Don José Milla, en uno de sus cuadros de costumbre, se refiere al gran servicio de las pensiones y mesones que existían en la Guatemala de antaño. Las pensiones para el hospedaje de las personas que venían a la capital, y los mesones para depósito de mercancías: pescado seco, fardos de chile, quintales de papa, maíz, arroz, verduras, cebollas y ajos, que le daban un olor peculiar a esta especie de almacenes de depósito. En la 17 calle y 6ª. avenida de la zona 1, funcionaba el “Mesón Concordia”, por la cercanía al Parque Concordia; y en la 20 calle y 4ª. avenida, funcionaban otros mesones, El Quijote, se llamaba uno, que creo era propiedad de mi amigo, licenciado Manuel Franco Santacruz.
En cuanto las pensiones, fueron famosas la Pensión Mesa, con su lema “Buena cama y buena Mesa”, en donde decía don Tono Mesa que estaba la cama donde durmió el Ché Guevara; y en la 7ª. avenida, funcionó la confortable y limpia Pensión Pérez.
Don Antonio Martínez, español que se vino a vivir a Guatemala a finales del siglo XIX, fincó sus intereses en Chiquimulilla, compró una finca ganadera en las faldas del Tecuamburro y le llamó “Piedra Grande”. Formó hogar con mi tía materna, María Dominga Lara Monterroso, y construyó su vivienda frente al Parque Barrios. Era un caserón de tres niveles, hecho de madera de cedro y conacaste y con muchos cuartos para una pensión. Desde el tercer piso, por el lado sur, se podía divisar el mar Pacífico; y por el lado norte, toda la cordillera de montañas, incluyendo el volcán de Tecuamburro. Cuando el cielo estaba despejado, se podían ver los potreros de Piedra Grande y los pinos que adornaban la cresta del volcán. En el segundo piso, frente al parque, había una gran sala en donde funcionó un almacén de vinos y abarrotes importados de España. Al otro lado del parque, frente al antiguo edificio de la Municipalidad, otro extranjero, don Humberto Preti, era propietario del “Almacén de Preti”, en donde se vendían similares productos, sólo que de origen italiano.
Cuando murió don Antonio, pues todos los negocios se fueron acabando; mi tía y mi prima Paquita, tenían dificultades para administrarlos. Al final, se vendieron las fincas solo quedó el viejo caserón que se convirtió en pensión, con el nombre de “Pensión Lara”. Casi toda mi vida de escuelero primario la pasé en esa pensión, pues mi madre trabajaba en el negocio de mi tía. Ahora, que vivo pegado a los recuerdos, repaso todos los sucesos que ocurrían en la Pensión. Una vez, una gringa hermosa y de ojos azules, se llamaba Sandra, se vino de los Estados Unidos con don Chechón Preti, a vivir en Chiquimulilla y se hospedó en la Pensión Lara, con su hijo Charles, un patojo como de 6 años al que nosotros no encargamos de enseñarle “malas palabras”, que aprendió rápido. Un día la gringa sorprendió a todo el pueblo mojigato: vistió pantalones vaqueros, manejó un jeep de la Segunda Guerra Mundial y hasta se montó en un caballo con las canillas abiertas y sin usar galápago, que era el modo de montar de las mujeres en ese tiempo. Un día, sin que supiéramos por qué motivo, se tragó cincuenta Mejorales con un octavo de guaro. Mi tía me mandó a traer al doctor Serrano, para revivirla. El galeno pidió desnudarla por completo; pero, mi tía le dijo que en la pensión no se permitían deshonestidades y que se retirara. Entonces, mi tía agarró una pluma de gallina, le rascó la garganta con la punta y la gringa expulsó los Mejorales con todo y guaro. En otra oportunidad, jugando yo en la pila de la cocina, vi que dos pensionistas que habían llegado a combatir la plaga de chapulín, maniobraban un rifle 22. Uno le dijo al otro que no se atrevía pegarle un tiro. El otro, creyendo que el rifle estaba descargado, le apunto, jaló el gatillo y allí quedó tendido el atrevido. Por eso a mí me daba miedo pasar por el corredor del muerto cuando mi tía me ordenaba poner candelas en los cuartos, pues no había luz eléctrica. En la Pensión Lara regía una reglamentación puritana. Un día llegó Hugo Peta y preguntó si había cuartos. Cuando se le dijo que sí, preguntó también “Si podía traer un su bulto”. Se le dijo que sí y al rato venía con una hembra retozona, como las propias de la Costa Grande. Ni siquiera llegó al corredor, porque se le dijo que la Pensión era un lugar honesto y que se fuera a otro lado. Y es que la clientela era regularmente de agentes viajero: el del Café Miramar, el de Cordón Horjales ofreciendo jabón, don Héctor con sus cremas “ Max Factor” o don Flavio, que nos legó fotos de todas las familias de ese tiempo.
En el sótano había una bodega oscura que era refugio de murciélagos y hospedaje de lechuzas. Allí se guardaban los vinos que venían de España. Cuando las escaramuzas de 1920, los cabreristas andaban matando unionistas. Y me contaba mi madre que don Antonio, por seguridad, concentró a la familia en esa bodega, enarboló una bandera de España en el corredor y le dijo a los ignorantes cabreristas que allí no podían entrar porque era territorio español…Y se salvaron.