Uno quisiera que a Guatemala la vieran como un país con enormes potencialidades, en donde se trabaja para erradicar la pobreza y las instituciones cumplen a cabalidad con sus funciones dentro de un modelo de ejercicio democrático. Sin embargo, tristemente no logramos ser apreciados por logros de esa naturaleza y cuando el nombre de nuestro país suena afuera es especialmente por los niveles de pobreza, al punto de que recientemente se escribió un artículo en el que despectivamente nos dicen país africano por los niveles de hambre y desnutrición existentes. Se nos reconoce por la persistencia de inseguridad causada por la violencia, al punto de que se tiene que mantener permanente advertencia a los viajeros sobre el riesgo de ir a ciertos lugares del país, y por la impunidad que obligó a la creación de la primera comisión en todo el mundo en la que la comunidad internacional se une para encabezar una lucha contra la falta de aplicación de la ley.
A todo ello, ahora se suma el hecho de que Guatemala se ha convertido en el paraíso del narcotráfico porque la debilidad de nuestras instituciones alienta a los grupos criminales que son combatidos en otros países, a trasladarse a un lugar donde no tendrán obstáculo ni problema porque todo mundo está en venta, donde todos los factores de poder son susceptibles de rendirse ante cañonazos de miles de dólares. Y no es únicamente que el país ofrezca autoridades de policía venales y complicidad en mandos militares para facilitar el trasiego de la droga. No es únicamente que extensas porciones del territorio nacional estén sin ley y puedan ser controladas por los grupos que se dedican a traficar los estupefacientes. Es que, además, somos el paraíso para lavar el dinero porque no hay que llevarlo a otros lados para realizar la labor de lavandería. Con la enorme corrupción que hay en el país y la forma en que se contrata la obra pública, mediante espurias ONG, es muy fácil utilizar esos mecanismos para realizar la labor de limpiar el dinero de origen sucio porque se mezcla con el que por naturaleza está corrompido y que es el que manejan las empresas constructoras de diputados, gobernadores, ministros y alcaldes. Todos los artículos que se leen sobre Guatemala tienen el común denominador de que señalan las enormes deficiencias de un país que se sumió en la corrupción alentada por la impunidad y en donde la voracidad de sus habitantes hace que cada quien vea el derecho de su nariz, al punto de haber desnaturalizado al mismo Estado para convertirlo en una entelequia inútil. Vernos reflejados así, en ese espejo, es triste y desmoralizador.