La oportunidad de los jaguares latinoamericanos


Hace un año, tras la peor recesión en casi un siglo, dejé en claro mi optimismo sobre la significativa transformación económica de América Latina. Por primera vez, una crisis financiera internacional no habí­a lanzado a la región en picada. Muchos paí­ses no sólo habí­an sobrevivido a la crisis, sino que se recuperaban con mayor fuerza y velocidad que muchos en otras regiones.

Pamela Cox
Vicepresidenta del Banco Mundial para América Latina y el Caribe

Advertí­, sin embargo, que las proyecciones del Banco Mundial y la comunidad internacional indicaban que la crisis podrí­a llevar a ocho millones de latinoamericanos de regreso a la pobreza, amenazando importantes avances sociales como la primera significativa reducción de la desigualdad en 30 años.

La buena noticia es que nos equivocamos. En 2009, las filas de los pobres aumentaron pero mucho menos, en 2.1 millones, mientras que el desempleo creció en 2 millones, menos que las predicciones de 3.5 a 5 millones. Ahora confiamos en que estos déficits se absorberán en su totalidad en 2011.

Las tasas de crecimiento para los paí­ses más grandes de la región revelaron una sorpresa aún más significativa. México, Colombia, Perú, Argentina, Chile y Uruguay, entre otros, crecerán este año más de un cinco por ciento, por encima de lo que muchos pronosticaron.

Muchos pensaron, con base en desempeños anteriores, que las naciones más abiertas al comercio y los mercados financieros internacionales sufrirí­an un colapso más severo. Pero ese presagio falló también. Estos paí­ses demostraron que los riesgos de la globalización dependen de la forma cómo las naciones se integran a los mercados internacionales.

De hecho para el próximo año la actividad económica de la región habrá borrado por completo cualquier rastro de la crisis. Tras sufrir una breve recesión de tres meses, Brasil liderará el grupo con su increí­ble capacidad de recuperación.

¿Cómo ocurrió esto? ¿Cómo logró la región romper con los patrones del pasado?

La respuesta corta es que la región produjo un «revolución silenciosa» en los años previos a la crisis. Fue parte del progreso constante, resultado de anteriores crisis.

Fue una revolución basada en sólidas polí­ticas macro económicas y financieras acompañadas por un renovado énfasis en la equidad social. Las polí­ticas monetarias, fiscales y bancarias adoptadas en los últimos años lograron disminuir el choque externo, cuando antes lo amplificaban.

La fortaleza de las monedas absorbió una mayor presión. Los gobiernos tuvieron un mayor espacio fiscal para adoptar medidas anticí­clicas que ayudaron a los que más lo necesitaban. Y los sistemas financieros tuvieron suficiente liquidez y reservas de capital para seguir funcionando.

La región también habí­a pasado de ser un deudor neto a un acreedor neto. Esto quiere decir que los flujos a la región no son ya el resultado de mayor endeudamiento sino, tal como con los tigres asiáticos, el producto de mayor inversión directa de capitales.

Finalmente, la diversificación de las exportaciones de la región ayudaron a suavizar el golpe de una crisis que se originó en Estados Unidos, paí­s que acostumbraba a ser su principal cliente. Gracias a significativos y nuevos lazos con Asia, particularmente China, Sudamérica se recuperó al influjo del rebote de los precios de las materias primas a comienzos de 2009.

Por su parte, los inversionistas extranjeros recuperaron rápidamente su apetito de riesgo y se volcaron a los mercados emergentes, incluidos varios en América Latina. Esto ha llevado a un aumento vertiginoso de flujos de capital que probablemente contribuirán a un crecimiento robusto en los próximos años.

Irónicamente, hoy los paí­ses tradicionalmente en la periferia de la economí­a global se comportan como uno esperarí­a que lo hicieran los del centro; mientras los paí­ses ricos, y en especial las economí­as europeas, están enfrentando una parálisis económica y crisis en el pago de su deuda, caracterí­sticas tradicionales de la periferia.

Esta nueva situación, indudablemente mejor de lo que pudo haber sido, presenta sus propios retos.

Afortunadamente se puede confiar en que la mayorí­a de los lí­deres de los bancos centrales de América Latina actúan con credibilidad y profesionalismo. Su tarea, controlar la inflación sin afectar la competitividad en medio de la apreciación de sus monedas, es compleja, pero se facilitará con polí­ticas fiscales equilibradas que contribuyan a un patrón de crecimiento sostenible.

Las economí­as de América Latina han progresado a niveles que tientan a la comparación con los tigres asiáticos. Los motores de la región rugen, pero deberán seguir haciéndolo por un perí­odo sostenido antes de que podamos declarar con certeza que ha llegado el tiempo de los jaguares latinoamericanos.