Quizá usted ya recibió este texto que me envió mi amigo odontólogo Rogelio Castillo, pero no resistí el deseo de compartirlo con mis contados lectores al inicio de semana.
  Había pasado todo el día con su mamá en un gran almacén -comienza su relato el desconocido autor original del mensaje. Esa bella pelirroja, con cara pecosa, clara imagen de la inocencia, no debe haber tenido más de 6 años. Cuando se disponían a abandonar la tienda, llovía a cántaros. Todos nos quedamos frente a la puerta, resguardados, algunos irritados porque la naturaleza les estaba estropeando su prisa rutinaria.
  Siempre me ha encantado la lluvia. Me pierdo ante la vista de los cielos y el polvo de este mundo. Simultáneamente, vienen los recuerdos de mi infancia corriendo bajo la lluvia. Son bienvenidos como una forma de aliviar todas mis preocupaciones.
  La voz de esa chiquita era muy dulce que rompió mi embeleso al decirle a su madre: -Mamá, corramos bajo la lluvia. ¡Sí mamá, corramos a través de la lluvia! La madre replicó: -No, mi amor, esperemos que pare la lluvia. La niña calló unos segundos y repitió: -Mamá, ¡corramos a través de la lluvia! La madre repuso: -Si lo hacemos nos vamos a empapar. -Eso no fue lo que le dijiste a papá esta mañana, recordó la chiquilla.
  -Cuando hablabas con papá acerca del cáncer que padece le dijiste que si Dios nos hace pasar a través de esto, puede hacernos pasar a través de cualquier cosa. La niña enmudeció y todos nos quedamos en silencio. La madre de la chica se detuvo a pensar en ese momento entorno de lo que debería responder. Este era un instante crucial en la vida de su hija, un lapso en que la inocencia y la confianza podían entrar en conflicto o conciliarse, de manera que algún día florecerían en una inquebrantable fe. -Amor, tienes toda la razón -dijo la madre-, corramos a través de la lluvia, y si Dios quiere que nos empapemos puede ser que í‰l sepa que necesitamos una lavadita. Y salieron corriendo.
  Todos nos quedamos viéndolas, riéndonos mientras madre e hija corrían por el estacionamiento, pisando todos los charcos. Por supuesto que se empaparon, pero no fueron las únicas. Le siguieron unos cuantos que reían bajo la lluvia en tanto corrían hacia sus autos. Sí, es cierto, yo también corrí. Y sí, también me empapé. Seguro que Dios pensó que yo necesitaba una lavadita.
  Las circunstancias o las personas pueden quitarnos nuestras posesiones materiales, pueden llevarse nuestro dinero y nuestra salud. Pero nadie puede quitarnos nuestras más valiosas posesiones: nuestros recuerdos. Un amigo me dijo: -Cada memoria es un ladrillo que construye una vida. De vez en cuando toma tu tiempo para correr a través de la lluvia, puede ser que Dios quiere que te des una empapadita; pero jamás te dejará solo. Y si te ha permitido pasar por tormentas en tu vida, también pasará ésta y la otra y la que sigue. Después de cada una de ellas verás nuevamente su amor en cada arco iris