LA PARÁBOLA DEL OJO DE LA CERRADURA


Había un hombre entrado en años y era dueño de una gran extensión de tierra, de verdes pastos, muy buenos para su ganado; tenía dos hijos, uno era bueno y otro malo. Pues bien, el anciano presintió que su fin estaba por llegar, por lo que hizo su testamento: al hijo malo le dejaba la mitad de sus tierras, donde corría un río maravilloso, con una laguna muy grande para que su hijo tuviera agua suficiente; además, era dueño de unos colmenares, pero no lo incluyó en sus herederos.

Eduardo Alfonso Luna Estrada
Céd. A-1-309873


Al hijo bueno le dejó la mitad del otro resto de sus tierras y la mitad del ganado.
De repente el hijo malo comenzó a talar árboles y a venderlos, al igual mataba las  reses y todo esto lo vendía a escondidas de su padre y hermano; por otra parte, se hurtaba la miel. Este hijo comenzó a pregonar a las personas lo siguiente: Que tenía un mal padre y que por el ojo de la cerradura vería su caída. Lentamente ésta cosas llegaron al oído de su padre, quien le reclamó su proceder. El hijo malo montó en cólera al verse descubierto, y le dijo a su padre que se iba inmediatamente de aquellas tierras. Al día siguiente fue a comprar un camión a cuenta del padre de él, éste último se quedó con la boca abierta de lo que estaba pasando. El hijo malo llevó el camión a la hacienda, y subió al camión las colmenas de su padre, algunas pertenencias y se llevó a su mujer y a sus hijos a tierras extranjeras.
El camión decía: “Si me alcanzas te pico”.- En cuanto llegó a las nueve tierras compró una casa con el dinero de sus fechorías y se puso a trabajar en los colmenares. Al principio las abejas estuvieron muy laboriosas, pero Dios maldijo los colmenares y fueron muriendo lentamente. Vino el hijo malo y con el dinero mal habido hizo otros negocios los que también fracasaron, llegó al extremo que éste hombre no podía pagar la educación de sus hijos y pasaban mucha hambre. El padre de este sujeto se enteró de sus penas, y comenzó a mandarle ayuda; pero el hijo malo era muy orgulloso y ni siquiera le daba las gracias a su padre.
Comenzó a pasar el tiempo y el buen anciano enfermó de gravedad, por lo que mandó a llamar al hijo malo, quien viendo que la llama de la vida de su padre se consumía, regresó a aquellas tierras, no por su padre, sino por la herencia, la que recibió al poco tiempo.
Viendo este hombre que tenía tanta agua, mandó a hacer un dique para que el agua no llegara a tierras de su hermano. Inmediatamente ordenó que se sembraran semillas para vender en el futuro toda clase de legumbres, pero éstas crecían un poquito y se morían y lo mismo pasaba con el ganado.
Contrariamente a esto Dios bendecía las plantas y ganado del hijo bueno, pues a pesar que no tenía agua para su ganado ni para regar sus legumbres, Dios se lo daba todo grandemente. Mientras el hermano malo se moría de la envidia contra su hermano, este último decidió hacer un pozo para regar sus tierras y dar también el vital líquido a su ganado. Al terminar el pozo vio con gran alegría que Dios los había bendecido grandemente pues encontró una mina de oro y se hizo rico; mientras que al otro hermano cada día le iba peor, parando finalmente en una gran pobreza y viviendo de la caridad pública, pues perdió todos sus bienes.