No cabe ninguna duda del problema que para la Iglesia Católica ha sido el manejo de los escándalos de abuso sexual cometidos por religiosos y sacerdotes a lo largo de muchos años. Y digo que el problema central está en el manejo, porque lo que hace diferente la pederastia de los curas respecto a la que puedan cometer otros adultos en perjuicio de menores es esa actitud de protección institucional, de espíritu de cuerpo, que se mantuvo durante muchos años con el erróneo criterio de que admitir la existencia de abusadores y castigar a los culpables haría daño a la imagen de la Iglesia.
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Se dice con absoluta razón que los abusos contra menores no son un crimen que cometan únicamente los curas o religiosos sino que se trata de aberraciones lamentablemente demasiado extendidas y que muchas veces las cometen hasta los parientes de las víctimas. No hay estadísticas confiables porque en los delitos contra el pudor es muy corriente el silencio y precisamente esa tendencia natural a ocultar tales situaciones es la que al final termina alentando a los abusadores. Cierto es que los curas y religiosos pederastas usan su influencia moral sobre las víctimas para facilitar el abuso, pero lo mismo ocurre con maestros seglares y con parientes o amigos que igualmente agreden a menores de edad aprovechando esa influencia o autoridad moral. La iglesia sostiene que hay una campaña orquestada para hacerle daño y no me cabe duda de que hay personas y sectores que están aprovechando las circunstancias para hacerlo, pero no se puede tapar el sol con un dedo ni negar que existe una realidad incuestionable y que la jerarquía eclesiástica, casi por norma, adoptó un camino equivocado cuando en vez de sancionar públicamente a los abusadores, simplemente los trasladaba a otro cargo y muchas veces asignándoles la responsabilidad de trabajar con menores. Eso no se puede negar ni ocultar y es, seguramente lo que hace mucho mayor el daño y afecta a los miles de sacerdotes y religiosos honestos y correctos que hay en el mundo. Porque ciertamente se ha generalizado en demasía al hablar de la pederastia como un mal de los pastores de la Iglesia Católica, siendo la realidad que hay muchísimos de ellos que saben vivir con sus votos y convicciones. Creo yo que la mayoría de los católicos y de quienes nos hemos formado en colegios a cargo de religiosos podemos dar fe de conductas intachables. Yo cursé mis estudios con los Jesuitas, con Maristas y con Lasallistas, con éstos últimos pasé cinco años en un internado, sin jamás haber visto u oído algo anormal relacionado con religiosos abusadores y en conversaciones con amigos de esos y otros colegios, nunca he escuchado de alguna experiencia como las que ahora ocupan los espacios en los medios de comunicación. Pero sí entiendo que es justificada la condena de la opinión pública cuando se comprueba que algunos obispos apañaron los hechos con la tonta idea de que así protegían a la Iglesia. Se acaba de publicar la carta que escribió un Cardenal colombiano con alto cargo en la curia romana felicitando a un obispo por no denunciar a un cura abusador, sobre la tesis de que así cumplió con su deber como católico. En otras palabras, abundaron los obispos a los que les importó un pito el dolor de las víctimas y se inclinaron por apañar los abusos; eso es lo totalmente repudiable y al final imperdonable. Por ello hay que sacar ventaja de lo que ahora ocurre y la Iglesia con tolerancia cero y determinación, debe castigar a cualquier cura o religioso pederasta. Sólo así cumplirá realmente con su responsabilidad.