Hay conductas humanas tan comunes, que todos estamos propensos a adquirirlas. Algunas de estas o nos alimentan o llegan a contaminarnos el espíritu. Una de estas infecciones del alma y que tanto daño ocasiona al ser humano, es el orgullo. Los síntomas de esta enfermedad espiritual se empiezan a distinguir cuando somos renuentes a corregir nuestros errores y no escuchar los consejos, despreciar las enseñanzas y hasta los testimonios. Es de hacer notar que el orgulloso mantiene más sus posiciones por ser propias, que por justas o verdaderas, incluso, aunque el orgulloso esté consciente en su fuero interno de estar en el error, mantiene su postura porque considera una humillación el hecho de reconocer su falta. El problema de éste consiste precisamente en que siente como humillación el decir «me he equivocado», y esta actitud ha arruinado a personas, familias, gobiernos y hasta sociedades.
Este innoble sentimiento, el orgullo, adopta distintos disfraces y si uno lo busca dentro de sí, lo encuentra por todas partes. El orgullo afecta hasta la propia casa, una actitud humillante a un familiar revelará muchas áreas en que el orgullo ha empobrecido espiritualmente esta morada. Y si nadie está bien en su casa o con su familia, difícilmente podrá estarlo en otro lado. Por eso no resulta sorprendente cómo algunas personas parecen estar rodeadas por alambres de púas, como si se convirtieran en un cactus que se encierran en sí mismas y por supuesto, terminan pinchándose con sus propias espinas. O no ha tenido usted algún amigo estimado lector, que por azares del destino o aún por mérito propio, este camarada que le refiero haya alcanzado alguna alta posición y desde ese momento ha dejado mostrar una profunda metamorfosis inflamatoria en su personalidad. De ahí los comentarios, «le quedó muy grande el saco» ….o éste ya se hinchó. Pero lo que dice San Agustín no alcanza a comprenderlo el orgulloso, que «la soberbia no es grandeza sino pura hinchazón, y lo que está hinchado se mira grande, pero la razón de verse así es sencillamente que ahí adentro hay algo que no está sano». íšnicamente podredumbre.
El orgullo lleva de alguna manera al aislamiento interior, generando distancia afectiva por la falta cometida y la incapacidad de reconocimiento, por eso resulta importante el valor que representa la humildad ya que esta es fundamental para reconocer los errores. Si alguien comete un error y si arrepiente debe hacerlo saber y el agraviado debe aceptar conversar con él y ayudarlo a encontrar la manera de reparar la falta. La humildad también radica en aceptar que existen ciertas actitudes naturales que a veces no se pueden controlar en un momento determinado, pero que se pueden enmendar en el momento apropiado. Se ha dado usted cuenta estimado lector, lo placentero que resulta conversar o compartir con alguien de personalidad sencilla, que sin importar el tamaño de su bolsillo o intelecto, estos personajes son creadores de un ambiente cordial, atractivo y confortable.
Para muchos ser humildes no les resulta fácil, pues algunos utilizan la soberbia como reducto para esconder sus limitaciones y debilidades y sobretodo porque desconocen la realidad de este destello fugaz llamado vida. Por eso es que solo se puede ser humilde cuando se aceptan ciertos principios de la vida. Principios que empiezan cuando logramos identificar el verdadero sentido de pertenencia, es decir, todo lo que podemos tener, desde las posesiones más preciadas e incluso el cuerpo con el que hemos nacido y entender que son cosas que nos han sido dadas en calidad temporal. Pues en el momento en que tomemos conciencia de que sólo somos depositarios temporales de tales recursos, es cuando tocamos la esencia del alma humana y la despertaremos para darnos cuenta de que, así como fuimos receptores transitorios de tales recursos, en el momento en que morimos se tendrán que abandonar, que no existirá valor terrenal alguno que pueda acompañarnos. Solo ahí nos daremos cuenta que no hemos sido dueños de nada, si mucho, lo único que podría pertenecernos es la impresión que dejemos de nuestra calidad de ser, por la semilla sembrada en el corazón de otros. Les deseo un feliz año 2009 a todos, incluso a los infortunados orgullosos.