La delincuencia siempre ha sido catalogada como una actividad desviada. Pero hay crímenes de crímenes, y hay algunos que rayan en el satanismo y obligan hasta al más fiero a compungirse por la saña con que fueron cometidos. Aún en nuestros días, ¿existen grupos criminales cuyo móvil de los ilícitos sea sobrenatural?, ¿cómo actúa el Ministerio Público cuando los casos presentan esas características?, ¿la práctica de esos rituales aún existe?
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Una llamada telefónica ingresó a una subestación de la Policía Nacional Civil: una mujer que se negó a identificarse dijo: «manden a alguien a investigar porque desde ayer sale un olor raro de una casa de por aquí. Parece que hay un muerto». Dictó la dirección y las características de la vivienda, la cual está abandonada desde hace meses.
Cuatro agentes llegan al lugar en un autopatrulla y tras una inspección superficial proceden a entrar a la casa retirando los pocos vidrios que quedan en la ventana de enfrente. En el interior encuentran una escena muy difícil de describir. Uno de los agentes pide la presencia del Ministerio Público (MP) a ese lugar.
Los vehículos blancos de la institución tardaron cinco horas en llegar al lugar y media hora en iniciar los trámites de rigor. Para ese momento, decenas de personas rodean la inhabitada residencia.
El olor en el interior es nauseabundo y todo parece apuntar a que la falta de luz sumará más tiempo al levantamiento de la escena del crimen. Los fiscales al ingresar examinan por un momento la escena y hacen una primera observación: no hay ningún cadáver en el lugar.
El cuadro es desgarrador: en el centro de lo que podría ser «la sala de la casa» está dibujado un «pentagrama» rodeado de varios símbolos indescriptibles y restos de velas de diferentes colores generalmente oscuros; aunque la sangre ya se ha secado, los forenses constatan que está expandida por todo el lugar. Posteriormente empiezan a encontrar partes blandas del cuerpo de la víctima, como la lengua, vísceras y otros órganos.
En un cuarto contiguo encuentran apenas los huesos del cuerpo de la víctima; están colocados sobre el suelo en forma de «Y», la cabeza yace a pocos centímetros. Atónitos, los fiscales inician las pesquisas…
Prácticas
Giuseppe Ferrari, secretario nacional del «Grupo de investigación e información sobre las sectas», definió las prácticas en mención de la siguiente manera: «en general podemos afirmar que hablamos de satanismo cuando nos referimos a personas, grupos o movimientos que, de forma aislada o estructurada y organizada, practican algún tipo de culto del ser que en la Biblia se indica con los nombres de demonio, diablo o Satanás. En general, tal entidad es considerada por los satanistas como ser o fuerza metafísica; o como misterioso elemento innato en el ser humano; o energía natural desconocida, que se evoca a través de particulares prácticas rituales».
Walda Barrios, catedrática de antropología de la Universidad de San Carlos de Guatemala, opinó que a nivel social ese tipo de sectas o clanes son conformadas generalmente por jóvenes que se agrupan en esos espacios para sustituir necesidades emocionales y psicológicas.
La antropóloga explicó que los jóvenes suelen ser utilizados por líderes negativos que «aprovechan el estado de anomia en el que se encuentra la sociedad» para someterlos a esas prácticas con fines, incluso lucrativos; y agregó que las causas pueden ser que «en Guatemala no se ha logrado recomponer el tejido social después de la guerra».
Barrios agregó que las personas que cometen ese tipo de hechos forman parte de una «patología social», la cual es un fenómeno aislado de cualquier tipo de los que cuando no se combaten se generalizan en aspectos más graves a nivel social», enfatizó.
Los practicantes de esos ritos ven, según Barrios, los «sacrificios» (incluso humanos), dentro del contexto mágico ideológico, por lo que para ellos no se trata de un crimen sino de un hecho expiatorio.
Finalmente, la entrevistada denunció que el Estado debería crear centros de rehabilitación y reorientación para jóvenes que buscan, en esas agrupaciones, sustituir a la familia que no tuvieron, el afecto que les faltó y hasta el dinero al que no pueden acceder.
Ley y magia
En febrero último, Osvaldo Raffo, reconocido forense de Argentina, declaró a un informativo de aquel país: «incluso a nivel mundial, los crímenes rituales se cuentan con los dedos de una mano. Sí tenemos antecedentes de personas que mueren por otra razón y después se las utiliza sacándoles las vértebras, la lengua y la sangre. Pero crímenes así (…) casi no hay en el mundo», indicó.
Ese extremo fue confirmado por ílvaro Matus, jefe de la Fiscalía de Delitos Contra la Vida, quien indicó que el único proceso que ha llegado a esa instancia, con vinculación al «satanismo», es el de Rocío Quetzalí (ver recuadro).
Matus explicó que el procedimiento en ese tipo de casos «es normal» por parte del grupo de la escena del crimen: «en ese caso se buscan indicios que puedan ayudar a identificar a los hechores, como alguna arma de fuego o cortocontundente», explicó y refirió que generalmente en esos casos los victimarios dejan muchas evidencias.
