Como es obvio, el servicio de Internet me es útil para enviar y recibir correos electrónicos, pero también para navegar en el ciberespacio en búsqueda, sobre todo, de informaciones y comentarios que se publican en medios extranjeros o que envían agencias internacionales de noticias, como Alai Amlatina.
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  De esa cuenta me encontré con un artículo del escritor brasileño Frei Betto, quien lanza sarcásticas críticas a la Mano Invisible del Mercado (así, con mayúsculas, por ahora), teoría sobre la cual se sustentan los neoliberales para aseverar que las fuerzas del mercado son las que resuelven los problemas económico-financieros y sociales de cualquier país, mientras que el Estado debe permanecer ajeno, como un espectador de lo que ocurre, aunque las clases populares se hundan en la miseria.
  Ahora que el mercado entró en severa crisis ¿Dónde anda metiendo su mágica mano invisible? La respuesta es sencilla: en el bolsillo de los gobiernos, comenzando con el de Estados Unidos, que en los estertores de la administración del presidente Bush metió mano a 830 mil millones de dólares, y luego, otros 900 mil millones de dólares al inicio del gobierno del presidente Obama, para guardar esas fabulosa fortuna en los bolsillos agujereados del sistema financiero.
  Pero la mano invisible del mercado desconoce los bolsillos de los ciudadanos, puesto que, viciada como nació y permanece, siempre beneficia el bolsillo de los ricos. Vea usted las indemnizaciones escandalosas que se recetaron los ejecutivos de las grandes empresas bancarias y financieras al recibir la generosa ayuda del tesoro público norteamericano.
  La mano del mercado -ironiza Betto- es invisible porque nunca se lava. Al contrario, lava dinero sin lavarse de la suciedad que se le impregna en los paraísos fiscales, donde la liquidez de los grandes bancos ha sido asegurada, gracias a los depósitos del narcotráfico. La mano puede ser invisible, pero sus huellas digitales no. Allí donde el mercado pone su mano queda la marca. Sobre todo cuando se retira la mano, dejando en el desamparo a millares de desempleados, tirados en la calle de la insolvencia, ahorcados en deudas que no pueden pagar.
   El mercado es como un dios. Usted cree en él -por lo menos eso han pregonado los neoliberales-, deposita su fe en él, lo venera, hace sacrificios para agradarlo, se siente culpable cuando da un paso en falso con relación a él, aunque sea culpa del mercado. Como un dios, sólo se le puede conocer por sus efectos: la bolsa, el salario, la hipoteca, el interés, la deuda. Se manifiesta por medio de su creación, pero sin dejarse ver ni localizar. Nadie sabe exactamente qué cara tiene o en qué lugar se esconde, porque pretende ser omnipresente.
  A pesar de que la mano invisible del mercado manipula descaradamente nuestra calidad de vida, privilegiando a unos pocos y asfixiando a la mayoría nadie se libra de ella. Como es invisible, no se le puede cortar. Así como se han hecho invisibles los columnistas enaltecedores de esa mano invisible que ni los neoliberales pueden ver.
  (El financista neoliberal Romualdo Tishudo le comenta a su amigo: -Pese a que aconsejan que uno no debe acostarse con sus problemas en este período de crisis, muchos banqueros siguen durmiendo con sus esposas).