Ser juez es una profesión de alto riesgo, solo si realmente se dedican las fuerzas a impartir justicia. Juzgar y hacer que se respete la Ley es un trabajo peligroso en un país como este, tan complejo, como cualquiera de Latinoamérica, donde prevalece la impunidad.
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Si no se está expuesto a las balas, se está ante las presiones mediáticas, políticas o económicas, que siempre estarán presentes mientras no se comprenda ni se haga real y completa la implementación del modelo democrático. Desde el otro lado del estrado, un poco más allá del banquillo de los acusados, la imagen del juez nos parece tan lejana, tan ajena y desconocida. Pero lo cierto es que al final del día, son personas como cualquier otra, con límites, con agobio, con preocupaciones y frustraciones.
Entender lo importante del papel del juez en una sociedad requiere sensibilización, atención y hasta humildad. En una resolución judicial siempre habrá una parte en desacuerdo y otra complacida. Frente al juzgado está o debería estar la sociedad vigilando que su decisión sea producto del análisis de las pruebas y no de acuerdos o pactos previos. Pero en Guatemala aún no se comprende del todo la fiscalización de la que debe ser objeto el Organismo Judicial, tanto o más que al Ejecutivo o Legislativo.
Alguna vez escuché que un psicólogo tiene su propio psicólogo, porque en ese escuchar a un paciente, absorbe de alguna forma lo que siente este, y en ese sentido me pregunto: ¿Cómo se desahogan los jueces?
A diario escuchan todo el resultado de las carencias de este país, la delincuencia de la que nos quejamos, toda llega a ellos, y desde el punto de vista humano, ¿cómo, al salir de su oficina se despojan de toda esa carga? Escuchan de asesinatos, violaciones, robos, fraudes, estafas, crimen organizado, narcotráfico, defraudadores y una extensa lista de delitos durante todo el día. ¿Dónde depositan todo lo que la sociedad les manda? También, ¿existe para esto una especie de escudo contra las intromisiones, las presiones, los intentos de manipulación y chantaje? No lo sé. Pero sé que hay profesionales del derecho que hacen bien su trabajo, y que por eso son y serán recordados y reconocidos.
Hace unos días Iván Velásquez Gómez, jefe de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), dijo que todo lo positivo en la justicia de Guatemala tiene el sello del magistrado César Barrientos. Hace unos días Estados Unidos reconoció a Yassmín Barrios, por ser una mujer valiente. Mi expectativa como ciudadana, y quizá como muchos otros, es que el impacto de esos profesionales admirables abarque a cada una de las personas que ocupan un puesto en la administración de justicia, pero no solo a las personalidades visibles, sino también a los que están detrás de los expedientes judiciales y de las investigaciones. Estos pueden ser pasos para construir esa sociedad en paz, que algunos tanto anhelamos.
La generación que dentro de pocos años entregará la estafeta, tuvo un contexto de desarrollo complejo, pero aun así, nos deja toda una estructura que bien aplicada, con algunos ajustes, nos permitiría alcanzar la justicia pronta y cumplida que necesitamos. Ojalá, las grandes mentes nos dejen su sabiduría, pero más que eso la sepamos reconocer y acoger.