El fiscal insistió en que «el arma del satanista puede utilizarse para un estudio» y que otros indicios pueden ser los imágenes, fotografías o símbolos específicos que los vinculen a una agrupación que se dedique a ese tipo de hechos.
El tipo penal que podría tipificarse en esos casos es asociaciones ilícitas, indicó el fiscal, y agregó que el proceder del MP en esos casos es iniciar la investigación respecto a una secta.
Jorge Luis Donado, titular de la Fiscalía Contra el Crimen Organizado, coincidió con Matus respecto a que no han ingresado casos a esa unidad del MP.
Donado refirió que en esos casos se determinan las características de las distintas escenas para determinar si un mismo grupo o secta es la que ejecuta el rito o crimen.
El fiscal añadió que la ley no sanciona, en específico, un hecho con esas características; pero que los homicidios o asesinatos contemplan un agravante del hecho que consiste en «perversidad brutal», que podría aumentar la pena impuesta por el Tribunal que conozca el caso.
«Ha desaparecido»
Leonardo Monzón, administrador del Cementerio General de Guatemala, comentó que los robos de cadáveres «es una práctica que ha desaparecido en Guatemala».
Monzón refirió que se han reportado casos de personas que ingresan al referido camposanto con objetos que podrían utilizarse en hechicería: «hace varios años se efectuó la captura de una persona de sexo femenino que llevaba en una bolsa manojos de ajos y frascos con fotografías y otras imágenes pequeñas», explicó.
El titular de ese cementerio considera que las entonces capturadas «quizá sólo querían depositar esos objetos aquí», y refiere que de eso han pasado ya tres años.
Pese a la anterior afirmación, un sinnúmero de personas consultadas sobre ese tema aseguran que en la ciudad, varias casas en las que se realizan cada cierto tiempo rituales de esa naturaleza, uno de los lugares más referidos fue el que se ubica en la parte inferior del puente El Incienso.
«Vaya ahí abajo del puente El Incienso, ahí hay una casa donde sacrifican animales y hasta gente», cuenta una transeúnte que fue consultada sobre ese tema.
Otra persona que prefirió el anonimato afirma: «a ese lugar no llega ni la Policía porque está protegido por la misma magia negra, por eso es que no entran», comentó.
El 1 de enero de 2007 fue brutalmente asesinada la niña de seis años Evelyn Karina Isidro Ramírez. Sus victimarios fueron aprehendidos un día después, procesados y condenados a 50 años de prisión por ese hecho.
Se consultó en varias oportunidades a Lubia Lima, fiscal litigante en el juicio contra Walter Aguirre, de 18 años, y Rollyn Arrivillaga, de 19, acusados de la muerte de Isidro Ramírez, sobre un posible móvil relacionado con «sacrificios satánicos». Sin embargo no refirió mayores datos al respecto.
Fuentes cercanas a esa fiscalía, ubicada en Villa Nueva, refieren que tanto Aguirre como Arrivillaga son parte de una banda de «satanistas» cuyo culto era ejecutar un asesinato cada primer día del año.
La propia Policía Nacional Civil refirió que en las casas de los sindicados y lugares aledaños, encontraron «imágenes satánicas, una calavera de vaca y un círculo con una estrella dentro, una rana envuelta en unos trapos y una imagen de Maximón»,
Antes de la captura de Walter y Rolling, en el Callejón de la Once, ubicado en la colonia El í‰xodo, se reunían un grupo de aproximadamente diez muchachos, amantes del rock, el licor, el crack y la mariguana; según vecinos de ese lugar, los jóvenes oían música a todo volumen, descendían al barranco y gritaban y hacían relajo hasta muy tarde.
Rolling, cómplice de Walter en el caso de la muerte de Isidro, contó que el 21 de enero de 2006 había ido a un concierto y después se reunieron en el mismo callejón con otros jóvenes, bajaron al barranco y entre todos atacaron a un hombre, lo mataron y lo mutilaron.
Pese a que el condenado refirió algunos nombres, el MP no ha referido información relacionada con la banda que pudo cometer decenas de asesinatos por placer, como ritual o como ofrenda.
El 15 de agosto de 2005 ocurrió un amotinamiento simultáneo en nueve cárceles del país, hecho en el que perdieron la vida 34 reos por un supuesto enfrentamiento entre pandillas rivales.
Dos de los 34 muertos en ese incidente eran acusados de decapitar a varios reos en una revuelta ocurrida en 2003. Fecha en la que murieron Jorge Joaquín Chales Ramos alias «Psycho», y Geovany Celaya Caneses, alias «Chopper», condenados en junio de 2002 a la pena de muerte y 50 años de prisión, respectivamente, por el asesinato de una niña de 14 años.
Rocío Quetzalí Estrada, quien murió decapitada a manos de Chales y Celaya, fue una víctima de un rito de iniciación para pertenecer a una pandilla que los ahora fallecidos practicaron.
Durante el juicio, varios testigos inculparon a los sentenciados con la decapitación de al menos dos hombres en los desórdenes del Centro de Detención Preventiva para Hombres de la zona 18, ocurridos en febrero de 2003.