La necesidad de corregir el rumbo


No cabe ninguna duda del problema que para la Iglesia Católica ha sido el manejo de los escándalos de abuso sexual cometidos por religiosos y sacerdotes a lo largo de muchos años. Y digo que el problema central está en el manejo, porque lo que hace diferente la pederastia de los curas respecto a la que puedan cometer otros adultos en perjuicio de menores es esa actitud de protección institucional, de espí­ritu de cuerpo, que se mantuvo durante muchos años con el erróneo criterio de que admitir la existencia de abusadores y castigar a los culpables harí­a daño a la imagen de la Iglesia.

Oscar Clemente Marroquí­n
ocmarroq@lahora.com.gt

Se dice con absoluta razón que los abusos contra menores no son un crimen que cometan únicamente los curas o religiosos sino que se trata de aberraciones lamentablemente demasiado extendidas y que muchas veces las cometen hasta los parientes de las ví­ctimas. No hay estadí­sticas confiables porque en los delitos contra el pudor es muy corriente el silencio y precisamente esa tendencia natural a ocultar tales situaciones es la que al final termina alentando a los abusadores. Cierto es que los curas y religiosos pederastas usan su influencia moral sobre las ví­ctimas para facilitar el abuso, pero lo mismo ocurre con maestros seglares y con parientes o amigos que igualmente agreden a menores de edad aprovechando esa influencia o autoridad moral. La iglesia sostiene que hay una campaña orquestada para hacerle daño y no me cabe duda de que hay personas y sectores que están aprovechando las circunstancias para hacerlo, pero no se puede tapar el sol con un dedo ni negar que existe una realidad incuestionable y que la jerarquí­a eclesiástica, casi por norma, adoptó un camino equivocado cuando en vez de sancionar públicamente a los abusadores, simplemente los trasladaba a otro cargo y muchas veces asignándoles la responsabilidad de trabajar con menores. Eso no se puede negar ni ocultar y es, seguramente lo que hace mucho mayor el daño y afecta a los miles de sacerdotes y religiosos honestos y correctos que hay en el mundo. Porque ciertamente se ha generalizado en demasí­a al hablar de la pederastia como un mal de los pastores de la Iglesia Católica, siendo la realidad que hay muchí­simos de ellos que saben vivir con sus votos y convicciones. Creo yo que la mayorí­a de los católicos y de quienes nos hemos formado en colegios a cargo de religiosos podemos dar fe de conductas intachables. Yo cursé mis estudios con los Jesuitas, con Maristas y con Lasallistas, con éstos últimos pasé cinco años en un internado, sin jamás haber visto u oí­do algo anormal relacionado con religiosos abusadores y en conversaciones con amigos de esos y otros colegios, nunca he escuchado de alguna experiencia como las que ahora ocupan los espacios en los medios de comunicación. Pero sí­ entiendo que es justificada la condena de la opinión pública cuando se comprueba que algunos obispos apañaron los hechos con la tonta idea de que así­ protegí­an a la Iglesia. Se acaba de publicar la carta que escribió un Cardenal colombiano con alto cargo en la curia romana felicitando a un obispo por no denunciar a un cura abusador, sobre la tesis de que así­ cumplió con su deber como católico. En otras palabras, abundaron los obispos a los que les importó un pito el dolor de las ví­ctimas y se inclinaron por apañar los abusos; eso es lo totalmente repudiable y al final imperdonable. Por ello hay que sacar ventaja de lo que ahora ocurre y la Iglesia con tolerancia cero y determinación, debe castigar a cualquier cura o religioso pederasta. Sólo así­ cumplirá realmente con su responsabilidad.