La población guatemalteca tiene la percepción de que el tema de la seguridad no está resuelto, que hace falta mucho trabajo de los gobernantes, para que se logre un nivel aceptable y adecuado en ese tema. La mayor parte de personas con quienes converso sobre el espinoso asunto de la seguridad, tienen la respuesta espontánea e inmediata, “no existe la suficiente seguridad”, “me siento insegura cuando salgo a la calle”, “no se puede confiar en las autoridades”, “hay demasiada violencia”, todas esas respuestas son comunes.
En este caso, la percepción de la seguridad es referida al ámbito de la seguridad pública y de ella deriva la seguridad personal, estas preocupaciones se sustentan en un criterio reduccionista, que limita el asunto de la seguridad personal al ámbito de la seguridad pública, pero esto no es todo, ya que el sentimiento de inseguridad que sienten las personas, no puede reducirse sólo a la esfera de lo público, pues también hay hechos, conductas y circunstancias que desde lo privado, vulneran la seguridad personal y en muchos casos, se atenta contra la vida y la integridad individual de las personas.
Con relación a este aspecto –atentado contra la vida y la seguridad personal– desde lo privado, hay muchos ejemplos que hablan por sí solos, de cómo la conducta de actores privados, contribuye a incrementar la percepción de inseguridad que las personas sienten como algo concreto. En este sentido, voy a referirme al comportamiento de algunos pilotos automovilistas que desde lo privado, ponen en riesgo la vida de las personas, cuando prestan servicios al público usuario. Esa clase de pilotos actúa con absoluta falta de responsabilidad y con total desprecio a la vida de otras personas –en este caso– la de los pasajeros que transportan. Hago esta afirmación, porque en diferentes ocasiones y con frecuencia, como muchas otras personas de este país, suelo utilizar los servicios de transporte, tanto urbano como extraurbano.
Los distinguidos lectores estarán de acuerdo conmigo, que durante esos viajes, se eleva la adrenalina, aumenta el “estrés”, se renuevan los sustos, vuelven las angustias y de tanto susto, a algunos hasta se les afloja el estómago, hay otros que para superar todos esos “males” y “debilidades”, encomiendan su vida a cuanto Santo se les ocurra y hasta con los ojos cerrados, elevan plegarias pidiendo protección y salir bien de esos agitados viajes urbanos o extraurbanos, todo porque los condenados pilotos, no observan ni respetan los límites de velocidad. Estos pilotos irresponsables, sobre todo, los del transporte extraurbano, al conducir a alta velocidad, ponen en grave riesgo la vida de los pasajeros y la de otras personas que por mala suerte se les crucen por el camino.
He sido testigo de los sustos y angustias de los pasajeros. Tengo varios años de recorrer el país, en todos los puntos cardinales, es frecuente encontrar a esos condenados pilotos, entre todos los irresponsables e inconscientes, hay unos que se distinguen por su falta de cordura y excesiva estupidez, por ejemplo, los de las rutas ordinarias hacia el Occidente, Altiplano occidental, Norte y Nororiente (Quiché, Sololá, Totonicapán, Verapaces, Izabal). En las últimas semanas viajé en microbús de Puerto Barrios hacia Morales, Izabal, la distancia que separa ambos municipios es de unos 50 kilómetros a través de una carretera asfaltada y con muchos tramos rectos, en esa ruta, los pilotos sin importar la vida de los pasajeros, desarrollan altas velocidades con toda libertad, es decir, no hay ninguna presencia de autoridades de tránsito o de la Policía Nacional Civil (PNC) que controle a esos condenados pilotos.
¿Qué hace la PNC para controlar a estos pilotos de transporte de personas?
Debe cumplir con su deber, sancionar a quienes atentan contra la vida y seguridad de los seres humanos.