El pasado fin de semana, en una casa de la zona 5, en horas de la noche, la familia Cutiño Pivaral se encontraba resguardada en el interior de la vivienda. Como seguramente ha ocurrido en otras veces, escucharon disparos, y sin dudarlo, todos se tiraron al suelo. Una práctica que ya está incrustada en el ADN de la población de las zonas rojas.
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Oliver Josué, de apenas 1 año y 7 meses, no comprendía muy bien lo que hacía su familia. Sin embargo, él se asustó mucho por escuchar los disparos, y empezó a correr por la casa, sin saber exactamente qué hacer.
Sin que hubiera estado dirigida hacia él, una bala impactó en su cuerpo. Su familia lo vio caer, y, en cuanto sintieron que ya se había terminado el tiroteo, se lanzaron para ayudarlo. Llamaron a los bomberos, quienes lo llevaron con vida al hospital, pero ni los socorristas ni los médicos pudieron hacer algo.
Murió. Como mueren decenas al día en Guatemala en forma violenta.
Ese mismo día, horas antes, tres niñas y su mamá, habían recibido un ataque armado en Escuintla; sólo una niña sobrevivió, pero quedó mal herida. Ayer, los restos de un adolescente descuartizado fueron dispersos en tres colonias diferentes. Aunque no son las víctimas más frecuentes, la niñez y adolescencia guatemalteca es la que menos sabe enfrentar este clima violento.
En el primer caso, me parece muy preocupante que las familias guatemaltecas ya tengan diseñadas sus estrategias para intentar sobrevivir en este país violento. Lanzarse al suelo en caso de escuchar disparos, me parece, más bien, una táctica de guerra, que practican los batallones.
Y más preocupante es el hecho de que los niños, a tan corta edad (menos de 2 años), ya tengan que aprender estas estrategias, en caso quieran llegar a cumplir los 70 años, que, según cifras del Informe de Desarrollo Humano de la PNUD es la esperanza de vida de la población. Pero así será muy difícil cumplir las siete décadas, cuando hay algunos que no alcanzan a cumplir ni siquiera una.
También, no sé qué será de los niños que ven diariamente esta violencia, o los escolares que ya saben de un compañero que fue muerto por una bala perdida, o un ataque directo, y, no digamos, que su amigo apareció descuartizado.
¿Es ésta la niñez que queremos formar? ¿Qué experiencias, qué criterios, qué actitudes podrá tener esta niñez cuando, en unos años, sean el motor social y económico del país?
Actualmente el debate por la inseguridad se aborda en una mesa de diálogo polarizada, en que los sectores exigen para sí un amplio operativo de seguridad, pero las autoridades insisten en que necesitan recursos, y que así no se puede brindar.
Mientras tanto, mientras se debate la mejor forma de hacer las cosas, continuamos creciendo físicamente en medio de un clima de violencia, inseguridad, impunidad, desempleo, pobreza, etcétera, que no ofrece las condiciones adecuadas para que los niños y adolescentes aprendan la experiencia.
¿Cómo construir la paz en unos veinte años, si los niños de hoy día no la conocen? ¿Cómo enseñarles, si la experiencia actual no sirve de ejemplo? Sin embargo, pareciera que a quienes hoy día manejan los destinos económico-políticos del país, les interesa más incrementar sus cuentas bancarias y ganar las próximas elecciones. Y que se muera nuestro futuro.