La peor cara del crimen


La delincuencia siempre ha sido catalogada como una actividad desviada. Pero hay crí­menes de crí­menes, y hay algunos que rayan en el satanismo y obligan hasta al más fiero a compungirse por la saña con que fueron cometidos. Aún en nuestros dí­as, ¿existen grupos criminales cuyo móvil de los ilí­citos sea sobrenatural?, ¿cómo actúa el Ministerio Público cuando los casos presentan esas caracterí­sticas?, ¿la práctica de esos rituales aún existe?

Gerson Ortiz
lahora@lahora.com.gt

Vecinos de Villa Nueva protestaron el 2 de enero de 2007, luego de que conocieran que dos jóvenes supuestamente asesinaron a Evelyn Karina, de seis años, en un rito satánico, como parte de una tradición oscura que se repite cada primer dí­a del año.Socorristas recuperan del fondo de un barranco el cuerpo de un niño decapitado; cercenar la cabeza, al parecer, es un ritual habitual en las ceremonias satánicas.

Una llamada telefónica ingresó a una subestación de la Policí­a Nacional Civil: una mujer que se negó a identificarse dijo: «manden a alguien a investigar porque desde ayer sale un olor raro de una casa de por aquí­. Parece que hay un muerto». Dictó la dirección y las caracterí­sticas de la vivienda, la cual está abandonada desde hace meses.

Cuatro agentes llegan al lugar en un autopatrulla y tras una inspección superficial proceden a entrar a la casa retirando los pocos vidrios que quedan en la ventana de enfrente. En el interior encuentran una escena muy difí­cil de describir. Uno de los agentes pide la presencia del Ministerio Público (MP) a ese lugar.

Los vehí­culos blancos de la institución tardaron cinco horas en llegar al lugar y media hora en iniciar los trámites de rigor. Para ese momento, decenas de personas rodean la inhabitada residencia.

El olor en el interior es nauseabundo y todo parece apuntar a que la falta de luz sumará más tiempo al levantamiento de la escena del crimen. Los fiscales al ingresar examinan por un momento la escena y hacen una primera observación: no hay ningún cadáver en el lugar.

El cuadro es desgarrador: en el centro de lo que podrí­a ser «la sala de la casa» está dibujado un «pentagrama» rodeado de varios sí­mbolos indescriptibles y restos de velas de diferentes colores generalmente oscuros; aunque la sangre ya se ha secado, los forenses constatan que está expandida por todo el lugar. Posteriormente empiezan a encontrar partes blandas del cuerpo de la ví­ctima, como la lengua, ví­sceras y otros órganos.

En un cuarto contiguo encuentran apenas los huesos del cuerpo de la ví­ctima; están colocados sobre el suelo en forma de «Y», la cabeza yace a pocos centí­metros. Atónitos, los fiscales inician las pesquisas…

Prácticas

Giuseppe Ferrari, secretario nacional del «Grupo de investigación e información sobre las sectas», definió las prácticas en mención de la siguiente manera: «en general podemos afirmar que hablamos de satanismo cuando nos referimos a personas, grupos o movimientos que, de forma aislada o estructurada y organizada, practican algún tipo de culto del ser que en la Biblia se indica con los nombres de demonio, diablo o Satanás. En general, tal entidad es considerada por los satanistas como ser o fuerza metafí­sica; o como misterioso elemento innato en el ser humano; o energí­a natural desconocida, que se evoca a través de particulares prácticas rituales».

Walda Barrios, catedrática de antropologí­a de la Universidad de San Carlos de Guatemala, opinó que a nivel social ese tipo de sectas o clanes son conformadas generalmente por jóvenes que se agrupan en esos espacios para sustituir necesidades emocionales y psicológicas.

La antropóloga explicó que los jóvenes suelen ser utilizados por lí­deres negativos que «aprovechan el estado de anomia en el que se encuentra la sociedad» para someterlos a esas prácticas con fines, incluso lucrativos; y agregó que las causas pueden ser que «en Guatemala no se ha logrado recomponer el tejido social después de la guerra».

Barrios agregó que las personas que cometen ese tipo de hechos forman parte de una «patologí­a social», la cual es un fenómeno aislado de cualquier tipo de los que cuando no se combaten se generalizan en aspectos más graves a nivel social», enfatizó.

Los practicantes de esos ritos ven, según Barrios, los «sacrificios» (incluso humanos), dentro del contexto mágico ideológico, por lo que para ellos no se trata de un crimen sino de un hecho expiatorio.

Finalmente, la entrevistada denunció que el Estado deberí­a crear centros de rehabilitación y reorientación para jóvenes que buscan, en esas agrupaciones, sustituir a la familia que no tuvieron, el afecto que les faltó y hasta el dinero al que no pueden acceder.

Ley y magia

En febrero último, Osvaldo Raffo, reconocido forense de Argentina, declaró a un informativo de aquel paí­s: «incluso a nivel mundial, los crí­menes rituales se cuentan con los dedos de una mano. Sí­ tenemos antecedentes de personas que mueren por otra razón y después se las utiliza sacándoles las vértebras, la lengua y la sangre. Pero crí­menes así­ (…) casi no hay en el mundo», indicó.

Ese extremo fue confirmado por ílvaro Matus, jefe de la Fiscalí­a de Delitos Contra la Vida, quien indicó que el único proceso que ha llegado a esa instancia, con vinculación al «satanismo», es el de Rocí­o Quetzalí­ (ver recuadro).

