a Esquipulas.  En varias ocasiones, Martín se había quedado cuidando al pequeño Agustín, había descubierto que él también deseaba ser padre y no comprendía la oposición de Susana a tener bebés.  En esos ratos de descanso, Susana y Agustín tenían oportunidad de conversar.  En sus charlas hablaban de todo lo que hubiera sido si Agustín se hubiese casado con Susana.  Poco a poco, los sentimientos del uno hacia el otro se fueron fortaleciendo.

Durante el viaje, el pequeño Agustín había mejorado.  Las fiebres habían cedido y se encontraba mejor.  Ya jugaba y le había tomado tanto cariño a Martín que prefería estar con él que con su padre.  Esto aumentó las oportunidades de encontrase a solas para Susana y Agustín.  Un día, el deseo se encendió entre ellos y, a hurtadillas, se encontraron en un recodo del camino.  Sin importar lo grave de sus acciones, olvidaron que viajaban en peregrinación, que todo era por la salud del pequeño Agustín y que Martín también iba en el recorrido.  Se entregaron a su pasión y olvidaron la lección que dejaba la historia de don Pepe…

Mientras estaban uno junto al otro, una densa neblina los cubrió y, al día siguiente, cuando los buscaban para continuar la peregrinación, pues estaban a poca distancia de Esquipulas,  los viajeros encontraron solamente dos enormes piedras, los compadres se habían convertido en rocas, para demostrar que las faltas perduran en la conciencia con la misma duración que las piedras.