Eran las 10:30 de la noche del 19 de octubre de 1944 cuando escuché una ráfaga de ametralladora que venía de la «Guardia de Honor». Servía mi turno de «Cabo Rondín», supervisando el servicio de centinela que prestaban los cadetes en los torreones de la Politécnica. Minutos más tarde una nueva ráfaga. Corrí a dar parte al oficial de guardia, teniente Rogelio Alberto Rosales, quien me ordenó despertar al jefe de servicio capitán Agustín Donis Kestler. Diga al corneta Ramón Morales que toque «generala», alerta de clarín que ordenaba a los cadetes armarse y cubrir sus puestos para defensa de la escuela.
Minutos después se presentaron el general William Hennig, el coronel Juan Francisco Oliva y el capitán Pedro Rodríguez, director, subdirector y comandante de cadetes. Se me instruyó servir de «enlace» entre el comandante y el mando de la escuela. El coronel Oliva me ordenó cubrir el teléfono y segundos después sonó. Soy el general Daniel Corado, secretario de guerra y ponga al teléfono al general Hennig, quien respondió: ¡No mi general!, ¡no señor secretario!, ¡no puedo cumplir esa orden y colgó! Llame a casa presidencial cabo Maldonado. Contestó el mayor Armando Diéguez Pilón. Mi mayor, el general Hennig desea urgentemente hablar con el señor Presidente. Póngalo al teléfono y avisaré al general Ponce. Señor Presidente, el secretario de guerra general Corado, me ordena que la compañía de cadetes ataque la Guardia de Honor y yo no cumplo esa orden. El director escuchó y al final dijo: ¡le agradezco señor Presidente!, ¡los cadetes sólo defenderemos nuestra escuela si es atacada! A eso de las 3 de la madrugada del 20, la artillería 105 ya había bombardeado los Castillos «San José» y «Matamoros». A las cinco se ordenó desocupar la escuela porque los Castillos principiarían a bombardear la «Guardia de Honor». El general Hennig contestó que no saldríamos de la escuela y allí estuvimos durante las 3 horas del cañoneo a la Guardia. A eso de las cinco (llegó en una motobicicleta) y nos habló a la muralla el reportero estrella y entrañable amigo de los cadetes y mío ílvaro Contreras Vélez. Le dijimos lo poco que sabíamos y valientemente se encaminó a la Guardia en misión reporteril para su periódico «Nuestro Diario».
Así viví ese anochecer y ese amanecer histórico, página heroicamente escrita por el ciudadano Jorge Toriello, mayor Francisco Javier Arana, capitán Jacobo Arbenz y los capitanes encargados de las piezas de artillería 105: Salomón Villegas, Luis Valdez Peña y Salomón Pinto, y otros ciudadanos de uniforme y de civil, como los 14 universitarios que llegaron esa noche a la «Guardia de Honor» a escribir una de las más hermosas páginas en el libro de la historia cívico-militar de Guatemala.