Matus explicó que el procedimiento en ese tipo de casos «es normal» por parte del grupo de la escena del crimen: «en ese caso se buscan indicios que puedan ayudar a identificar a los hechores, como alguna arma de fuego o cortocontundente», explicó y refirió que generalmente en esos casos los victimarios dejan muchas evidencias.

El fiscal insistió en que «el arma del satanista puede utilizarse para un estudio» y que otros indicios pueden ser los imágenes, fotografí­as o sí­mbolos especí­ficos que los vinculen a una agrupación que se dedique a ese tipo de hechos.

El tipo penal que podrí­a tipificarse en esos casos es asociaciones ilí­citas, indicó el fiscal, y agregó que el proceder del MP en esos casos es iniciar la investigación respecto a una secta.

Jorge Luis Donado, titular de la Fiscalí­a Contra el Crimen Organizado, coincidió con Matus respecto a que no han ingresado casos a esa unidad del MP.

Donado refirió que en esos casos se determinan las caracterí­sticas de las distintas escenas para determinar si un mismo grupo o secta es la que ejecuta el rito o crimen.

El fiscal añadió que la ley no sanciona, en especí­fico, un hecho con esas caracterí­sticas; pero que los homicidios o asesinatos contemplan un agravante del hecho que consiste en «perversidad brutal», que podrí­a aumentar la pena impuesta por el Tribunal que conozca el caso.

«Ha desaparecido»

Leonardo Monzón, administrador del Cementerio General de Guatemala, comentó que los robos de cadáveres «es una práctica que ha desaparecido en Guatemala».

Monzón refirió que se han reportado casos de personas que ingresan al referido camposanto con objetos que podrí­an utilizarse en hechicerí­a: «hace varios años se efectuó la captura de una persona de sexo femenino que llevaba en una bolsa manojos de ajos y frascos con fotografí­as y otras imágenes pequeñas», explicó.

El titular de ese cementerio considera que las entonces capturadas «quizá sólo querí­an depositar esos objetos aquí­», y refiere que de eso han pasado ya tres años.

Pese a la anterior afirmación, un sinnúmero de personas consultadas sobre ese tema aseguran que en la ciudad, varias casas en las que se realizan cada cierto tiempo rituales de esa naturaleza, uno de los lugares más referidos fue el que se ubica en la parte inferior del puente El Incienso.

«Vaya ahí­ abajo del puente El Incienso, ahí­ hay una casa donde sacrifican animales y hasta gente», cuenta una transeúnte que fue consultada sobre ese tema.

Otra persona que prefirió el anonimato afirma: «a ese lugar no llega ni la Policí­a porque está protegido por la misma magia negra, por eso es que no entran», comentó.

Historia


El 1 de enero de 2007 fue brutalmente asesinada la niña de seis años Evelyn Karina Isidro Ramí­rez. Sus victimarios fueron aprehendidos un dí­a después, procesados y condenados a 50 años de prisión por ese hecho.

Se consultó en varias oportunidades a Lubia Lima, fiscal litigante en el juicio contra Walter Aguirre, de 18 años, y Rollyn Arrivillaga, de 19, acusados de la muerte de Isidro Ramí­rez, sobre un posible móvil relacionado con «sacrificios satánicos». Sin embargo no refirió mayores datos al respecto.

Fuentes cercanas a esa fiscalí­a, ubicada en Villa Nueva, refieren que tanto Aguirre como Arrivillaga son parte de una banda de «satanistas» cuyo culto era ejecutar un asesinato cada primer dí­a del año.

La propia Policí­a Nacional Civil refirió que en las casas de los sindicados y lugares aledaños, encontraron «imágenes satánicas, una calavera de vaca y un cí­rculo con una estrella dentro, una rana envuelta en unos trapos y una imagen de Maximón»,

Antes de la captura de Walter y Rolling, en el Callejón de la Once, ubicado en la colonia El í‰xodo, se reuní­an un grupo de aproximadamente diez muchachos, amantes del rock, el licor, el crack y la mariguana; según vecinos de ese lugar, los jóvenes oí­an música a todo volumen, descendí­an al barranco y gritaban y hací­an relajo hasta muy tarde.

Rolling, cómplice de Walter en el caso de la muerte de Isidro, contó que el 21 de enero de 2006 habí­a ido a un concierto y después se reunieron en el mismo callejón con otros jóvenes, bajaron al barranco y entre todos atacaron a un hombre, lo mataron y lo mutilaron.

Pese a que el condenado refirió algunos nombres, el MP no ha referido información relacionada con la banda que pudo cometer decenas de asesinatos por placer, como ritual o como ofrenda.

Decapitadores decapitados


El 15 de agosto de 2005 ocurrió un amotinamiento simultáneo en nueve cárceles del paí­s, hecho en el que perdieron la vida 34 reos por un supuesto enfrentamiento entre pandillas rivales.

Dos de los 34 muertos en ese incidente eran acusados de decapitar a varios reos en una revuelta ocurrida en 2003. Fecha en la que murieron Jorge Joaquí­n Chales Ramos alias «Psycho», y Geovany Celaya Caneses, alias «Chopper», condenados en junio de 2002 a la pena de muerte y 50 años de prisión, respectivamente, por el asesinato de una niña de 14 años.

Rocí­o Quetzalí­ Estrada, quien murió decapitada a manos de Chales y Celaya, fue una ví­ctima de un rito de iniciación para pertenecer a una pandilla que los ahora fallecidos practicaron.

Durante el juicio, varios testigos inculparon a los sentenciados con la decapitación de al menos dos hombres en los desórdenes del Centro de Detención Preventiva para Hombres de la zona 18, ocurridos en febrero de 2003.